Aunque nos cueste creerlo han transcurrido ya dieciséis años desde la publicación de Jonathan Strange y el Sr. Norrell, la novela que supuso el debut de Susanna Clarke y con la que cosechó un rotundo éxito de público y crítica. Dos años después la autora reaparecería con un libro de relatos que en España se tituló Las damas de Grace Adieu pero después, nada. El tiempo no paraba de arrancar hojas del calendario y de la autora apenas llegaban noticias. Era como si hubiera desaparecido del mundo tal y como le sucede al protagonista de su reciente libro, Piranesi. Este alejamiento de la escritora británica no fue voluntario sino que se debe a una rara enfermedad, fatiga crónica, que la ha tenido recluida en su casa de campo en Derbyshire y le ha impedido emprender grandes proyectos literarios. La expectación ante su nuevo libro era por consiguiente enorme, lo que muchas veces deriva en decepción. No es el caso, la novela no sólo no decepciona sino que su lectura ha resultado ser todo un placer.
La novela se
muestra en un principio como un enigma, un enigma que se manifiesta a través de
dos piezas fundamentales como son su protagonista y el escenario en que se
desarrolla. ¿Quién es ese hombre que vive en ese edificio enorme? ¿Cómo ha
llegado allí? ¿Por qué está solo? ¿Y qué decir del escenario, de esa construcción
de infinitas salas, algunas de proporciones enormes, atestadas de arcos, de
escaleras, de bóvedas y de hileras de estatuas que nunca se repiten? El
edificio posee tres niveles, el inferior expuesto a las fuertes mareas del océano,
el segundo más habitable y un nivel superior, que en ocasiones es engullido por
las nubes.
Empecemos por
el título de la novela. Piranesi hace referencia a Giovanni Battista
Piranesi, un arquitecto del siglo XVIII conocido sobre todo por los grabados
que hizo de edificios reales e inventados. En particular llaman la atención sus
laberínticas cárceles que sirvieron de inspiración a muchos escritores. Entre
otros a Borges, que lo llega incluso a mencionar en uno de sus relatos titulado
There are more things, que escribió como homenaje a Lovecraft. No es
sorprendente que esas arquitecturas enrevesadas dignas de la peor pesadilla
impresionaran a tantos, sin embargo el edificio que nos describe Clarke no
resulta ni la mitad de inquietante que los dibujos del artista italiano, al
menos esa es mi percepción. Sus mármoles claros y grises, sus proporciones, su
complejidad, su vastedad pueden abrumar pero no son siniestros ni provocan
terror. A su protagonista tampoco se lo parece hasta el punto de decir lo
siguiente de ella:
«La hermosura
de la Casa es inconmensurable; su bondad, infinita».
Este hombre,
una especie de Robinson Crusoe que se alimenta de lo que pesca y de algas que
recoge en el nivel inferior, se dedica a registrar en un diario cada detalle de
la casa con una cronología muy peculiar. Con la misma escrupulosidad anota en
un catálogo la posición, tamaño y motivo de cada una de las innumerables
estatuas que encuentra en sus exploraciones. Se considera a sí mismo un científico
y un explorador completamente entregado al estudio de la Casa (siempre se
refiere a ella en mayúsculas), para él no hay nada más:
«Fuera de la
Casa no hay más que los Cuerpos Celestes: el Sol, la Luna y las Estrellas».
Sin embargo, no
está solo. Hay otra persona en la Casa, el Otro, con el que mantiene periódicamente
conversaciones y que desaparece en cuanto terminan de hablar. Precisamente es
el Otro, el que por sus profundos conocimientos de la casa le ha apodado «Piranesi».
En cada uno de estos breves encuentros «Piranesi» se fija en cómo va vestido y
sorprende la atención que le dedica sobre todo teniendo en cuenta que él no
lleva más que unos harapos. «Piranesi» es un personaje que por su inocencia,
por su falta de maldad y por el amor que demuestra a la Casa y a todo lo que ésta
contiene se hace querer enseguida. A pesar de lo poco que posee, nunca se queja
y sabe apreciar las cosas que se le ofrecen. Es un hombre que disfruta de lo
que tiene a su alcance: los pájaros, la casa, la luna, las estatuas... Sobre
estas últimas llega a preguntar:
« ¿Las Estatuas
existen puesto que representan las Ideas
y el Conocimiento que fluyeron del otro Mundo?»
Idea que nos
remite directamente a Platón. Estamos ante un protagonista muy diferente al que
estamos acostumbrados a ver en la ficción actual, sobre todo televisiva,
personajes muchas veces descreídos, desesperanzados por algo sucedido en el
pasado, con grandes dosis de cinismo y con los que cuesta identificarse.
En cuanto a la
trama, una vez resuelto el enigma, podría resumirse en pocas líneas, lo que
demuestra la importancia que tiene el cómo a la hora de contar una historia.
Piranesi nos guía por su mundo, el único que existe para él, y a través de sus
ojos y de su mirada cándida vamos
descubriendo en qué consiste. Es cierto que la intriga se nutre de los
elementos habituales de los relatos de misterio como la amnesia, hojas
arrancadas de un diario o mensajes semi borrados, pero el tablero de juego que
propone Clarke es tan fascinante y placentero que le seguimos el juego
encantados. Y es que el laberinto que crea la autora acaba por atraparte, sus
imágenes grandiosas, casi míticas dejan profunda huella en la memoria. Pero
quien mejor lo explica es uno de los propios personajes del libro que se
refiere al laberinto en estos términos:
«Era una imagen
de grandeza cósmica, supongo, un símbolo de la mezcla de gloria y horror que
supone la existencia, de la que nadie escapa con vida».
¿Qué puedo yo añadir a esto?
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