La Corporación de Rob Hart es un libro que seguramente nunca habría leído si no me lo hubieran regalado. Me lo obsequió una persona muy querida para mí por lo que de ninguna manera podía negarme a darle una oportunidad. Es posible que lo viera antes en alguna librería y hasta puede que leyera su contraportada, si fue así debí de dejarlo de nuevo en su sitio para luego olvidarlo porque cuando lo volví a tener entre las manos no recordaba haberlo visto antes. La primera impresión ha sido la de estar ante un genuino bestseller. Es innegable su aspiración de convertirse en un superventas, bueno, ¿qué autor rechazaría serlo? De momento Hart ya ha conseguido que Ron Howard esté interesado en llevarlo a los cines. Dispone del material adecuado para una buena película, incluso podría pensarse que la novela fue escrita con ese fin ya que tiene todos los ingredientes necesarios para convertirse en un éxito de taquilla: tensión, crítica social, acción, una historia de amor no demasiado acaramelada para los tiempos que corren y una alusión clara a grandes empresas muy de actualidad como Amazon.
Contemos algo de su argumento. En un futuro cercano
en el que el cambio climático ha sumergido a muchas ciudades costeras bajo el
mar y en el que las elevadas temperaturas hacen que apenas se pueda salir de
las casas destaca Cloud, una empresa gigantesca de venta a domicilio que ha
borrado del mapa a la competencia gracias a sus bajos precios logrados en buena
parte por los sueldos miserables que paga. Cloud, la Corporación a la que ser
refiere el título de la novela, es un inmenso y todopoderoso monopolio, su
poder es tal que ha suplantado al gobierno de los Estados Unidos de América en
muchas de sus competencias. En un mundo asolado por el paro Cloud además de un
empleo estable ofrece un lugar, sin duda modesto, donde dormir y una precaria
cobertura sanitaria. Para muchos como Paxton y Zinnia, aunque sean conscientes
de dónde se meten, significa la única solución para poder salir adelante. A
través de los puntos de vista de estos dos personajes que acaban de entrar en
Cloud y de Gibson, el hombre que la levantó de la nada, vamos conociendo los
secretos de la empresa.
Por tanto, La Corporación comienza como muchas otras
distopías de corte clásico con unos primeros capítulos, en este caso dedicados
alternativamente a cada uno de los tres protagonistas, que nos muestran la vida
cotidiana en un futuro cercano. Seguimos los pasos de Paxton y Zinnia desde el
momento en que son seleccionados hasta su llegada a las instalaciones donde se
les asigna un apartamento y un trabajo específico. Hart se muestra muy
minucioso en describirnos las instalaciones de Cloud con sus numerosas tiendas,
sus bares de copas, sus hamburgueserías, salas de juego.., en definitiva un
mundo artificial que a ambos personajes recuerda a un inmenso y frío
aeropuerto. El autor se detiene en explicarnos con pelos y señales el reparto
de tareas, los diferentes colores de los polos con el que se distingue a cada
uno de los trabajadores según la labor que desempeñan, cómo son vigilados
mediante un brazalete que además da acceso a ascensores y a determinados
lugares, la clasificación por estrellas según su rendimiento en el trabajo, los
controles a la entrada de sus puestos de trabajo, los sistemas de
transporte..., en fin todo queda pormenorizado en la primera parte del libro.
Apenas suceden cosas en estas páginas, algo que a muchos puede parecer pesado y
que yo sin embargo me he leído de un tirón. Estos primeros capítulos del libro
sirven además para conocer las diferentes personalidades de cada uno de los
protagonistas y las razones que les han impulsado a entrar en Cloud.
Paxton es un joven un tanto inocente, un emprendedor
resentido con Gibson como consecuencia
de un proyecto empresarial en el que tenía puestas grandes esperanzas y que éste
truncó. Zinnia es el prototipo de la heroína actual, descreída, dura, capaz de
cepillarse a cuatro maromos más grandes que ella sin despeinarse. Uno pensaría
al ver a todas estas mujeres repartiendo mamporros que en lugar de una ley que
proteja a la mujer haría falta una que protegiera a los hombres. Ella hace de
Bruce Willis y él no es que sea exactamente Audrey Hepburn, pero tampoco es
Silvester Stallone. Por otra parte Gibson es el típico americano hecho a sí
mismo, más Trump que Musk, más paternalista que López Obrador el día de
Nochebuena. Se trata de individuos que están completamente convencidos de que
lo que hacen es por el bien de la humanidad.
El futuro que nos presenta Hart como ya hiciera
Marc-Uwe Kling en Qualityland es una clara extrapolación de nuestro
presente, con un consumismo exorbitado y en el que la gente es una pieza más de
la economía. Como es bien sabido (los políticos y los economistas además no se
cansan de repetirlo) la economía debe crecer. No sabemos muy bien por qué, pero
es algo que pocos ponen en duda, aunque
el resultado sea que sólo unos pocos se beneficien de ello. Aquí pueden
apreciarse claras referencias a Quienes se marchan de Omelas (1973), el
célebre cuento de Ursula K. Le Guin. El relato es mencionado en varias
ocasiones a lo largo de la novela, lo que
da una pista de que estamos ante algo más que un vulgar bestseller. Los últimos
capítulos del libro me traen además el grato recuerdo de otro clásico de la
ciencia ficción, ¡Hagan sitio!, ¡hagan sitio! (1966) de Harry Harrison.
La novela tiene sus fallos. El control al que están
sometidos todos los trabajadores de Cloud es tal que el propio autor no sabe cómo
eludirlo, algo necesario para que la trama avance. De manera que a Hart no le
queda más remedio que inventarse un oportuno error de software que después de
la minuciosidad con la que ha construido el escenario resulta un tanto
decepcionante. Tampoco resulta muy creíble la capacidad destructora de Zinnia
aunque ya me he referido a eso antes.
Si bien La Corporación no aporta nada nuevo al cada vez más nutrido género de la distopía puede decirse que está correctamente contada, lo hace sin grandes alardes y ofrece la tensión y el deleite suficientes para que el lector no pueda parar de leer hasta el final.
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