Blog ciencia-ficción

Nada de fantaciencia, ni de literatura especulativa, ni de ficción científica, ni tampoco de literatura futurista. Sólo ciencia ficción.

Universo de pocos

Universo de pocos

jueves, 30 de enero de 2025

“Termush”, de Sven Holm

Portada de “Termush”, de Sven Holm

En los últimos años las editoriales generalistas han perdido el miedo a publicar ciencia ficción. El género está mejor considerado y ha ganado credibilidad aunque por lo general se evite utilizar el término ciencia ficción y se prefiera decir distopía. Prueba de ello es que Editoriales tan serias como Anagrama, Tusquets o Impedimenta han publicado varios novelas del género en los últimos años. En la parte final del libro que me dispongo a comentar Impedimenta menciona otras obras de su catalogo y se atreve incluso a hacerlo bajo el título: «Ciencia ficción en Impedimenta». Así que parece evidente que algo ha cambiado. Mientras tanto las editoriales dedicadas al género fantástico se han decantado más por una fantasía que parece escrita por IAs pero que por lo visto atrapa a un público cada vez más numeroso y se olvidan de la ciencia ficción.

Con Termush, de Sven Holm, Impedimenta recupera un libro publicado hace casi sesenta años, lo curioso es que tiene mucha más miga y vigencia que mucho de lo que se escribe en la actualidad. Es una novela breve de tan sólo ciento treinta y siete páginas y por tanto se hace muy difícil realizar un comentario en cierta profundidad de ella sin desvelar sus entresijos. Termush es el nombre de una especie de hotel que servirá de refugio en el caso de que se produzca una catástrofe a todos aquellos que han tenido la previsión y la suficiente pasta para contratar su estancia allí. El libro comienza con el ingreso del protagonista en esta lujosa institución tras desencadenarse un desastre nuclear del que no se dan detalles. Es un lugar seguro y confortable aunque con cierta periodicidad se producen alarmas por la radiactividad que existe en el exterior, que obliga a los clientes a cobijarse en el refugio que existe bajo el hotel. Pero los verdaderos problemas surgen cuando de la periferia comienzan a llegar algunos supervivientes, muchos de ellos enfermos debido a la radiación, en busca de asilo.

Los paralelismos del relato con lo que sucede en la actualidad en el mundo son evidentes. A Europa llegan todos los años miles de personas que huyen de países regidos por sistemas dictatoriales o de países en guerra, otros muchos huyen de la pobreza o buscan simplemente una vida mejor. A consecuencia de ello la mayoría de los gobiernos están poniendo trabas a la emigración, a veces de una manera encubierta pagando a otro países para que hagan el trabajo sucio y cada vez con más frecuencia y sin ningún tipo de disimulo con el fin de atraer a un electorado cada vez más chovinista.

El hotel de la novela tiene una cabida limitada y recibir a gente de fuera supone para los clientes prescindir de los lujos y de las comodidades que disponen y por los que han pagado una buena cantidad de dinero. También está el temor a no poder hacer frente a todos los que llegan y a que Termush acabe por colapsar ante una posible avalancha humana. Como es natural se producen discrepancias entre los clientes, algunos están claramente en contra y otros a favor de socorrer a los refugiados. Los que son admitidos llegan enfermos y sucios por lo que son vistos muchas veces con temor por los clientes. Pero además de miedo a ser contagiados el pavor se debe también a que suponen una advertencia constante de lo que podría sucederles a ellos en el futuro. De este modo, la dirección procura en lo posible mantenerlos fuera de la vista de los clientes, debido a lo cual comen y duermen aparte.

La novela está escrita en un tono desapasionado, más preocupado en incitar a la reflexión que en sacudir el corazón del lector. Las conclusiones a la que nos lleva no por incómodas resultan menos indiscutibles. ¿Qué hacer si la balsa en la que nos encontramos tras naufragar está completa? ¿Permitimos subir a los demás con el peligro de caer todos al mar o se lo impedimos y dejamos que se ahoguen? Es la paradoja con la que vivimos ahora.


jueves, 19 de diciembre de 2024

"La casa al final de Needless Street”, de Catriona Ward

Portada de "La casa al final de Needless Street", de Catriona Ward

Para muchos una novela o un relato es de terror sólo si provoca miedo. Lo cierto es que acostumbro a leer cómodamente sentado en el sofá del salón sin otra compañía que los libros de las estanterías o la de mi mujer, y nunca me he sentido amenazado. Tengo plena confianza en que los hachazos o dentelladas que se reparten a lo largo del relato no vayan a alcanzarme. El mayor susto que me he llevado se produjo en una ocasión en que me pareció ver agitarse algo entre los caracteres impresos del libro que tenía en las manos, que no era precisamente de terror. La culpa la tuvo uno de esos inofensivos bichos amantes de la celulosa, llamados pececillos de plata o Lepisma saccharina. Si se hubiera tratado de un libro de Adrian Tchaikovski o de Anna Starobinets tal vez no me habría sorprendido tanto, el caso es que el libro acabó unos instantes volando por los aires.

