Ahora que se están recuperando viejas distopías feministas y que el mercado se ha visto saturado con otras nuevas he querido rescatar esta novela de 1960 que se anticipa a muchas y que cuenta con la particularidad de no haber sido escrita por una mujer. Cuando fue publicada en España por Adiax allá por 1982 y pocos años después por Orbis, o sea con más de cuatro lustros de retraso, no me decidí a leerla, eran mis años estudiantiles y mi escaso capital me obligaba a sopesar con esmero mis lecturas. Tenía la intención con esta reseña de dejar constancia de que también hubo hombres que en su día se preocuparon por la situación de la mujer en la sociedad. A decir verdad Theodore Sturgeon se adelantó con Venus más X varios años a Ursula K. Le Guin o a Joanna Russ pero mi propósito se ha visto en parte empañado porque el libro, lamento decirlo, no ha satisfecho mis expectativas.
La obra novelística de ciencia-ficción de Sturgeon es escasa, aún así durante un tiempo se codeó con los llamados tres grandes de la ciencia-ficción clásica: Robert A. Heinlein, Isaac Asimov y Arthur C. Clarke (Ray Bradbury nunca entraba en esta lista supongo que porque lo suyo era la fantasía). Siempre se elogió su estilo depurado con su dosis de poesía que lo elevaba por encima del resto pero hoy en día es un autor olvidado al que únicamente se recuerda por su novela Más que humano y la conocida ley que lleva su nombre: “El noventa por ciento de la ciencia-ficción es basura porque el noventa por ciento de todo es basura”. Sturgeon cuenta, no obstante, con infinidad de relatos que merecerían reeditarse, por su originalidad y por tocar temas que otros autores procuraban evitar entonces. No puedo juzgar el resto de su obra novelística de ciencia-ficción (Violación cósmica, Los cristales soñadores o Cuepodivino), por no haberla leído y resultar ahora mismo difícil de conseguir. También escribió novela policiaca bajo el seudónimo Ellery Queen y guiones para Star Trek. Aquí pueden encontrar más detalles de su vida.
Pero volvamos a Venus más X y al que considero su principal problema, que no es otro que el de resultar terriblemente aburrido la mayor parte del tiempo. Sturgeon quiere que vivamos en nuestras propias carnes el asombro y la desorientación que siente un hombre de los años cincuenta que cree despertarse en el futuro y se topa con unas maravillas inexplicables y desconcertantes, algo perfectamente válido si no fuera por el sinfín de páginas que requiere. Se nos describe con todo detalle la arquitectura, el sistema de transporte y la estrambótica vestimenta de sus habitantes (por alguna razón que se me escapa la variedad de colores de su indumentaria parece preocupar en particular a Sturgeon), sin embargo todas estas conquistas de la ciencia que en los años en que se publicó la novela pudieran impresionar a algunos carecen por completo de interés hoy en día. El estilo, que es en lo que se supone que Sturgeon destaca frente otros escritores, me ha parecido a ratos anticuado y en exceso afectado, algo que la traducción de Domingo Santos, que antepone todos los adjetivos al sustantivo como en el inglés, acentúa aún más.
El gran mérito de la novela está en plantear cuestiones que la ciencia-ficción no solía abordar entonces como son la desigualdad sexual y el absurdo de ciertos roles que la sociedad ha adjudicado a la mujer. Con el fin de enfatizar esta arbitrariedad el autor intercala escenas de la vida de una familia de clase media de los años cincuenta en el relato principal, donde nos presenta una sociedad utópica en la que todo esto parece resuelto. Se trata de una solución discutible por cuanto ambas tramas permanecen completamente disociadas la una de la otra y no llegan a converger en ningún momento. Los «ledom», que así es como se hacen llamar los miembros de esta utopía, creen que la única manera de terminar con la desigualdad de sexos es poseer ambos a la vez. Piensan que en una sociedad sin hombres ni mujeres, constituida sólo por seres humanos iguales entre sí, no existiría ese problema, nadie se impondría al otro. En la novela se reflexiona sobre la parte de culpa que han tenido las religiones en estas desigualdades promoviendo la culpa, también se llega a postular que el matriarcado tampoco sería la solución, cuestiones toda ellas de gran interés y plena actualidad pero que son expuestas de una manera en exceso discursiva (mediante una especie de carta) con lo que las ideas no quedan integradas de una manera natural en la narración. La imagen del paraíso que se nos ofrece es un tanto tópica por no decir ridícula, con gente semidesnuda rodeada de un césped perfecto comiendo frutos de todos los colores imaginables. Sólo al final, cuando abandona su tono expositivo y por fin suceden cosas, la novela además de dar un emocionante vuelco consigue levantar el vuelo, sin embargo sucede tan tarde y tan deprisa que no sé si es suficiente para recomendar la novela, una lástima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario