Algo debe tener Jeff Vandermeer para que, a pesar de que ninguna de sus novelas me haya satisfecho, siempre acabe cayendo en sus redes. Supongo que se debe a que escribe bien y a que es un autor con ambición literaria, algo que no es tan frecuente dentro del género de la ciencia-ficción. Lo primero que leí de este autor norteamericano fue Veniss soterrada, una novela de la que apenas recuerdo nada a excepción de unos ridículos suricatos inteligentes y de que no me gustó. Cuando se publicó Southern Research habían pasado los suficientes años para que me olvidara del mal sabor de boca que me había dejado Veniss soterrada, además las grandes alabanzas recibidas por su entonces nueva obra me animaron a abordarla a pesar de mi alergia hacia las trilogías. El mayor problema de Southern Research es que creaba una expectación tan grande, como ocurría en la serie de televisión Perdidos, que era imposible encontrar un final acorde. Borne ni siquiera logra concitar esa expectación.
En un mundo desolado, devastado por
la Compañía y en el que las criaturas artificiales llamadas biotecs campan a
sus anchas viven Rachel y Wick. Se consideran afortunados porque cuentan con un
refugio mucho mejor que los demás. Wick se dedica a fabricar nuevos biotecs o
mutaciones con los que poder traficar y defender la casa. Rachel es una
recolectora y su labor consiste en proporcionar a su pareja el material que
necesita para su trabajo. Deambula por lo que queda de la ruinosa ciudad
sorteando numerosos peligros con el objetivo de recuperar restos que piensa que
pueden serles útiles. En una de esas exploraciones encuentra a Borne. En un
primer momento es una criatura del tamaño de un puño que recuerda a una anémona.
A partir de entonces Rachel se dedica a criar y educar a Borne a espaldas de
Wick.
Así resumida la trama puede tener
cierto interés y tras leer las primeras páginas uno puede llegar a pensar que
la historia va a depararnos excitantes sorpresas, pero el problema es que no
hay mucho más, y lo que hay resulta disparatado si no completamente grotesco;
empezando por Mord, un oso gigante que puede volar y su ejército de ositos
asesinos. Tengo la impresión de que Vandermeer ha querido convertir un cuento
infantil con osos y una criatura que parece surgida de una película de dibujos animados y de la
que hablaré después, en una historia “weird” para adultos. Como ya ocurriera en
la trilogía Southern Research,
Vandermeer está más interesado en la ambientación, en la creación de un paisaje
insólito o incluso de una ecología que en el propio argumento. Mientras que el
mundo que nos mostraba en su obra anterior poseía cierta fascinación, en Borne
carece del menor interés.
Como protagonista de una obra de
Pixar, Borne tendría su gracia, pero en una obra de ciencia-ficción con cierta
ambición resulta infantil y poco verosímil. Hay escenas que parecen sacadas de
los dibujos animados. La facilidad con la que Borne cambia de forma según su
estado de ánimo, la forma en que sus ojos revolotean por la superficie de la
criatura..., todo eso estoy convencido de haberlo visto antes. En concreto hay
una escena en que Borne despliega el auricular de un teléfono que estoy seguro
de haber visto (o algo parecido) en una producción de la Warner Bross.
Al igual que sucedía en Southern
Research Vandermeer acaba sin resolver los interrogantes que plantea y
termina la historia sin explicar prácticamente nada. Lo peor de todo es que una
vez que Borne crece, sus diálogos con Rachel, lo único que me atraía del libro,
dejan de tener lugar y la novela se hace cada vez más aburrida. También se
vuelve aburrida porque los personajes dejan de interesarme, la trama es cada
vez más disparatada y no se atisba solución. La conclusión llega de golpe y con
una facilidad que nos hace preguntarnos si era necesario esperar tanto. Dicen
que nunca hay que decir nunca jamás, pues, creo que yo voy a hacerlo con
Vandermeer.
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