Con
Rosalera Tade Thompson recupera un tema tan querido a la ciencia-ficción
clásica como la telepatía. En los años cuarenta y cincuenta se abusó hasta tal
punto de los poderes mentales que después de los setenta, y salvo alguna
excepción como El hombre vacío de Dan Simmons o más recientemente La extraordinaria familia Telemacus de Daryl Gregory, apenas se han escrito
novelas que tengan la telepatía como protagonista; y eso a pesar de las grandes
obras que ha dado el subgénero como El hombre demolido de Alfred Bester,
Muero por dentro de Robert Silverberg o El Mulo incluido en Fundación
e Imperio de Isaac Asimov.
Rosalera es el nombre con el que se
conoce tanto a la misteriosa cúpula que han creado unos extraterrestres en Nigeria como a
la ciudad que se ha formado a su alrededor. En la obra original escrita en inglés es Rosewater (agua
de rosas) y hace referencia de una manera irónica al olor terrible que rodeaba
a la zona en sus inicios, cuando aún no existían infraestructuras en la
incipiente ciudad, algo que por desgracia se pierde al ser traducido como
Rosalera. Una lástima, porque este sarcasmo augura lo que vamos a encontrarnos
más adelante: una novela negra, dura, violenta, sin cortapisas, cínica... pero
impregnada de romanticismo. Contada en primera persona al estilo de la novela
negra americana tiene un comienzo fulgurante que hace que vayamos pasando páginas
queriendo saber qué va a pasar después. El protagonista está perfilado de
manera correcta y el mundo que se nos presenta con la “xenosfera” como
trasfondo resulta fascinante (un mundo que por cierto recuerda mucho al “ciberspacio”).
Y es que Rosalera tiene mucho del viejo ciberpunk: su atmósfera decadente, su
protagonista escéptico y amoral, una trama detectivesca y grandes dosis de
violencia. A esto hay que añadir alienígenas, telepatía y la novedad que supone
situar la acción en África en lugar de Europa o EEUU como estamos
acostumbrados. Al primer tercio de novela no se le puede pedir más.
Sin embargo, todo se va volviendo más
confuso según avanzamos, la culpa de todo se debe en gran medida a la
estructura que sigue la novela. Thompson recurre como ya suele ser habitual en
la narrativa actual (véase las series de HBO o de Netflix) a alternar una acción
que se desarrolla en el presente con otra del pasado, que luego será necesaria
para que todo encaje. Una técnica que si bien puede aportar dramatismo y
suspense, también puede servir para encubrir ciertas lagunas argumentales y
confundir. En el caso de Rosalera el problema es que las historias se
parecen tanto entre sí que uno no sabe muy bien si lo que se nos está contando
ocurrió hace años o acaba de suceder. De todos modos se trata de un pequeño
inconveniente que con un poco de esfuerzo por parte del lector puede superarse.
Más difícil de soslayar es la perdida de verosimilitud que padece el relato.
Los poderes fantásticos que adquieren algunos personajes, el recurso a la física
cuántica como pretexto para amparar los fenómenos más inexplicables, todo ello
va poco a poco socavando el crédito que Tompson ha logrado ganarse
laboriosamente en la primera mitad. Por otro lado, el peso de la novela recae
en exceso en su protagonista y se echa en falta unos personajes de más enjundia
que pudieran darle la réplica.
El libro no resuelve todos los
enigmas planteados, y es que en estos tiempos de optimización de recursos,
Thompson, al igual que hacen muchos de sus colegas de profesión, pretende sacar
el máximo provecho del tiempo invertido en escribirlo. Estamos ante el primer
libro de una trilogía o de aquello en lo que vaya a acabar convirtiéndose, algo
que con toda seguridad alegrará la vida a muchos aficionados del género. De
todos modos la trama principal de la novela queda suficientemente cerrada y puede
leerse sin tener que esperar a futuras continuaciones.
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