Entonces, ¿qué entiendo yo por terror? Supongo que un relato de terror debe crear más que miedo una especie de desasosiego, se trataría de un estremecimiento de índole más intelectual que físico a diferencia del que podría provocarnos, por ejemplo, una película. Cuando leemos si acaso tememos lo que pueda sucederles a los personajes del libro pero sabemos que nuestra integridad no corre peligro. De todos modos, mi intención no era teorizar sobre lo que es el género de terror sino hablar de La casa al final de Needless Street, de Catriona Ward. Una novela etiquetada como terror, que tiene una portada que enseguida se identifica con el género y que me ha provocado un sinfín de emociones en ningún modo adecuadas para una posterior siesta pero entre las que no se cuenta el terror. Hablo de terror, otra cosa diferente es el horror como muy bien explica Ismael Martínez Biurrun en este artículo.

Con esto no quiero restarle valor al libro, que me ha tenido atrapado desde el principio y además de qué manera. Hay que reconocerle a Ward la enorme habilidad que posee para enganchar al lector teniendo en cuenta además que lo hace con una historia que si la redujéramos al esqueleto, tal vez no llamaría demasiado la atención. Ted, un tipo peculiar con evidentes trastornos mentales, vive en una calle apartada no muy lejos de un lago en el que años atrás desapareció una niña, la llamada Niña del Helado, de la que nunca volvería a saberse. Desde el principio Ted resulta sospechoso, muy sospechoso, no sólo por la forma extraña que tiene de comportarse sino porque da la casualidad de que vive con una niña cuya edad coincidiría con la que tendría entonces la Niña del Helado. Se trata de una niña asalvajada a la que llama hija y que desaparece de manera misteriosa cada cierto tiempo durante varios días. Como puede verse no es un  argumento que destaque por su originalidad, el secreto de Ward está en la elección que hace de los narradores, cuatro narradores principales de los cuales uno de ellos es el propio Ted. Estos cuatro personajes se reparten los capítulos del libro pero los únicos que están contados en primera persona son los relatados por Ted. Poco más puede decirse sin correr el riesgo de destripar la historia.

Lo curioso es que uno de estos narradores es un gato, lo que me ha provocado un vivo rechazo. No sabía si tomármelo como una broma o si se trataba de una de esas extravagancias  de autor nuevo que se las quiere dar de guay. En cualquier caso me ha sacado del libro. Es como si de repente una historia que dábamos por real y posible pasara a convertirse en una fantasía Disney. Imaginemos que en Los pájaros de Hitchcock los cientos de pájaros posados sobre el cable de alta tensión se pusieran a cantar Cien gaviotas de Duncan Dhu. Pues algo así es lo que he sentido. Afortunadamente conseguí sobreponerme a mi profunda decepción y poco a poco no sólo he llegado a aceptarlo sino también a disfrutarlo. Gracias al gato este la novela cobra en ocasiones un tono humorístico que no viene mal para aliviar un poco la tensión constante. En todo caso he decir que al final todo toma sentido y tiene su explicación.

La casa al final de Needless Street transcurre la mayor parte del tiempo en una casa cuyas ventanas están cubiertas de cartones por las que apenas entra la luz del sol, y en la que  Ted no deja entrar a nadie. Los que viven en su interior apenas parecen tener capacidad de maniobra y lo único que hacen es seguir adelante y esperar a lo que suceda. La atmósfera que se crea es de una claustrofobia casi insoportable. La novela está más cerca del terror psicológico de, por ejemplo El otro de Thomas Tryon, con el que comparte algunos elementos, que del terror de Clive Barker.

