Lo
cierto es que tras leer el comentario que escribió Ignacio Illarregui en C
(aunque su valoración final es positiva) se me quitaron
bastante las ganas de leer este libro, lo malo es que ya me lo había comprado.
Cuando decidí adquirirlo Whitehead acababa de recibir el Pulitzer por El
ferrocarril subterráneo, una novela que trata de un tren secreto que
permite escapar a los esclavos de las plantaciones del sur de EE.UU. en el
siglo XIX, no obstante, aunque menos galardonada, me atrajo más Zona Uno.
El “mainstream” ya no le hace ascos a nada, temas antes exclusivos de la
ciencia-ficción como los viajes en el tiempo, viajes interplanetarios, la
supervivencia en mundos apocalípticos o incluso la superación de la muerte
mediante la tecnología se han convertido si no en habitual en algo que ha
dejado de sorprender; véase La mujer del viajero en el tiempo de Audrey
Niffenegger, El libro de las cosas nunca vistas de Michel Faber, La
carretera de Cormac McCarthy y Zero K de Don de Lillo. Sin embargo,
que un escritor de literatura general se atreva con una de Zombis además de un
gran atrevimiento supone introducirse en lo más despreciable y denigrado del género
fantástico. Y claro, no pude resistirme.
La historia que se narra, si es que se llega a contar
algo, (al terminar el libro uno tiene serias dudas de que así sea), no se aleja
del patrón zombi: un virus convierte en zombis a los que enferman, muertos
vivientes mordiendo a todo el que pillan y contagiando a su vez a más gente,
supervivientes que intentan organizarse, pillaje, ciudades devastadas, sangre,
violencia... El protagonista, conocido como Mark Spitz, es un limpiador, y
junto a su grupo se dedica a “limpiar” de zombis zonas de Manhattan previamente
aseguradas por los marines. Su día a día consiste en entrar en casas, garajes y
comercios y comprobar si ha quedado algún zombi escondido. Mientras realiza su
trabajo, en los tres días en los que transcurre la novela, el protagonista va
recordando su historia pasada, los días previos al apocalipsis, la noche en que
se produjo el desastre y diversos episodios cuando ya reina el caos en el
mundo. Whitehead ilustra la escasa acción con algún intento de ironía y una
pretendida crítica social sobre los excesos de la sociedad de consumo, sin
embargo, sus reflexiones pierden su eficacia entre aburridas evocaciones de la
infancia y del pasado del protagonista que tienen nulo interés.
El autor además pone muy poco de su parte para atraer o
cautivar al lector. Y es que todo parece hecho a propósito para aburrir. Su
gusto por la enumeración resulta la mayoría de las veces fatigosa, y en raras
ocasiones aporta algo:
“En aquellos primeros tiempos, todos ellos esperaban el momento de
escapar. Todos ellos y los solitarios; los alternativos, los jóvenes que
estudiaban en otra ciudad y tenían morriña, y los profesores jubilados
confinados en casa, los ancianos que creían que los injustos esquemas del mundo
ya no podían sorprenderlos, los recién llegados en un momento inoportuno, sin
amigos...”
Ejemplos como éste los hay por docenas. Hay reconocerle a
Whitehead la habilidad especial que tiene para la elaboración de frases
aburridas.
El continuo ir y venir del pasado al presente y su interés
por detalles muchas veces superfluos no ayuda al lector a conectar con una
historia que tiene muy pocos pasajes que logren seducir. A mí lo único que logró
sacarme del bostezo fueron los “scraggs”. En la novela existen dos tipos de
zombis: los “skels”, el zombi habitual conocido por todos que se dedica a
comerse a los demás, y los “scraggs” que permanecen en una especie de estado
catatónico, paralizados repitiendo hasta el infinito una acción intrascendente
con la que se sienten a gusto, como hacer fotocopias o mirar un retrato. Parecen
atrapados en un pasado que nunca volverá pero muchos supervivientes, en medio
del caos, parecen mirarlos con envidia.
El protagonista, Mark Spitz, no sólo es un hombre
mediocre, es el más mediocre de todos los hombres, un verdadero experto en
mediocridad, algo que le ha permitido en el pasado salir siempre adelante.
Nunca ha destacado por nada, pero el mundo tras la epidemia se ha convertido en
el paradigma de la mediocridad y nadie está mejor adaptado que Mark Spitz para sobrevivir en él. El futuro es de los
mediocres, parece querer decirnos el autor y para confirmarlo se empeña (y
consigue) en hacer su novela lo más aburrida posible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario