Imaginen un mundo en el que el mar está infestado de
criaturas gelatinosas que las olas arrastran hasta la orilla, imaginen que el
hombre más poderoso de la tierra realiza sus comunicados a través de un sistema
que admite sólo un máximo de 280 caracteres, imaginen un mundo en el que
Holanda alcanza los cuarenta grados de temperatura o en el que se realizan
propuestas para los concebidos no nacidos. Y puestos a imaginar, imaginen que
en ese mundo improbable hubo una vez un autor de ciencia-ficción, un escritor
conocido sólo por los aficionados al género que al comienzo de su carrera
intentó publicar fuera del género y que creyó ver a Dios al final de su vida.
Imaginen además que muchos años después de su muerte alcanza tal éxito que su
obra es adaptada de manera habitual tanto al cine como a la televisión.
Imaginen que se llama Philip K. Dick.
Ahora imaginen un mundo en el que rige un relativismo
forzoso, en el que realizar afirmaciones que no son objetivamente verificables
supone un delito. En esa sociedad dirigida
por el “Manual de relativismo” de
Hoff, decir algo así como que las
aceitunas tienen un sabor terrible podría ser punible según la ley (ejemplo
extraído de la novela). Ahora supongan que en ese mundo surge un hombre capaz
de ver parte del futuro y de poner en duda el relativismo perceptivo. Un mundo
así es el que Philip K. Dick habría podido imaginar en una de sus primeras
novelas cuyo título podría haber sido El tiempo doblado. Un libro en el
que el autor anticiparía muchos de los temas que le obsesionarían a lo largo de
su vida, entre los que podríamos destacar el cuestionamiento de la realidad, la
reiterada sospecha de vivir una farsa. Un buen ejemplo de ello sería el pequeño
mundo hecho a medida para unos humanos genéticamente modificados que se
describe. Se trata de un mero aperitivo de lo que encontraremos, aunque mucho más
desarrollado, en futuras novelas como Ubik, Tiempo desarticulado
u Ojo en el cielo por mencionar algunas. El libre albedrío, otro de los
temas habituales en la obra de Dick, es escenificado a través de Jones, un “precog”
capaz de ver el futuro con un año de anticipación; un personaje mesiánico que
prefigura a otros como el Palmer Eldritch de Los tres estigmas de Palmer Eldritch
o el Wilbur Mercer de ¿Sueñan los androides en ovejas eléctricas?
Por último, uno de los temas más frecuentes dentro de su bibliografía como es
el uso de las drogas juega en la novela un papel mucho más reducido que el que
le dedicaría en libros posteriores. Como en toda obra primeriza los resultados
no serían los óptimos. Las elipsis son demasiado abruptas, algunas escenas
parecen innecesarias mientras que otras merecerían un mayor desarrollo haciendo
que la trama resulte algo deslavazada; imperfecciones que no explicarían su olvido frente a otras
novelas no por más conocidas mejores. En su favor hay que decir que ésta cuenta
además con un final irreprochable.
Volvamos a ese mundo que hemos imaginado al principio y
sigamos elucubrando. En ese mundo podría
muy bien existir un blog, modesto claro está, con una reseña del mencionado
libro. Sin embargo, yo soy real, o eso creo al menos (supondría una enorme
frustración descubrir a estas alturas que no lo soy), y estoy seguro de haber
leído una novela como ésa. No suelo consumir drogas y muchos menos la Can-D o
la Chew-Z que alteran peligrosamente el sentido de la realidad. Tal vez me
halle en un estado de “semivida” aunque no recuerdo haberme topado con mensajes
subliminales anunciando aerosoles extraños entre mis notas ni en la pantalla
del ordenador. En la confusión que vivo apenas estoy seguro de nada, pero que
dios me libre de discutir sobre ello con la puerta que acaba de cerrarse de
golpe, espero que debido a una corriente.
Lector, estás de suerte, el libro existe y ha sido
publicado por Minotauro con el título más ajustado al original de El mundo
que Jones creó. El tiempo doblado no es más que el título de la
primera edición en español en 1960. Por lo tanto, si has leído esta reseña es
que estamos en la misma realidad y Dick vive.
Notas: La Can-D y
Chew-Z son drogas que alteran la percepción de la realidad en la novela “Los
tres estigmas de Palmer Eldritch”. El estado de “semivida” aparece en “Ubik.
También es en Ubik que el protagonista, Joe Chip, mantiene una breve discusión
con su puerta cibernética.
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