Ward maneja al lector a su antojo. Lo induce a creer primero una cosa para poco más adelante forzarlo a desmentirlo. A medida que uno va leyendo tiene que reconsiderar las presunciones que ha ido realizando. Se trata de una de esas novelas en las que cuesta resistirse a la tentación de saltarse las páginas para saber lo que va a pasar y aunque no está exenta de truculencia hay que reconocer que resulta por completo irresistible.

lunes, 25 de noviembre de 2024

“La rata de acero inoxidable”, de Harry Harrison

Portada de “La rata de acero inoxidable”, de Harry Harrison

Da la casualidad de que los últimos libros que he reseñado han sido más bien tirando a intensos y como no me gusta abusar de mis maltrechas neuronas he buscado una lectura más ligera para darles tiempo a recuperarse. La rata de acero inoxidable, del escritor norteamericano Harry Harrison reeditada hace poco por Minotauro, con su promesa de aventura y de humor me  brindaban la oportunidad de hacerlo. Desde luego no puede decirse que la novela no sea ligera, lo cierto es que es tan ligera, que apenas sé qué decir de ella. De manera que recurriré a los calificativos que todo reseñador novel o experimentado ha utilizado alguna vez y que no por conocidos o tópicos resultan menos eficaces. Ya sabéis, todo eso de que tiene un ritmo endiablado (ritmo y endiablado siempre van juntos), que se lee en un suspiro o que constituye un brillante tour de force, bueno esto ya sería pasarse tres pueblos. En fin, se trata de una novela entretenida y simpática pero que está lejos de poder ser considerada un clásico ineludible de la ciencia ficción.

Harrison es un escritor de ciencia ficción conocido sobre todo por su novela ¡Hagan sitio!,¡hagan sitio!, recuperada recientemente también por Minotauro, en la que nos presenta un mundo superpoblado y con escasez de alimentos. Sin embargo la mayor parte de su producción está consagrada al más puro entretenimiento. Así sucede en varias de sus novelas que luego ha convertido en series como Bill,héroe galáctico o el Mundo de la muerte, en ocasiones alargadas en exceso por razones fundamentalmente crematísticas. La rata de acero inoxidable también acabó convirtiéndose en una serie de la que en nuestro país, que yo sepa, sólo se ha publicado el segundo libro, La venganza de la rata de acero inoxidable.

La rata deacero inoxidable es una «space opera» de tono humorístico. Su protagonista, James Bolívar, alias Jim di Griz, pertenece a ese uno por ciento de delincuentes que hacen que en una sociedad en la que apenas hay descontentos la policía sea necesaria; es lo que llaman una  rata de acero inoxidable. Roba por gusto, por amor a la aventura y para sentirse libre de las ataduras de la sociedad. Sin embargo, aunque es un ladrón tiene sus principios y por eso nunca ha matado a nadie.

Quizás lo más destacable de la novela sea el ritmo vertiginoso que le imprime Harrison.  Sin embargo, no todo es acción también ofrece algunos momentos de humor, por ejemplo el  encuentro del protagonista con el rey Villelm es para partirse. Así y todo me esperaba un tono más de comedia que el que me he encontrado. Con eso no quiero dar a entender que las aventuras de di Griz deban tomarse demasiado serio. Los acontecimientos que se narran apenas se sostienen, no obstante Harrison sabe encubrir los fallos con gran habilidad. Aunque a nada que  uno se preocupe por analizar lo que sucede, se da cuenta de que las estrategias de di Griz carecen por completo de sentido, ya se trate de efectuar un robo o de trazar los planes para encontrar a la desalmada Angelina cuando es reclutado por los Cuerpos Especiales. Harrison hace que traguemos con todo repitiendo constantemente lo bueno que es di Griz haciendo esto y lo otro, o sea aludiendo a su innata habilidad y a su vasta experiencia. Un recurso que utilizaba muy a menudo también el bueno de Heinlein en muchas de sus novelas. A base de repetir que un personaje es una autoridad en su campo, aunque sus actos no lo corroboren, se nos induce a pensar que todo lo que hace es de una lógica aplastante. Es evidente que hay una intencionalidad paródica en ello pero desde mi punto de vista le falta un poco más de mala leche al relato. Por otra parte he de reconocer que después de más sesenta años (el libro se publicó por primera vez en 1961) la novela ha perdido parte de su frescura y de su capacidad para sorprender al lector.

