Con Los
testamentos más que proponerse escribir una continuación Margaret Atwood
parece haber querido afianzar lo ya hecho en El cuento de la criada,
desarrollando con más detalle los pormenores de ese mundo que concibió hace ya
treinta años. Es como si quisiera
convencernos de que esa Gilead de pesadilla pudiera un día ser posible y
que no se trata de una entelequia. Por esta razón pienso que El cuento de la
criada se ajusta más a los cánones de lo que se considera la distopía clásica. En este tipo de distopías,
como Nosotros de Zamiatin o 1984 de Orwell por poner algunos
ejemplos, los autores imaginaban sociedades que no solían ser más que
interpretaciones del presente, distorsiones de la realidad. Normalmente el cómo
se llegaba a esas situaciones carecía de importancia ya que no pretendían otra
cosa que llamar la atención sobre algunos aspectos de la sociedad magnificándolos
y haciéndolos más extremos. Se trataba de mundos imposibles, experimentos de la
imaginación, improbables pero esclarecedores. Algo que Atwood supo hacer a la
perfección en El cuento de la criada cuando creó esa sociedad teocrática
y puritana que relegaba a la mujer a las tareas de reproducción y a la educación
de los niños. En este sentido Los Testamentos no añade contenido distópico
nuevo, la mayoría ya estaba ahí, lo que hace es apuntalarlo.
Para ello necesita proporcionar una visión lo más completa posible de Gilead, algo que con un único protagonista resultaría mucho más dificultoso por lo que Atwood recurre a tres personajes femeninos. A través de Agnes, Daisy y Tía Lydia conoceremos nuevos aspectos de la sociedad giledeana que no habían quedado suficientemente aclarados. Ya conocíamos los ultrajes que sufren las criadas, faltaba por conocer con más detalle el mundo de las esposas. Este aspecto concreto de Gilead lo iremos descubriendo por medio de de Agnes, una muchacha que ha alcanzado la edad fatídica de buscar marido. Daisy, la otra joven protagonista, vive en Canadá y nos proporciona una visión de Gilead desde fuera, desde un país democrático con el que se tiene una relación incómoda. Para finalizar está el personaje de tía Lydia, una vieja conocida de El cuento de la criada, ella nos dará la oportunidad de conocer los entresijos de Gilead con su hipocresía y corrupción imperante. Y lo cierto es que Atwood lo hace endemoniadamente bien. La primera parte del libro, en la que a través de los ojos de sus protagonistas nos metemos en los hogares de Gilead, en una de sus escuelas, en Casa Ardua (donde viven las tías) y en el despacho del comandante Judd es magnífica. La recreación que realiza de la sociedad con todos esos pequeños detalles que Atwood sabe introducir y la capacidad de la autora para meternos en los personajes son sin duda lo mejor de la novela. Los problemas aparecen más tarde a la hora de hacer progresar la historia. La trama que urde carece del rigor con el que ha construido el escenario.
Para ello necesita proporcionar una visión lo más completa posible de Gilead, algo que con un único protagonista resultaría mucho más dificultoso por lo que Atwood recurre a tres personajes femeninos. A través de Agnes, Daisy y Tía Lydia conoceremos nuevos aspectos de la sociedad giledeana que no habían quedado suficientemente aclarados. Ya conocíamos los ultrajes que sufren las criadas, faltaba por conocer con más detalle el mundo de las esposas. Este aspecto concreto de Gilead lo iremos descubriendo por medio de de Agnes, una muchacha que ha alcanzado la edad fatídica de buscar marido. Daisy, la otra joven protagonista, vive en Canadá y nos proporciona una visión de Gilead desde fuera, desde un país democrático con el que se tiene una relación incómoda. Para finalizar está el personaje de tía Lydia, una vieja conocida de El cuento de la criada, ella nos dará la oportunidad de conocer los entresijos de Gilead con su hipocresía y corrupción imperante. Y lo cierto es que Atwood lo hace endemoniadamente bien. La primera parte del libro, en la que a través de los ojos de sus protagonistas nos metemos en los hogares de Gilead, en una de sus escuelas, en Casa Ardua (donde viven las tías) y en el despacho del comandante Judd es magnífica. La recreación que realiza de la sociedad con todos esos pequeños detalles que Atwood sabe introducir y la capacidad de la autora para meternos en los personajes son sin duda lo mejor de la novela. Los problemas aparecen más tarde a la hora de hacer progresar la historia. La trama que urde carece del rigor con el que ha construido el escenario.
Las penurias que han sufrido las
mujeres a lo largo del tiempo ha sido uno de los temas recurrentes en la obra
de Margaret Atwood. Buen ejemplo de ello es una de sus novelas más destacadas Alias
Grace, en la que se nos cuenta los esfuerzos de una muchacha durante el
siglo XIX por sobrevivir trabajando como sirviente. Aludo a esta novela porque
algunos de los pasajes de Los Testamentos me la han traído a la mente y
es que ese futuro que se imagina Atwood tiene mucho que ver con ese pasado
puritano y ese universo cerrado para la mujer.
Estamos en fin ante un libro que
parece escrito sobre todo con el objetivo de despejar muchas de las dudas
suscitadas por la serie de TV y sobre el fin de Gilead, pero que aporta más
bien poco sobre su origen. No queda esclarecido cómo una parte de EE.UU
evolucionó hasta una dictadura que considera a las mujeres inferiores al hombre
por ejemplo. Esto no es óbice para que
se lea con agrado gracias sobre todo a unos personajes espléndidamente
trazados, entre los que cabe destacar la astuta Tía Lydia.
Quizás echo en falta el punto de vista de los hombres de Gilead, un punto de
vista que habría rematado el escenario por completo. El libro puede leerse sin
haber leído El cuento de la criada, es más tengo la impresión de que sus
indiscutibles valores se verían realzados.
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