
¿Recuerdan esa vieja máxima de enseñar
deleitando? Creo que se debe a Horacio. Bien, pues a Cixin Liu le debe ser muy
querida ya que todo el libro desprende un didactismo, un deseo de explicarnos
la ciencia, que en muchas ocasiones va en detrimento del ritmo de la novela. Es
algo sorprendente y que no debe desdeñarse en estos tiempos en que lo realmente
moderno es ser oscuro y cuanto más mejor. Estoy pensando en escritores “Hard”
como Greg Egan o Peter Watts. Sin embargo, Liu es un autor que parece surgir
del pasado lejano, más próximo a Asimov y a Clarke, para el que ni la “New Wave”
o el “Cyberpunk” existieron nunca; un autor más interesado en la especulación
científica que en abrir nuevos caminos en la literatura, algo que lo diferencia
claramente de sus colegas “Hard”. Los personajes en esta novela, más que en
ninguna otra de la trilogía, se convierten en meros instrumentos de los que se
sirve el autor para exponer sus ideas. Clarke y Asimov solían ser menos
prolijos. Liu por el contrario, cuando se propone explicar alguna de sus ideas (algunas
realmente notables), se excede y en muchas ocasiones se vuelve repetitivo hasta
la indigestión. En este sentido recuerdo la batalla que tiene lugar en El
bosque oscuro entre la flota terrestre y los trisolarianos. Mientras leía cómo
la “gota” mortífera enviada por los trisolarianos atravesaba la séptima nave en
formación (descrito con pelos y señales) y sabiendo que quedaban varios cientos
más por ser destruidas, mi cabeza estuvo a punto de emular al fatídico
proyectil e intentar traspasar el libro. Por consideración a los potenciales
lectores de El fin de la muerte no daré ejemplos de la novela que nos
ocupa, aunque hay más de uno igual de desesperante.
La parte que más disfruté del primer
libro fue la que tiene que ver con el videojuego. En él mediante divertidos e
imaginativos símiles se nos describe la lucha de los trisolarianos por
encontrar una solución a la inestabilidad de su complejo sistema solar. En El
fin de la muerte Liu vuelve a hacer algo parecido. En este caso, en lugar
de un videojuego, se trata de unos cuentos fantásticos, los cuales una vez
descifrados pueden ayudar a resolver ciertas cuestiones científicas decisivas
para la supervivencia de la humanidad. El escritor chino introduce en los
relatos unas analogías muy sugerentes e imaginativas con las que a pesar de
todos los defectos que he mencionado antes sobre su escritura logra
conquistarme.
Todavía no he hablado del argumento,
pero poco se puede decir sin arruinar los continuos giros de la trama. La
historia comienza con un amor platónico. Yun Tianming está enamorado de una
antigua compañera de carrera que luego participará en el proyecto de Naciones
Unidas de diseñar una nave espacial. Los amores que describe Liu son siempre
imposibles, arrebatados y folletinescos, algo que resultará familiar a los que
han leído el volumen anterior de la trilogía.
Éste amor jugará un papel importante en el futuro de la humanidad.
Liu se revela en esta novela como un escritor
ambicioso que no teme elucubrar acerca del origen del universo y viajar
millones de años al futuro. Ha escrito una obra monumental en la que tiene
cabida un poco de todo, desde la idea más descabellada hasta la más fascinante.
Liu explota sus ideas hasta sus últimas consecuencias y no las suelta hasta
extraer todo su jugo. En El fin de la muerte aún consigue sacarle
sustancia a la teoría del Bosque Oscuro. Ya saben, esa hipótesis que explicaría
por qué con tantas estrellas en el universo y con tantos posibles planetas
similares a la Tierra no recibimos señales de vida inteligente. Se trata de una
teoría extremadamente pesimista, formulada por alguien con delirio persecutorio
a la que tampoco hay que concederle demasiado crédito, pero que da mucho juego
narrativo. Liu lo aprovecha al máximo y logra poner un final bastante digno a
la serie.
En definitiva una trilogía que con
bastantes menos páginas, menos personajes, menos cielos teñidos de fuego, menos
giros y sobre todo menos explicaciones redundantes habría sido una obra mucho más
redonda.
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