En cualquier caso me alegro, aunque no deje de sorprenderme, de que Minotauro esté recuperando gran parte de la obra de Harry Harrison. Además me ha permitido volver a escribir una reseña a la manera distendida y desenfadada en que solía hacerlo. Cosa distinta es que ésta sea de utilidad a alguien, pero a mí he de decir que me ha sentado francamente bien.

jueves, 31 de octubre de 2024

“La continua Katherine Mortenhoe”, de D.G.Compton

Portada de “La continua Katherine Mortenhoe”, de D.G.Compton

Debo reconocer que no he sabido de la existencia de este libro y de su autor hasta hace muy poco tiempo, algo sorprendente si tenemos en cuenta que la novela data de 1974 y que fue incluso adaptada al cine. La razón de mi ignorancia está en parte justificada, puesto que el libro no fue publicado en nuestro país hasta hace relativamente pocos años, en concreto en 2019. Su autor, el británico D. G. Compton, es un completo desconocido en España, siendo La continua Katherine Mortenhoe el único libro suyo que se ha traducido pese a haber escrito más de una decena de novelas de ciencia ficción. Algunas de ellas como Synthajoy, en la que se describe un futuro en el que los estados emocionales pueden ser grabados, han suscitado comentarios muy elogiosos. Conocía, eso sí, la película que se basó en el libro y que se tituló La muerte en directo. Dirigida por Bertrand Tavernier y con un reparto estelar en el que cabe destacar a Rommy Schneider y Harvey Keitel entre los protagonistas, Harry Dean Stanton y Max von Sydow en papeles secundarios, cuando la vi no supe apreciarla como es debido interesado como estaba entonces por un cine más espectacular y porque era demasiado joven para que la muerte fuera a preocuparme.

La novela entre otras cosas es una crítica implacable a los medios de comunicación. Ya se sabe la audiencia lo es todo y como sucede en política todo vale para medrar. Cuando Compton la escribió, la idea de filmar en directo la muerte de una persona podía parecer algo bastante inverosímil pero pasados cincuenta años ya no lo es tanto acostumbrados como estamos a que se emitan por televisión todo tipo de realities a cuál más execrable y que a través de las redes sociales la gente propague inimaginables miserias propias y ajenas. Leída hoy el mensaje de la novela ha perdido por tanto algo de fuerza y su impacto sobre el lector no es el mismo que el que pudo tener entonces. Lo que queda es un retrato concienzudo de una serie de personajes que por otra parte no derrochan simpatía lo que, añadido a cierta morosidad en la trama, hace que cueste entrar en la novela. Afortunadamente los dos protagonistas evolucionan a medida que se van conociendo y se desprenden a su vez de la capa de cinismo que los envuelve hasta dejar asomar al ser humano que hay debajo. A partir de entonces el libro gana en interés hasta llegar a un final vibrante y pleno de dramatismo.

La novela comienza con una inesperada y brutal noticia para Katherine Mortenhoe, le restan un máximo de cuatro semanas de vida. Su médico le anuncia que padece una extraña y novedosa enfermedad causada por una sobreexposición a la información que provoca la destrucción de las terminaciones neuronales. Todo ello queda agravado por su reticencia a aceptar la realidad psicológica. Se trata como puede verse de una idea muy dickiana y llena de excitantes implicaciones, de plena actualidad en estos tiempos en el que las noticias, la publicidad y las redes sociales no descansan en su asedio. La muerte, en ese futuro en el que transcurre la historia, se ha convertido en algo infrecuente y despierta por tanto una enorme curiosidad, algo que Vince, un importante productor de televisión sin escrúpulos, no puede desaprovechar. Para ello cuenta con una baza importante, su reportero estrella se ha implantado unos ojos artificiales con los que podrá grabar los últimos días de Katherine sin interferir en su día a día.

El futuro que imagina Compton no es muy diferente a nuestro presente, por ejemplo las diferencias sociales persisten. En un extremo están los marginales, desarrapados sin hogar que malviven gracias a la beneficencia y de la que el resto rehuye como si fueran unos apestados; y en el otro los más ricos que se afanan en encontrar cualquier cosa que los saque de la insufrible abulia que los embarga. Las protestas en las calles se han convertido en una molestia habitual pero la mayoría parece acomodada en la apatía que le proporciona una vida sin graves contratiempos y busca las emociones en las pantallas de televisión.

