Escribir
en la actualidad terror, cuando ya apenas nos inmutamos ante los horrores de la
guerra y el terrorismo que vemos a diario en los informativos, no debe ser nada
fácil. Muchos de los temas habituales en el terror están gastados de tanto
usarse y muchas veces lo más que consigue el género es arrancarnos una sonrisa
benevolente. Cero de Kathe Koja no es precisamente una novela reciente,
data de 1991, sin embargo, ya entonces se buscaban nuevas formulas con las que
estremecer a lector. Desde luego hay que reconocer la originalidad de su
argumento y la astucia con que es narrado. Es de esas
novelas que no deja a nadie indiferente.
Desde el principio la autora logra
crear una atmósfera malsana, sucia y pegajosa que nos atrae y repugna al mismo
tiempo. Lo mismo le ocurre a Nicholas con Nakota, por un lado está loco por
ella pero por otro le saca de quicio. Algo por otro lado comprensible, porque
Nakota no es precisamente un dechado de virtudes, lo cierto es que resulta difícil
encontrar algo agradable en ella. Además de descuidar su aspecto físico y no
ser un modelo de higiene y salud posee un carácter complicado más dado al
reproche que al elogio y una inclinación patológica por todo lo macabro y
maloliente. Sin embargo, Nicholas, por alguna razón inexplicable para mí, está
loco por ella. Él tampoco es que sea nada del otro mundo, un tipo que se
caracteriza principalmente por su pasividad, lo cual contrasta con la tenacidad
y el empuje de Nakota. Dentro del edificio donde se encuentra el humilde
apartamento de Nicholas, hallan en una especie de almacén abandonado el agujero
negro que inicia el relato. No se trata de un agujero negro como los que
estudiaba Stephen Hawking, sino algo más esotérico y siniestro. Es descrito
como un ojo oscuro o un enorme esfínter que transforma todo lo que se introduce
en él.
En la primera parte del libro y para
mí la más conseguida se cuentan los tanteos de Nicholas y Nakota por comprender
el agujero, empezando por introducir objetos inertes y bichos en él y ver lo
que hace con ellos. Nakota es más dada que Nicholas a la experimentación, lo
que los lleva a continuas peleas pero también a sorprendentes y perturbadoras cópulas
y felaciones. Todo está contado desde el punto de vista de Nicholas, y Koja
hace un buen trabajo en ese sentido, metiéndonos en la cabeza del protagonista.
Al hilo de esto quiero destacar la labor realizada por Pilar Ramírez Tello al
traducir el libro, algo que no debe haber sido sencillo. Sólo puedo decir que a
pesar del enorme barullo de ideas incrustadas en muchas frases se lee con
relativa facilidad, lo cual en parte es mérito del traductor.
El libro, que en un principio parece
prometer mucho, se estanca hacia la mitad, sobre todo a causa de unos
personajes anodinos que surgen y acaban robando gran parte del protagonismo a
Nicholas, Nakota y al diabólico agujero. En la segunda parte el relato es más
de lo mismo: discusiones, peleas, el ininterrumpido segregar de fluidos con
diferentes grados de viscosidad de la herida de Nicholas, el abundante consumo
de cervezas y cigarrillos y el continuo visionado de un vídeo paranormal tomado
del interior del agujero. Apenas sucede nada nuevo en el último tercio y el
final aunque intenso se prolonga en exceso perdiendo toda su fuerza. El mayor
problema que veo de todos modos es que no encuentro relación entre la
parafernalia tipo “el exorcista” con objetos que vuelan, voces, olores, etc.
que provoca el agujero con la psique atormentada y enamorada de Nicholas,
cuando la novela parece dejar bien claro que está relacionado con él. De esta
manera, y éste es su mayor error, los efectos especiales con los que Koja nos
sacude el corazón quedan vacíos de contenido.
Una historia de amor atípica y
malsana, cuyo hedor parece rezumar a través de cada una de las páginas del
libro y quedar fijado para siempre en nuestros dedos. La vida es dolor y deseo
y leer Cero es una prueba palpable de ello.
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