En Los extraños Jon Bilbao recupera a Jon
(alter ego del autor) y a Katharina, dos de los protagonistas de Basilisco,
su novela anterior. La pareja no vive su mejor momento y con el propósito de
aclarar sus ideas pasan una temporada en la casa de los padres de él en
Ribadesella. Tras haber dejado su puesto como ingeniero de minas Jon trabaja de
momento como redactor de una enciclopedia temática, una labor que puede desempeñar
desde la casa. Mientras tanto Katharina se dedica a traducir con desgana un
manual de Odontología al alemán. Su fría relación con Jon, la presencia de la
asistenta doméstica y la falta de otras amistades con las que relacionarse
hacen que su estancia en la vieja casa no sea todo lo cómoda que desearía. De
repente una noche aparecen unas luces muy extrañas en el cielo que
aparentemente no despiertan demasiado interés en el pueblo. A Jon el extraño
fenómeno le provoca una agitación tan fuerte que más tarde le impide conciliar
el sueño, tanto es así que se levanta a mitad de la noche para anotar la
experiencia en un cuaderno. El hecho en sí no resulta especialmente
extraordinario, lo verdaderamente insólito es que admita que la llegada de las
misteriosas luces le haya emocionado más que la noticia del embarazo de
Katharina.
Al día
siguiente los deseos de Katharina de tener compañía parecen hacerse realidad
con la llegada de Markel, un primo de Jon que éste ni siquiera recuerda. Le
acompaña Virginia, una peculiar joven,
que apenas les dirige la palabra. Su presencia en la casa da un vuelco a la
aburrida vida diaria de Jon y Katharina, pero se trata de una circunstancia
demasiado fugaz y de poca relevancia para que pueda alterar el destino de sus
vidas.
Poco a poco el comportamiento de los recién llegados
comienza a despertar la curiosidad de sus anfitriones y también la nuestra. Su
conducta es de lo más chocante pero no lo es menos la manera en que los dos
protagonistas responden a todo esto, sobre todo Jon que parece tomárselo todo
con una calma y una frialdad exasperante. Bilbao vuelve a demostrar su
capacidad para crear atmósferas desasosegantes a través de las pequeñas cosas
de la vida cotidiana. La habilidad de Bilbao para transmitir extrañeza y
convertir las situaciones comunes en irreales con esa manera de contar
desapasionada es insuperable. No se le puede poner un pero a cómo escribe
Bilbao, que como ya dije en la reseña que hice de Basilisco, me gusta
especialmente. El problema reside en que en esta ocasión la trama no parece
conducir a ningún lado. Al terminar la novela es como si hubiéramos vuelto al
punto de partida con el mismo equipaje que traíamos al comienzo y la sensación
de que nos podíamos haber ahorrado el viaje. Bilbao ha querido volver a jugársela
con un relato arriesgado en el que de nuevo mezcla elementos difíciles de
combinar como son la historia de una relación de pareja en crisis, un misterio
familiar y la aparición de un ovni. En Basilisco le salió bien el
experimento y eso que trataba de hacer algo
aún más osado que en Los extraños. En la novela presente
se echa de menos algo que amalgame todos estos elementos diversos, algo a lo
que poder asirse y que dé sentido al relato.
No hay mucho más que pueda decir de Los extraños,
y no por miedo a hacer un spoiler, que
no podría hacerlo aunque quisiera, porque hay poco que desvelar. Bilbao no
proporciona respuestas a los misterios que plantea, y al final la novela es
como el juego de luces con el que empieza, unas luces que nos dejan con la
enojosa sospecha de que todo ha sido un artificio, en este caso
literario.
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