Contada en primera persona la novela alterna entre el punto de vista de Katherine y el de Roody, el reportero. Es una novela muy atípica dentro de la ciencia ficción de la época por la importancia que se le concede a los personajes y por una calidad literaria superior a la media aunque en ocasiones el autor puede llegar a pecar de cierta pedantería. En su tercio final la novela se transforma en una historia de carretera o «road novel» como se diría en inglés, que siempre suena más moderno y menos paleto. Por todo ello La continua Katherine Mortenhoe es una novela a tener en cuenta, sin llegar a ser un clásico ha sido olvidada y creo que merece la pena recuperar este relato cruel y mordaz de lo que es el ser humano, capaz incluso de convertir el dolor y la muerte en espectáculo.

domingo, 29 de septiembre de 2024

“Semiosis”, de Sue Burke

Portda de “Semiosis” de Sue Burke

         La famosa frase del poeta francés Paul Elouard: «Hay otros mundos, pero están éste» debió de estar en la mente de muchos autores de ciencia ficción pertenecientes a lo que se llamó  la New Wave pues muchos de ellos en lugar de mirar al espacio y a lejanos planetas optaron por escudriñar el alma humana y asomarse al mundo interior. Más tarde con la llegada del ciberpunk, que puso el punto de mira en el futuro próximo, este desinterés no sólo se prolongó sino que se acentuó. Así y todo incluso autores tan afines a la New Wave como pueden ser Aldiss, Silverberg o Delany escribieron novelas en las que los alienígenas jugaban un papel importante, algo que  dudo hicieran Gibson o Sterling.

Sin embargo el deseo de especular con la posibilidad de que existan seres muy diferentes a nosotros en otros mundos e imaginar el aspecto que tendrían, cómo pensarían, si serían belicosos o pacíficos es algo connatural a todo aficionado a la ciencia ficción. Por esta razón siguen apareciendo libros y películas en los que se describe un primer contacto. Para mí siempre es motivo de alegría cada vez que surge una novela de este tipo siempre que el autor se tome en serio sus alienígenas. Estoy pensando principalmente en seres inteligentes, no en gusanos gigantes como los de Dune. Hay que reconocer que no es fácil, sobre todo si se quiere construir algo más que un simple remedo de ser humano con orejas puntiagudas o de piel verde. Que se lo digan a Asimov que tardó años en incluir extraterrestres en sus novelas, no lo hizo hasta ya cumplidos los cincuenta en una de sus novelas más inusuales dentro su extensa obra, Los propios dioses.

En Semiosis, su autora, Sue Burke, ha tratado de hacer lo propio imaginando un organismo extraterrestre inteligente con la particularidad de que en lugar de al reino animal pertenece al vegetal. El reto es grande ya que su criatura es una planta incapaz de desplazarse y de interaccionar con el medio como lo haría cualquier animal. Sin ojos y sin oídos diríase que comunicarse con ella se antojaría imposible. Burke se ha basado en estudios recientes que demuestran que las plantas se comunican entre sí liberando un amplio abanico de sustancias  para crear un complejo ecosistema en el que éstas dominan sobre los animales. El resultado es un relato apasionante que se desarrolla en un escenario en el que las diferentes especies vegetales han llegado a un delicado equilibrio en el que colaboran entre sí para no verse perjudicadas. En ese intrincado sistema los animales cumplen también una función importante y gracias a ellos  las plantas pueden superar algunos de sus impedimentos y prosperar más allá de sus limitaciones.

En este contexto un grupo de humanos que viene huyendo de los desastres ecológicos y de los conflictos de la Tierra llega al planeta con el fin de establecerse de manera permanente. Las plantas tal y como hicieron con los animales autóctonos procurarán defenderse en caso de verse amenazadas y se aprovecharán de lo que les puedan ofrecer. Los humanos por su parte  deberán comprender cómo funciona la ecología de ese mundo si no quieren perecer por inanición o envenenados. Se trata además de una comunidad pacifista decidida a no repetir los errores que se cometieron en la Tierra y cuyo propósito es vivir en armonía con la naturaleza. Ya el nombre que deciden dar al planeta, Pax, deja bien claro sus intenciones. Evidentemente las cosas no resultarán fáciles. Además de los obstáculos que les pone el ecosistema deberán contar con las disputas propias de toda sociedad humana. Los choques acabarán por producirse, sobre todo entre las diferentes generaciones, por lo que a pesar de sus buenos propósitos la violencia terminará por surgir.

