Casi sin que nos demos cuenta estamos a las puertas
de un nuevo año. Vivimos tiempos de inquietud, pisamos con la mirada puesta en
ambos lados del estrecho borde que nos separa del abismo. Nos hemos librado de
una pandemia y ya estamos metidos en una guerra. Pero al menos tenemos los
libros, así que, ante la buena acogida del año pasado, me he animado a volver a
hacer una lista con los libros que más me han gustado de este 2022 que se
acaba.
Como puede verse la lista no abunda en novedades. La
novela más actual es Sólo los vivos perdonan seguida de Transcrepuscular,
el resto son reediciones o novelas con más de diez años de antigüedad que no leí
en su momento. La razones son varias, por un lado, se han reeditado varias
novelas de Angela Carter, mi gran descubrimiento del año, por otra parte,
porque me apetecía rescatar libros antiguos que no había leído y finalmente,
porque la producción de ciencia ficción novedosa de este año no me ha
interesado lo suficiente como para arriesgarme ahora que muchos libros se
venden a precios de artículo de lujo.
Los cronolitos, de Robert C. Wilson, escrita por uno de los escritores más injustamente olvidados de nuestro país, es una novela emocionante, de factura clásica, con unos personajes que además no son de cartón piedra.
Afterparty, de Daryl Gregory, situada en un futuro
en el que cualquiera puede fabricarse en
casa sus propias drogas es un magnífico thriller que destaca por encima de todo
por su humor y por presentarnos a unos personajes insólitos bastante tocados
por los estupefacientes.
Clara y la penumbra, de José Carlos Somoza, me ha sorprendido primero por su audacia a la hora de sacar adelante una idea tan atractiva y compleja como es el de la pintura «hiperdrámatica», y segundo por su escritura preciosista a la vez que efectiva.
Nostalgia, de Mircea Cartarescu, es una maravilla no apta para lectores impacientes. Hay que dejarse llevar por la imaginación del autor y sumergirse sin reparos en sus mundos oníricos llenos de una fantasía que nos hacen evocar la infancia.
Sólo los vivos perdonan, de Ismael Martínez Biurrun, nos habla de cómo el pasado por enterrado que parezca puede aparecer en cualquier momento, como esos fósiles que emergen a la superficie y obligan a los paleontólogos a interpretar de nuevo hechos que creían constatados.
Noches en el circo, de Angela Carter, me ha permitido conocer a una escritora enorme que por diferentes razones no había leído hasta ahora. A veces excesiva, cómica en ocasiones, imprevisible la mayoría de las veces, la novela es una apabullante demostración de imaginación.
Stalker: Pícnic extraterrestre, de Arkadi y Borís Strugatski, se ha convertido en el clásico por excelencia de la ciencia ficción rusa. Más allá de su crítica al régimen soviético es sobre todo una historia imperecedera que nos hace comprender lo insignificantes que somos en este universo inconmensurable y en muchas ocasiones también incomprensible en el que vivimos.
La juguetería mágica, de Angela Carter, parte de un argumento muy dickensiano en el que una chica se queda huérfana y debe trasladarse a vivir con su tío para narrarnos en forma de un precioso cuento el despertar sexual de una niña de quince años.
Transcrepuscular, de Emilio Bueso, merece la pena por la imaginación desbordante de su autor. Nos cuenta el fantástico viaje que emprenden unos personajes nada convencionales para recuperar una reliquia robada en un planeta en el que los caracoles y los insectos juegan un papel importante.
El hombre que cayó en la Tierra, de Walter Tevis, protagonizada por el extraterrestre más humano de toda la ciencia ficción, es una novela que destila una tristeza y una desesperanza absoluta.
Parece confirmarse la tendencia de los últimos años de publicar menos ciencia ficción y más novela de terror y fantasía. Mientras las librerías se llenan de brujas, de magias rebuscadas, de intrigas palaciegas en reinos imaginarios y de infinidad de novelas de Brandon Sanderson cuesta cada vez más encontrar un libro de ciencia ficción adulta de calidad. Aún más difícil es que no pertenezca a una serie interminable. Precisamente este año el mercado se ha llenado de secuelas, lo que ha reducido aún más mi, ya de por sí, limitado repertorio.
Las editoriales, sobre todo las de reciente creación,
parecen haber apostado por los éxitos más candentes del mercado de lengua
inglesa. A veces tengo la sensación de que todo lo que hubiera sido escrito
antes ya no tuviera ningún valor y hubiera que descartarlo por obsoleto o por
no cumplir con los estándares de inclusión o de paridad exigidos. Basta echar
un vistazo a los autores que se publicaban hace diez años en colecciones como
Nova o la Factoría de Ideas para comprobar que la mayoría de ellos han
desaparecido del panorama literario. Algunos lamentablemente han fallecido, ¿pero
qué ha pasado con los demás? ¿Padecen todos de repente el síndrome de la hoja
en blanco? Lo curioso es que basta que se haga una serie o una película para
que el libro en el que se basa, por muy acartonado que esté, vuelva a ser
considerado lo más de lo más.
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