Me
siento culpable. Mientras el resto del mundo estaba pendiente del coronavirus
yo me preocupaba por unos conejos, unos conejos que ni siquiera son reales, que
son tan sólo unos personajes de ficción surgidos de la pluma del escritor británico
Richard Adams. En momentos como los que estamos viviendo en que las cifras de
muertos han excedido todo lo imaginable, en que el comportamiento de algunos
que se llaman políticos es deleznable y el capitalismo parece estallar en las
narices del mundo globalizado es bueno contar con libros así y poder abstraerse
durante unas horas de la deprimente realidad.
La colina de Watership es el libro ideal para ello. No vengo a descubrir
nada, la novela fue publicada en 1972 y se convirtió rápidamente en un éxito en
el Reino Unido. Una fama que por cierto no llegó a España, donde sigue siendo
un libro bastante desconocido. Supongo que el hecho de que esté protagonizada
por conejos ha podido influir en que muchos lectores lo descartaran creyendo
que se trata de literatura infantil. Puede que el libro estuviera en un
principio destinado a un público infantil, aunque visto ahora con la
perspectiva del siglo XXI en que los niños están sobreprotegidos y existe una
desmesurada preocupación por lo que es o no adecuado para ellos (aunque luego
puedan acceder desde sus móviles a cosas peores) cuesta un poco creerlo, sobre
todo porque el libro no evita la violencia y algunas de las escenas que se
narran pueden llegar a ser bastante cruentas. Desde luego no se trata de la típica
historia edulcorada protagonizada por animales a las que nos ha acostumbrado
Walt Disney.
La novela está protagonizada por
unos conejos muy humanizados. Hablan, sienten como los humanos, valoran la
amistad, son compasivos con los que sufren, poseen sentido del humor y
disfrutan como el que más con una historia bien contada, pero al mismo tiempo
el autor los ha dotado de una entrañable y convincente idiosincrasia conejil.
Por poner un ejemplo, a los pobres conejos no les resulta nada fácil controlar
su miedo, un miedo que los supera y que los puede llegar a paralizar, algo que
supone una enorme desventaja cuando tienen que salir huyendo con rapidez. Además
su inteligencia es limitada, resolver problemas que para un humano no más
inteligente que Trump no revestiría
ninguna dificultad supone para ellos todo un reto. Cruzar una carretera, un
bosque o a atravesar un río se convierte en una arriesgada aventura. Cada uno
de los protagonistas posee una cualidad que lo hace único e insustituible
dentro del grupo: Avellano es un líder indiscutible, su hermano Quinto, un
visionario, Pelucón es el fortachón y bonachón escudero, Zarzamora es quien se
ocupa de resolver los problemas más complejos y Diente de León es el contador
de historias que necesita toda sociedad para olvidarse de los problemas por
unos instantes. Todos ellos se acaban convirtiendo en héroes aunque para ello
deban primero encontrar su lugar en el grupo y comprender que hay tareas que
deben delegar en favor de los que están mejor preparados.
El relato comienza con la visión
terrorífica de Quinto, un conejo menudo y asustadizo, que presiente el fin de la madriguera. Él y
su hermano, Avellano, no logran convencer al consejo pero sí a unos pocos
conejos para buscar más allá de donde nadie ha llegado el lugar propicio para
cavar una nueva madriguera. Para los conejos este viaje por tierras
inexploradas (en realidad la inofensiva campiña inglesa) es como viajar a otro
planeta. En su periplo descubren plantas desconocidas, espeluznantes líneas de
alta tensión, ven pasar un tren, que para ellos es un objeto inexplicable, y
contactan con otros conejos que se comportan como verdaderos marcianos. Hay
escenas realmente memorables, momentos de enorme tensión y dramatismo
que merecen la pena, sobre todo al final del libro cuando tienen que defenderse
en los túneles de los invasores. Menos me han gustado las descripciones poéticas
con las que arrancan algunos capítulos, algo afectadas, que por suerte no se
prolongan demasiado.
Bueno, ¿qué más puedo decir? La colina de Watership es un libro de
aventuras como hacía tiempo no leía. Sin duda, la mejor novela de conejos que
he leído nunca.
Es una gran novela. Me pregunto si Borges, que estaba bastante al tanto de la literatura especulativa británica, llegó a conocerla. Porque le hubiera gustado.
ResponderEliminar¿Qué le hubiera gustado especialmente de este sabio conjunto de alegorías concéntricas disfrazado de novela juvenil de conejitos? La evidente relación de El-Arairal (¿se llamaba así? La leí hace muchos años) con el mito oriental del Simurg, una figura que ocupó un destacado lugar en sus disquisiciones.
El tema fundamental de la obra borgiana es la identidad y su pervivencia (o no) en el infinito. El infinto del tiempo, el infinito del espacio, el infinito de la complejidad. El tema último de esta novelita de conejos es la relación entre individualidad y colectividad, y la pervivencia de ambas entre generaciones y ante los avatares de la vida.
https://borgestodoelanio.blogspot.com/2018/06/jorge-luis-borges-el-simurg.html
Estoy razonablemente seguro de que Borges habría estado de acuerdo con mi visión. No lo creo de Adams. A calificaciones parecidas de "alegórica" y "críptica" dio muchas veces esta respuesta: "Es sólo una novela de conejitos".
En primer lugar quiero darte las gracias por dejar tu comentario. Esto es algo que se ha convertido en una rareza. No sé si Borges leyó la novela, está un poco alejada de lo que escribía. Creo que Adams quiso escribir un relato de conejos, como los que abundan en la tradición de cuentos infantiles ingleses, y que se le fue un poco de las manos hasta convertirse en esta novela épica.
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