En la novela se cuenta cómo esta sociedad idealista va prosperando a lo largo de varias generaciones y cómo se verán obligados a enfrentarse a más de un dilema moral que chocará con sus convicciones. Sobre todo cuando hace aparición una tercera especie inteligente en la que algunos de sus miembros no están dispuestos a convivir con los terrestres. El libro está dividido en siete capítulos y cada uno de ellos está dedicado a un personaje de una generación diferente. La mayoría de ellos pueden considerarse narraciones perfectamente terminadas con lo que el libro es una especie de fix-up de relatos que suceden en Pax y que son contados en orden cronológico. Pero además, por la profundidad y el esfuerzo que la autora les dedica, Semiosis es también una novela de personajes Entre todos ellos cabe destacar la entidad vegetal a la que Burke quiere dotar de una personalidad singular, cosa que por desgracia logra solo en parte. Lo borda con los personajes humanos pero con el alienígena al que llaman Stevland comete el error de hacerlo demasiado humano desde mi punto de vista. La primera parte del libro, cuando intentan comunicarse con él y establecer un acuerdo de colaboración, resulta fascinante pero en cuanto la autora le da voz el misterio en que venía envuelto el personaje se esfuma y se convierte en uno más de la colonia. Deja de ser un alienígena con su propia idiosincrasia, lo único que lo distingue de los humanos es su capacidad de comunicarse con otras plantas y de influir en ellas liberando sustancias químicas. Es uno de los pocos fallos que le veo a esta novela que por otro lado me ha parecido inteligente y emocionante de comienzo a fin.

Empecé esta reseña citando a Paul Elouard para explicar que muchos escritores desestimaron la ciencia ficción que miraba al espacio exterior porque no se ocupaba del mundo interior. Semiosis es una prueba palpable de que es perfectamente posible mirar más allá de nuestro sistema solar al tiempo que se explora la mente humana.

martes, 16 de julio de 2024

"El largo mañana", de Leigh Brackett

        

Portada de "El largo mañana" de Leigh Brackett

El largo mañana de Leigh Brackett es uno de esos clásicos de la ciencia ficción que inexplicablemente había quedado sin publicar en nuestro país. Han tenido que pasar más de 60 años para que La Hermandad del Enmascarado, asociación especializada en literatura pulp y que edita la revista Barsoom, la haya rescatado para el público español. Este olvido llama aún más la atención si tenemos en cuenta que su autora, Leigh Brackett, era una conocida guionista de grandes películas de Howard Hawks como El sueño eterno,  Río Bravo o El Dorado. En los últimos años se han ido recuperando algunas obras escritas por mujeres como Marge Piercy (Mujer al borde del tiempo), Octavia Butler (La parábola del sembrador, La parábola de los talentos, Trilogía Xenogénesis), Joanna Russ (El hombre hembra) o por la más que conocida Ursula K. Leguin, sin embargo El largo mañana, quizás por tratarse de una novela en la que las mujeres no tienen un papel demasiado relevante ni pretende reivindicar el feminismo ha seguido relegada al olvido hasta ahora.

Y es una lástima, porque se trata de una novela que a pesar de los años transcurridos no ha quedado anticuada como otras más conocidas. Seguramente porque Brackett, al contrario de lo que en esa época hacían la mayoría de sus colegas, no pone a sus personajes al servicio de la trama, forman parte de la historia y no son un mero instrumento que se pliega a la conveniencia del autor. Cada uno tiene una personalidad definida que permite distinguirlo de los demás.  Son además de carne y hueso, lo que favorece que nos metamos en su piel y esto es algo que a mí me resulta fundamental como lector. Brackett crea además un escenario y un contexto social totalmente plausible lleno de detalles que lo hacen real.

La novela nos traslada a unos Estados Unidos en el que tras una guerra nuclear las grandes ciudades han quedado destruidas por completo. Años después la nación ha logrado en parte recuperarse, la gente se ha trasladado a los pueblos (las ciudades están prohibidas por miedo a que la historia vuelva a repetirse) donde llevan una vida modesta con lo que obtienen del campo y con lo que compran a los vendedores ambulantes. Se trata de una sociedad muy conservadora, que se rige por la Biblia y que reniega de la tecnología, que es considerada un instrumento del diablo. Len y Esau son dos adolescentes que viven en un apacible pueblo sometidos a la severa disciplina de sus padres, miembros como el resto de los habitantes de los nuevos menonitas. La abuela, que conoció el mundo antes del gran desastre, les habla chocheando en ocasiones de las maravillas que podían encontrarse en las antiguas ciudades. Los chicos además han oído  rumores sobre un lugar prohibido llamado Bartorstown que parece reunir todo lo malo del pasado. Como jóvenes que son, y por tanto con cierta querencia por hacer lo contrario de lo que les dicen los mayores, quieren averiguar más sobre cómo se vivía antes de que estallara la guerra. Asisten horrorizados al linchamiento de un hombre acusado de venir de Bartorstown y el hecho de ver con sus propios ojos lo que el fanatismo es capaz de hacer aviva aún más sus fuertes deseos de conocer que hay tras ese lugar llamado Bartorstown.

