Tras la divertidísima novela Señor del espacio y el tiempo (1984) de Rudy Rucker traté de repetir la buena experiencia con otro libro de corte similar que ayudara a aliviar estos tiempos de pandemia interminable agravados por coincidir con la enésima campaña electoral. En mis pesquisas di con este Tik-Tok de John Sladek que curiosamente fue publicado por primera vez un año antes que la novela de Rucker. Ha sido todo un hallazgo y aunque muy diferentes, sobre todo en sus propósitos, ambos libros comparten el mismo tono de locura y disparate.
Sladek fue un autor (murió en 2000) no demasiado
conocido en España, que escribió sus obras más representativas a lo largo de
los años 80. En España además de por Tik-Tok puede que algunos lo
recuerden por su primera novela Mecasmo (1968), de tono también satírico.
El crítico David Pringle llegó a incluir uno de sus libros Roderick y
Roderick at Random (en realidad se publicó en dos partes en 1980 y 1983) en
su célebre selección de las mejores novelas de ciencia ficción. De este libro
que, por cierto, no tiene traducción al castellano, me ha llamado poderosamente
la atención que su personaje principal sea también un robot, si bien en este caso
se trata de uno inocente y afable, antítesis del desalmado Tik-Tok.
El apodo con el que es conocido su protagonista y
que da título a la novela se debe al hombre mecánico que aparecía en los
cuentos de Oz de L. Frank Baum. De él dice Baum que no está vivo y que no
siente emociones pero que como sirviente es absolutamente veraz y leal. El término
robot sería acuñado años después por Karel Čapek en la obra teatral R.U.R
(1921). Hubo un tiempo en el que el Tik-Tok de Sladek era también inofensivo e
inocente como comprobaremos a través de sus andanzas contadas por él mismo. Sus
peripecias a cada cual más absurda suceden en unos Estados Unidos en el que los
robots se han convertido en los nuevos esclavos y son tratados, por lo tanto,
con el mismo desprecio y crueldad que los negros en los tiempos de la
esclavitud. Al comienzo del libro Tik-Tok trabaja como sirviente para la típica
pareja de clase media norteamericana, padres de dos hijos a los que el robot
detesta (precisamente los que le han puesto el apodo). Hasta entonces había
pasado por las manos de los más extravagantes propietarios y lo único que se le
podía reprochar era el celo que ponía en todo lo que se le encomendaba, por lo
demás siempre se había mostrado tan servil como sus congéneres. Pero un día
todo cambia cuando ve a una niña ciega jugando.
«Creo que fue al verla sentada allí devorando barro...»
Los «circuitos asimovianos» hacen «pluf» y sin ninguna razón la asesina.
«Yo arrojé su sangre sobre aquella vacía pared, vacía pared... La mancha con forma de ratón
que fue el punto de partida de mi mural.»
Para cubrir la mancha de sangre no se le ocurre otra cosa que pintar un mural encima y así con este hecho luctuoso e inesperado arranca la exitosa vida como artista de Tik-Tok. Por lo visto los «circuitos
asimovianos», encargados de que los robots cumplan las conocidas leyes de la robótica establecidas por Isaac Asimov, no son tan infalibles como se pensaba:
«... un tal doctor Weverson que insistía por entonces en que los robots eran lo bastante inteligentes
para padecer colapsos nerviosos.»
Su pintura alcanza tal éxito que acaba teniendo que reclutar a otros robots para que pinten bajo sus instrucciones. Con el dinero que escamotea a sus propietarios (los robots no pueden tener posesiones), logra una independencia que nunca había soñado, lo que le permitirá dar rienda suelta al rencor y al odio que ha ido acumulando durante años de servicio hacia los «carascarnosas». Presente y pasado se intercalan en la narración y a medida que Tik-Tok alcanza mayor poder y sus crímenes se hacen más destructivos también vamos conociendo más detalles de su frenético y accidentado pasado.
Sus peripecias sirven de feroz sátira a la sociedad
norteamericana. Sladek se mete con todo, con su gusto por la desmesura, con la
falta de escrúpulos de los políticos, con la corrupción o la hipocresía de los
poderosos, con las disparatadas sectas religiosas y sobre todo con su apego al
dinero que todo lo puede, capaz incluso de abrir las puertas a un robot carente
de derechos. Ningún estamento se libra de la burla de Sladek, desde el mundo
del arte, pasando por el mundo de los negocios hasta la política. La primera
mitad del libro la he leído sin darme cuenta con la sonrisa permanentemente
dibujada en los labios. Hay escenas memorables como la del coronel (uno de los
muchos propietarios por los que pasa Tik-Tok) disparando contra la sopa o
aquella en la que una inoportuna pelusilla en el ombligo malogra sus planes...,
o ideas como la del enorme portaviones terrestre que luego resulta imposible de
trasladar o los rezos taquiónicos, ideas todas ellas descacharrantes. La
acumulación de despropósitos acaba, sin embargo, por agotar. El libro apenas
pasa de las doscientas páginas pero creo que una reducción de las locas correrías
del robot, sobre todo de las últimas, le hubiera sentado bien.
Aunque igual de divertido que Señor del espacio y
el tiempo (sobre todo en su primera parte), Tik-Tok es una novela más
ambiciosa (que no mejor), con una dosis mayor de sátira, más desesperanzada y con una crítica mucho más ácida. Y es que a pesar de su
tono de humor y de sus personajes caricaturescos la novela deja una honda
sensación de desánimo. Los robots de Tik-Tok son los nuevos esclavos que
siempre le han venido tan bien al capitalismo. La esclavitud ha dejado de
existir como tal en nuestra sociedad hace ya años pero no así la explotación a
la que se ven sometidos muchos trabajadores de países en desarrollo. Muchas
grandes empresas han trasladado sus centros de producción a estos lugares más
ventajosos donde la mano de obra resulta más barata y donde las condiciones
laborales apenas son mejores a la de los tiempos en que la esclavitud era
legal. Al final del libro Tik-Tok piensa indignado:
«La carne
pretende poblar en exceso y destruir la tierra, ése es su objetivo». Lo
que parece ser una clara censura al «Creced
y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla…» que proclamaba Nuestro Señor.
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