Blog ciencia-ficción

Nada de fantaciencia, ni de literatura especulativa, ni de ficción científica, ni tampoco de literatura futurista. Sólo ciencia ficción.

Universo de pocos

Universo de pocos

miércoles, 8 de junio de 2022

“Sólo los vivos perdonan”, de Ismael Martínez Biurrun

Portada de “Sólo los vivos perdonan” de Ismael Martínez Biurrun

La última novela de Ismael Martínez Biurrun me ha dejado en un infructuoso estado de ensimismamiento. No paro de darle vueltas a la historia, a los personajes, al desenlace y no consigo salir del agujero negro mental en que estoy atrapado. Busco otras opiniones por internet y me encuentro con que la mayoría no titubea y parece haber comprendido todo a la primera. Mi orgullo herido me impide darme por vencido sin más, claro que esta cabezonería tiene sus consecuencias. Sí, porque mientras intento encajar las piezas no puedo evitar sentir la desazón que me provoca no hallar una respuesta, un desconcierto muy parecido al que experimenté al terminar hace unos meses Los extraños de Jon Bilbao. Como deja bien claro el  título del libro el tema central de Sólo los vivos perdonan es la culpa y el perdón. No hay duda en eso, lo que me ha provocado esta comezón mental es la estrategia utilizada para ello por Biurrun.

Sólo los vivos perdonan tiene un arranque de esos que te arrastra a pasar páginas y páginas y que incluso te tienta a hacer trampa y saltarte capítulos para ver lo que va a pasar. Protagonizada por diferentes personajes, cada uno con su historia personal, la narración va poco a poco desvelando la conexión que existe entre ellos. El primero en aparecer es Iñigo, el desencantado director de un museo en horas bajas, luego está Jordán, un expresidiario que se gana la vida con los restos arqueológicos que encuentra y por último Olalla y Antón, madre e hijo, éste último con un tumor cerebral del que va a ser operado en pocos días.

Todo empieza cuando Jordán se pone en contacto con Iñigo por un fósil que ha descubierto y que puede tener un enorme valor científico. Con este hallazgo tiene la esperanza de reparar de alguna manera el daño que cometió en el pasado y que lo llevó a pasar una buena temporada en la cárcel. No es el único personaje que no vive en paz consigo mismo. Si Jordán busca la redención con desesperación por ese acto terrible que cometió en su juventud, Iñigo no está dispuesto a olvidar fácilmente, carga además con su propia culpa. La manera que tiene de enfrentarse a los problemas y su miedo al fracaso lo irán trastornando cada vez más. Olalla es un personaje lleno de contradicciones, por un lado cree haber contraído una deuda con Iñigo y por otro lado está resentida con él por no haberse preocupado lo suficiente de ella y de Antón. A todo esto hay que añadir su enorme preocupación ante la terrible enfermedad de su hijo. Biurrun se interna en terrenos peligrosos con niños al borde de la muerte pero sale airoso y no llega a caer en ningún momento en lo sensiblero.

De manera que nos sumergimos en un tenso y solemne drama de acciones y reacciones cruzadas entre personajes con un  pasado que se inmiscuye como si fuera un personaje más. Precisamente es en este punto donde encuentro el elemento más discutible de la novela, una figura inexplicable, real o imaginada, que aparece en los momentos más álgidos del relato. Se trata de una chica de apariencia normal que viste una sudadera descolorida y una visera de Ferrari. Se llama Tea y sus apariciones parecen traer consigo el pasado que tanto Jordán como Iñigo preferirían olvidar. Tea llega a manifestarse incluso en las pesadillas que tiene Antón en las que ve un monstruo, una especie de cocodrilo que curiosamente se asemeja al fósil encontrado por Jordán. En la mitología griega Tea es una  titánide de la que se dice procede toda la luz, la del sol y la de la luna. En la novela es una especie de figura fantasmagórica testigo de los momentos más importantes que acontecen a los personajes, una observadora a la que nada se le escapa. No me queda del todo claro lo que quiere simbolizar con ella el autor. Tal vez no sea más que un instrumento con el que dar cohesión a los diferentes relatos humanos que de otra manera quedarían algo deslavazados.

Todo esto confiere a la novela un tono de pesadilla que la prosa lacónica y llena de  imágenes desasosegantes de Biurrun no hace más que reforzar. A Biurrun suele asociárselo con el género de terror y lo cierto es que Sólo los vivos perdonan está escrita en parte como si lo fuera pero no pretende atemorizar, lo que busca es inquietar y agitar la conciencia del lector. Esas imágenes a las que me he referido como la del monstruo primigenio o los paisajes agrestes que recorren Jordán e Iñigo son arquetípicas y diríase que remiten al inconsciente colectivo.

La novela está muy bien escrita y se lee de un tirón pero esto no debe llevarnos a pensar que se trata de un libro de consumo rápido. Es un alimento de esos que se tarda más en digerir que en comer. Que me lo pregunten a mí que aún sigo padeciendo las consecuencias de su ingestión. Sólo lo vivos perdonan, dice el título de la novela, a mí me costará perdonarle a Biurrun esta comedura de coco que durante unas semanas me ha tenido atrapado. Leedlo y disfrutadlo, aunque tened en cuenta que puede traer consigo efectos secundarios persistentes.


No hay comentarios:

Publicar un comentario