El largo mañana hace suyos elementos que casi de inmediato relacionamos con las películas clásicas del oeste. Sus páginas nos darán la ocasión de reencontrarnos con el viejo patriarca que rige los designios del pueblo, con las masas enfervorizadas que pretenden tomarse la justicia por su mano, con las extensas y fotogénicas llanuras del Lejano Oeste o con el fragor de los barcos de vapor que surcan los caudalosos ríos de Norteamérica. La disyuntiva que se plantea en la novela entre progreso e inmovilismo ha sido abordada también en algunas películas del género como en Río Rojo de Howard Hawks, en Dodge, ciudad sin ley de Michael Curtiz y en muchas otras en las que los ganaderos se oponen a la llegada del ferrocarril. En la novela de Brackett el enfrentamiento se produce en concreto entre quienes defienden la ciencia y los que se dejan arrastrar por el fanatismo religioso. Esto no quiere decir que la novela arremeta contra la religión, enseguida se hace evidente  que incluso los personajes que más condenan el fanatismo religioso van también a misa con asiduidad y se casan por la iglesia. Quizás sea en esto en lo que más se le notan los años a la novela, en la manera en que sus personajes se comportan, igual que lo harían los protagonistas de esas viejas películas.

Si bien el relato se postula a favor del progreso y de la ciencia, no lo hace sin mostrar también algunas reservas. Se trata de dudas que la autora pone en boca de su personaje principal, Len, un chico en extremo reflexivo que antes de tomar una decisión importante tiene que rumiarla durante días. Cuando comprende lo que implica el progreso y ve la capacidad de destrucción que tiene la ciencia queda espantado y surgen las dudas. La guerra fría y el miedo a  la guerra nuclear estaban muy presentes en los años en los que se publicó la novela. Por desgracia  este peligro sigue presente hoy en día, no parece que a lo largo de estos sesenta años hayamos progresado mucho en este sentido.

Llama también la atención que, al contrario de lo que suelen reclamar la gran mayoría de aficionados a la ciencia ficción, la novela avance sin excesiva prisa, una consecuencia de lo que he mencionado antes, el tiempo que se toma en caracterizar a los personajes, en mostrar sus motivaciones y también en construir el contexto. Sin duda es una obra más literaria de lo esperado pero a la traducción le ha faltado alguna que otra revisión para poder disfrutar de ello.

¿Qué más puedo decir? Recomendarla sin duda. El largo mañana es una novela de crecimiento, un western y además ciencia ficción. ¿Qué más se puede pedir?

El libro que contiene esta novela y que han titulado Después del fin contiene otro relato postapocalíptico, La ciudadela de las edades perdidas, más cercano a lo que solía escribir Brackett, más aventurero, más pulp pero también con menos  interés.

martes, 18 de junio de 2024

"Ypsilon Minus", de Herbert W. Franke

 

Portada de "Ypsilon Minus”, de Herbert W. Franke

Encontré este libro, Ypsilon Minus (1975), en la última Feria del Libro Antiguo y de Ocasión que se celebra todos los años en Murcia. A punto estuve, animado por el librero, de llevarme también alguna de las Antologías de Novelas de Anticipación que publicó Acervo en los años 60 y 70. En particular me interesó el volumen VI por contener varios relatos de Daniel Galouye (autor de Mundo tenebroso) que no han vuelto a ser publicados ni creo que lo vayan ser nunca. Lo cierto es que había varios volúmenes más que me resultaron interesantes, pero al final el polvo adherido durante lustros a los lomos y el tamaño nada desdeñable de mi pila me hicieron desistir. En su lugar, para compensarme por mi entereza me llevé este librito de poco más de doscientas páginas y con más posibilidades de acomodo en la estantería.

