El uso de las armas de Iain M. Banks es una
peculiar amalgama de dos novelas. Una más intrascendente, llena de acción y
algo de humor, que entraría de lleno en la space opera más desbocada, y otra más
literaria, más intimista y alejada de la ciencia-ficción convencional. Se trata
de una mezcla de elementos demasiado dispares que en
principio parecen difíciles de conciliar y que a la postre Banks no logra
armonizar.
El protagonista de ambas partes es Cheradenine Zakalwe,
una especie de agente secreto que trabaja para la Cultura, esa civilización
altruista de un futuro lejano creada por Banks que se preocupa de que mundos más
atrasados prosperen y puedan salir adelante. Como muchos sabrán Banks situó
gran parte de sus novelas de ciencia-ficción en este grandioso escenario. Hasta
ahora había leído las menos representativas de la serie: El jugador e Inversiones,
y debo decir que desde mi punto de vista se trata de obras más maduras y mejor
acabadas que ésta que nos ocupa. La trama “space operística” de El uso de
las armas peca de anodina, carece de brillo y tarda demasiado en despegar.
El propio autor no parece tomársela muy en serio y algunos de los episodios y
artilugios parecen sacados de olvidadas series de ciencia-ficción de los años
cincuenta. Sólo en alguna ocasión, como la fiesta de disfraces que se organiza
en una de las naves espaciales, Banks da muestras de lo que es capaz su
imaginación.
La otra parte de la novela, claramente diferenciada
mediante capítulos en cifras romanas,
está formada por breves retazos del pasado del protagonista, destellos
de un ayer que se presiente traumático y que Banks intenta de manera paulatina
hacernos sentir más que ver. El problema es que los saltos de una escena a otra
se producen sin que el lector disponga de medios para saber el tiempo
transcurrido entre ellas y de cómo se ha pasado de una a otra. Por ello algunos
de los primeros capítulos resultan desconcertantes, a lo que contribuye en gran
medida no saber qué objetivo tienen dentro de la narración. Banks echa
literariamente hablando toda la carne en el asador, por desgracia sus pasajes líricos, sus golpes dramáticos y su
intensidad pierden gran parte de su gracia debido a una poco inspirada traducción.
He leído otros libros de Banks, eso sí traducciones, pero siempre me ha
parecido un autor que domina la técnica de la escritura, con una admirable
capacidad para sumergirnos en su extraño y fascinante universo personal, y eso
es algo que no he percibido en este libro.
Los dos hilos narrativos divergen en el tiempo según
avanzamos en la lectura. La trama, digamos más literaria, va hacia atrás
mientras que la otra sigue su curso natural cerrando a su término el círculo. Sólo
cuando llegamos a la revelación final comprendemos cuál es el objetivo de esta
enrevesada estructura. Se trata de una interesante y excitante pirueta final
que no logra hacernos olvidar las desalentadoras páginas que hemos padecido
hasta entonces.
Espero que esta reseña
no espante a futuros lectores de Banks. La fábrica de avispas, Pasos
sobre el cristal y El puente además de las novelas mencionadas al
comienzo de esta reseña merecen ser leídas con prontitud si aún no lo han sido,
por su originalidad, por salirse de lo convencional y por la enorme imaginación
que despliegan. Mucho me temo que no serán fáciles de encontrar en las librerías.
Es una lástima que en este mercado de premiadísimas y fulgurantes estrellas sólo
tengan cabida las novedades y autores clásicos como Banks, Priest, el recién
fallecido Wolfe, Le Guin, Farmer y muchos otros queden relegados al olvido. ¡Cuánta
falta nos hace otra Minotauro!
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