La última novela de Juan Jacinto Muñoz-Rengel La capacidad de amar del señor Königsberg juega al desconcierto. Parece una cosa y luego es otra. La novela muda de piel varias veces. Comienza como una narración más bien realista para luego transformarse en un relato de ciencia ficción, y una vez instalado en este género recorrer varios de sus subgéneros. Y todo esto en sólo 200 páginas. Su largo título con el apellido Königsberg al final no hace más que incrementar el desconcierto. ¿Por qué señor Königsberg y no señor Williams o señor Johnson si la historia se sitúa en Nueva York? Esto tiene fácil explicación. La ciudad de Königsberg, ahora Kaliningrado, es la que vio nacer al famoso filósofo Immanuel Kant, como muy bien sabe Muñoz-Rengel que estudió la carrera de filosofía. A través de su protagonista y sin que falte cierto cachondeo el autor hace que la ética Kantiana esté presente en la novela.
Este señor Königsberg
que se menciona en el título tendrá que hacer frente a una invasión
extraterrestre, deberá sobrevivir en un Nueva York deshabitado, se librará de
un mal que sólo aqueja a los hombres... En fin, es mejor no desvelar todas las
sorpresas que la mente de Muñoz-Rengel ha concebido. Königsberg a pesar de
todas sus manías y de las férreas obligaciones que se impone a sí mismo supera
cada una de las pruebas a las que es sometido mientras que a su alrededor sus
compañeros de trabajo y sus vecinos en apariencia más capacitados que él son
vencidos por las calamitosas e inusuales circunstancias que asolan al mundo.
Con esta novela
Muñoz-Rengel parece dispuesto a romper las barreras entre los géneros. No le ha
importado saltarse las vallas establecidas y pacer un poco en cada una de las
parcelas con la libertad que da desprenderse de prejuicios literarios. Esta
opción elegida de no ceñirse a las reglas de los géneros incluye los llamados
subgéneros dramáticos. Así parece puesto que flirtea con la comedia aunque su
trama enloquecida y el comportamiento de su protagonista hagan que en ocasiones
parezca una farsa. Pero de lo que no hay duda es de que no es un drama a pesar
de los desastres que se suceden a lo largo de la novela. Su ritmo rápido y sus
diálogos concisos no incitan a la reflexión profunda que se esperaría de un
libro llamado «serio». No lo es, pero tampoco es una novela para morirse risa.
No me lo ha parecido, por más que algunas de las situaciones resulten chocantes
y me hayan arrancado alguna sonrisa. Muñoz-Rengel evita cargar las tintas en
este sentido aunque el relato discurra por caminos cada vez más descabellados y
acabe al final disfrazándose de pulp o bolsilibro. ¿Qué es entonces La
capacidad de amar del señor Königsberg? Precisamente esta imposibilidad de
etiquetarlo creo que es su mayor atractivo.
Tengo la
impresión de que el autor se lo ha pasado en grande escribiéndolo. En una
lectura apresurada podría dar la impresión de que el texto es el resultado de
ese juego (no sé si lo habéis jugado alguna vez) en que cada uno de los
participantes debe continuar el relato donde lo dejaron los demás y así
alternativamente. El texto final suele ser por lo general incoherente y
desquiciado. Sin embargo, los cambios continuos con los que Muñoz-Rengel sacude
la trama son más deliberados de lo que pueda parecer. La pista nos la dan los
extractos escogidos por el autor para comenzar el libro, uno de ellos es este
firmado por Kurt Vonnegut:
«Me enseñaron
que el cerebro humano era el culmen de la evolución hasta el momento, pero creo
que es un sistema muy pobre para la supervivencia».
Y de esto va el libro, de la posibilidad de que ante los cambios no siempre los más fuertes o los más listos sean los que salen adelante. Paul Königsberg, un tipo molesto y blanco de las burlas de sus compañeros de oficina, con su marcado sentido del deber, su cabezonería y su falta de empatía logra vencer a todos. Se ha comparado al protagonista con el Bartleby de Melville, sin embargo, Königsberg no está envuelto en el mismo misterio que rodeaba al personaje que respondía con un «Preferiría no hacerlo» al requerírsele hacer algo que se saliera de lo habitual. Königsberg es como un autómata que tiene un objetivo fijo y que no se detiene ante nada para llevarlo a cabo. Hay quien dice que en toda novela los personajes deben evolucionar como consecuencia de un conflicto. Muñoz-Rengel demuestra que esto no es imprescindible aunque al final acabe cediendo un poco. Esta renuncia a llevar la propuesta hasta sus últimas consecuencias dotando al final a su esquivo y poco sociable protagonista de algo de humanidad y la manera en que concluye la novela a modo de chiste son las únicas pegas que puedo ponerle a este entretenido libro que además se devora en dos tardes.
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