Su autor, el escritor austriaco Herbert W. Franke, fue uno de los autores de ciencia ficción en lengua alemana más reconocidos. Casualmente otra de sus novelas más célebres, La caja de las orquídeas (1961), se publicó ese mismo año (1978) en nuestro país. La leí hace mucho tiempo y no he vuelto a releerla por lo que recuerdo más bien muy poco de ella, excepto que contaba con unas ideas muy interesantes, que tenía un final demoledor pero que le hubiera venido bien un poco más de ritmo. No me dejó mal recuerdo y el libro que tenía en mis manos no costaba más que 6 Euros de manera que me lo compré.

El protagonista de Ypsilon Minus es Benedikt Erman un tipo en apariencia corriente que vive una vida sin demasiados alicientes. Hace cola para la comida, procura desempeñar su trabajo sin llamar la atención y realiza con desgana las actividades a las que el estado le obliga en su  tiempo libre. El mundo en el que vive es gris y no sólo por la densa niebla que debido a la contaminación lo rodea sino porque todo, hasta el más mínimo detalle, es controlado por el gobierno. Utiliza para ello procedimientos de lo más variado, que a medida que pasamos páginas  vamos descubriendo, gracias sobre todo a unos breves capítulos que en su mayoría no son otra cosa que extractos, informes del gobierno que se intercalan a lo largo de la novela. Estos capítulos tienen títulos como «Comunicación interna sobre la cuestión de las emociones», «Cancionero del entrenamiento psíquico», «Extracto del registro “Amor al Estado”», «Instrucciones para la modificación de la personalidad», los cuales nos dan una idea de la diversidad de disciplinas que contempla el régimen para lograr sus fines. Como puede verse se trata de una distopía muy al estilo de 1984. Lo que hace el escritor austriaco es aportar nuevos métodos de represión.

En la novela de Orwell se utilizan mecanismos sobre todo de tipo político y policial o lo que es casi lo mismo propaganda y vigilancia. En Ypsilon Minus la ciencia tiene por el contrario un papel mucho más destacado. De hecho los avances tecnológicos son el instrumento preferido por el gobierno para dominar al pueblo. El estado no sólo trata de mantener el orden en el día a día además pretende prevenir cualquier posible rebelión futura. Para lograrlo y evitar que aparezcan elementos desestabilizadores sólo a algunos individuos escogidos se les permite engendrar hijos. Si la genética falla, siempre cabe la posibilidad de recurrir a la cirugía o las drogas para enmendar el error.

Erman trabaja en la central de computadoras y su tarea consiste en examinar las fichas de las diferentes personas que la máquina le propone para su clasificación. A los más aptos se le asigna la categoría A, ocupan los puestos de mando y disponen de privilegios que otros como los de categoría R, grupo al que pertenece Erman, no poseen. Las categorías inferiores representan lo más descastado de la sociedad y ser degradado debajo de Y- es lo peor que le pude pasar alguien aunque no se sepa muy bien lo que eso implica. Erman cree que la «nihilación», sea lo que sea que eso signifique. Un día Erman recibe el sorprendente encargo de evaluarse a sí mismo. El primer examen que realiza de sus datos lo llena de terror ya que podría descender a la fatídica categoría Y minus. Con el corazón en vilo revisa sus datos y descubre que en su historial faltan tres años de su vida. Erman intentará por todos los modos recuperar la memoria perdida y reconstruir esos años borrados.

Hay que reconocer que en muchos aspectos, sobre todo con relación a los avances tecnológicos, la novela ha quedado superada. Los sistemas de control y vigilancia actuales son mucho más avanzados que los que propone el libro, sin embargo, en estos tiempos de fake news en los que los hechos son interpretados a conveniencia de cada cual, de proliferación de cámaras de vigilancia y de regalías aún tiene cierta vigencia. A mí particularmente esos ordenadores con esas aparatosas interfaces a base de palancas y botones me parece que le dan un toque demodé que no le sienta mal a la novela.

La cuestión importante es qué puede aportar Ypsilon Minus a las distopías clásicas del estilo de 1984. Frente a una novela de la categoría de la de Orwell, no mucho a decir verdad sin embargo la novela logra despuntar cuando se sale de lo que es habitual en este tipo de distopías. Uno de los momentos que más me ha gustado es cuando el protagonista se asoma por encima de la niebla que envuelve la ciudad y comprende que ha vivido engañado. Al igual que sucede en muchos de los relatos escritos por Philip K. Dick la realidad no es lo que parece. Los mandamases no sólo alteran la historia también el presente (otra idea muy de Dick). Es verdad que el libro resulta menos brutal y desesperanzador que 1984 pero hay que reconocerle su punto.