Los primeros capítulos de Klara y
el Sol, en los que Klara, una AA (Amiga Artificial) aguarda a que alguien
la compre mientras desde la tienda observa con curiosidad el mundo que los
seres humanos han construido al derredor, nos hacen abrigar la esperanza de que
sea así, de que Ishiguro no va a defraudarnos. Sin embargo, a medida que nos
adentramos en la novela la promesa inicial no acaba del todo de concretarse.
Tras un precioso comienzo en forma de cuento infantil la historia se deviene en
distopía, Klara deja de ser el foco principal, que pasa a ser compartido con la
familia que la ha adquirido, y a partir de aquí la novela pierde algo de su
magia inicial.
En las novelas de Ishiguro el
narrador resulta fundamental y su elección suele condicionar por completo el
desarrollo posterior de la narración. En este caso la mirada escogida por el
autor es la de un robot, aunque este término nunca es utilizado en el libro.
También McEwan en Máquinas como yo (2019) prefirió
eludir la palabra. En un futuro próximo en que la educación se realiza a
distancia y los contactos entre los niños son infrecuentes, los AA han sido
específicamente diseñados para la compañía de adolescentes. Se trata de jóvenes
como Josie, que a pesar de vivir sobreprotegidos soportan una enorme tensión
por lo que esperan de ellos su padres. En esta delicada situación Klara debe
hacer lo posible por acompañar y ayudar a Josie. Su capacidad de observación,
superior a la de otros AA, permite al autor contar lo que sucede con la
minuciosidad y el detalle a los que nos tiene acostumbrados al mismo tiempo que
dota al relato de una oportuna vaguedad. La visión proporcionada es incompleta
al estar muy condicionada por la naturaleza de Klara y por lo poco que sabe del
comportamiento humano. Hay una escena en que se muestra de manera muy elocuente
esta ignorancia. Cuando van a visitar a Josie sus amigos Klara advierte que se
convierte en una persona distinta. Es algo que al principio la confunde pero no tarda en darse cuenta de que los
humanos tienen más de una cara y que adoptan personalidades diferentes
dependiendo de que con quien estén. La ingenuidad de Klara sorprende, no es
como esos robots a los que estamos acostumbrados a ver dotados de una memoria
enciclopédica y capaces de responder a cualquier cuestión por compleja que sea.
Para lo que sí está dotada la AA es para aprender de sus observaciones, aunque
sus conclusiones resulten en ocasiones equivocadas. Como consecuencia de ello
su mundo, tal y como ella lo concibe, no se ajusta del todo a la realidad. Lo
llamativo de la novela y lo que le resta cierta verosimilitud es que nadie
corrija a Klara de sus errores. Ni Rick, el amigo de Josie, ni su padre se
oponen o se cuestionan la misión que Klara se propone para salvar a su amiga
Josie de la enfermedad que pone en peligro su vida. La causa de esta misteriosa
enfermedad tiene que ver con una decisión crucial que tomaron sus padres en el
pasado y que entronca con dilemas morales que se semejan a los planteados en Nunca
me abandones.
Ishiguro, remiso siempre a que sus
novelas se encasillen en la literatura de género, habla de «cuentos georgianos»,
aunque luego utilice elementos propios de la ciencia ficción. Klara podría ser
uno de esos autómatas movidos a cuerda de las narraciones infantiles pero lo
cierto es que se trata de una máquina que obtiene su energía de la luz solar,
con una visión que su mente organiza a modo de bloques muy parecida a lo que
hemos visto en algunas películas de ciencia ficción. Por otro lado, está la
idea del mejoramiento de los jóvenes, de la que prefiero no desvelar demasiado,
un asunto de índole claramente distópico. Por mucho que lo quiera negar la
ciencia ficción le proporciona un instrumento eficaz con el que observar las
emociones desde un punto de vista no humano, desde el punto de vista de Klara.
No obstante Klara tiene mucho en común con los personajes de otras novelas de
Ishiguro. Al igual que muchos de ellos se resigna a aceptar su destino sin
rebelarse. Cuando Klara actúa lo hace sólo para salvar a su amiga Josie y no le
importa tener que sacrificarse para ello si es necesario, pero nunca lo hace
para su propio beneficio.
Me llama la atención que dos autores
ingleses de la misma generación como McEwan e Ishiguro se hayan interesado en
tan poco espacio de tiempo por el tema de la inteligencia artificial. Supongo
que cada vez es más difícil permanecer ajeno a los vertiginosos avances tecnológicos
que se producen en el mundo. Muchas de las cosas que hasta hace poco se
consideraban pertenecientes al ámbito de la ciencia ficción forman parte de
nuestro día a día. Ambos escritores son conscientes de ello y no han podido
permanecer al margen de estos avances que influyen cada vez más en la sociedad.
Cada uno aborda el tema de una manera diferente, McEwan desde un punto de vista
racional y filosófico, Ishiguro fijándose en el plano emocional. El primero se
ha documentado con profusión, conoce la historia de Turing, ha oído hablar de
Asimov; dudo mucho que Ishiguro conozca al «buen doctor» y su interés por la
ciencia no va más allá de sus efectos sobre la sociedad. McEwan reflexiona
sobre la manera en que funciona la mente humana mientras que Ishiguro lo hace
sobre la soledad del ser humano y sobre cómo se comportaría frente una criatura
artificial.
Aparte de los primeros capítulos la
novela cuenta con otro momento del mejor Ishiguro. Josie acude con cierta
periodicidad a la ciudad para que le hagan un retrato, algo que a todos parece
inquietar, a la criada e incluso a la madre, que es la que por otro lado anima
a su hija a hacerlo. Ishiguro, maestro de la postergación, oculta lo que hay
detrás de todo ello y cuando por fin descubre las cartas no tenemos más que
admirarnos de su inteligencia. Lástima que luego la trama haga un quiebro
inesperado y siga por derroteros menos arriesgados y menos dificultosos. No me
atrevo a aventurar lo que Klara y el sol hubiera podido llegar a ser con
un poco más de ambición. En cualquier caso se trata de una novela estimable, un
cuento sencillo impregnado de esa poesía y de esa melancolía característica de
su autor.
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