Desde hace unos
años numerosas editoriales se han propuesto la loable misión de recuperar clásicos
de la novela fantástica escritos por mujeres. Muchas autoras que habían sido publicadas
por Minotauro en los años ochenta pasaron inexplicablemente al olvido. Así
sucedió con una de las más grandes, Ursula K. Le Guin, algo a lo que la propia
Minotauro y ante la demanda de muchos lectores está poniendo remedio con la
publicación de su obra. Faltaba por hacer lo mismo con Angela Carter cuyos
libros resultaban ya inencontrables. La labor de enmendar este fallo en este
caso está corriendo a cargo de la editorial Sexto Piso que, con unas ediciones
muy cuidadas, casi de lujo, ha publicado varias novelas de la escritora británica.
Menos conocida que Le Guin aunque igual de comprometida con el feminismo ha
sido por alguna razón menos reivindicada también. Carter es una escritora única,
más atrevida, experimental y desmadrada que la norteamericana. Su libro Héroes
y villanos fue comparado con la obra de Ballard. Aquí, en España, tenemos a
otra gran escritora, Pilar Pedraza, con la que comparte muchas cosas.
De todos los
libros publicados por Carter parece ser que
Noches en el circo es el menos polémico y menos impúdico de todos
aunque sí es uno de los más literarios. Consta de tres partes, la primera, en
la que su oronda protagonista, Sophie Fevvers, cuenta sus comienzos hasta
llegar al circo, es la mejor desde mi punto de vista, un vigoroso relato que
desborda imaginación y que huye de los lugares comunes. Los detalles de su
periplo los vamos conociendo a lo largo de la entrevista que le hace en su caótico
camerino el periodista americano, Jack Walser. Allí entre corsés y medias con
olor a pie («una corsetería después de un bombardeo») Fevvers cuenta a
un escéptico y cohibido Walser cómo después de nacer de un huevo fue acogida
por Mamá Nelson en su burdel, la primera vez que desplegó sus alas y cómo tras
varios ensayos emprendería su breve primer
vuelo. La vida de Fevvers acompañada siempre, eso sí, de Lizzie, que ejerce
como madre dará varios vuelcos. Por el camino conocerá a otras muchachas como
ella, que fueron también abandonadas y por tanto con nulas posibilidades de
salir adelante, chicas que me han recordado a las protagonistas de muchos
cuentos populares o de numerosos relatos de Dickens con la gran diferencia de
que Carter no soslaya los abusos sexuales y las vejaciones de las que son víctimas.
Con el apoyo
del periódico para el que escribe Walser tiene la intención de desenmascarar a
Fevvers, considerada la más famosa trapecista del mundo. Está convencido de que
sus alas son falsas y pretende demostrarlo, pero hay algo más, algo que él
mismo no quiere reconocer y que lo impulsa incluso a ingresar en el circo. No
es lo que se esperaría de él si tenemos en cuenta que la primera impresión que
se llevó de ella tiene poco que ver con lo que llamaríamos un flechazo: «Vista
de cerca, hay que decir que se parecía más a una mula de carga que a un ángel»,
llega a decir de ella. Así que de incógnito, convertido en payaso de circo la
sigue con toda su troupe hasta San Petersburgo. En esta segunda parte del libro
Carter se decanta más por las situaciones cómicas y deja a un lado su faceta más
perturbadora y provocadora. Lamentablemente los miembros del circo y el propio
Walser le roban gran parte del protagonismo a Fevvers. Cabe destacar entre
todos ellos a unos melancólicos payasos y a su aún más abatido jefe (Buffo), a
los monos con pretensiones de emanciparse y al jefe del circo cuyas decisiones
más importantes son tomadas por una cerdita que le acompaña a todos los
lugares. Si en la primera parte puede apreciarse la influencia del marqués de
Sade y muchas de las historias de los personajes secundarios podrían
considerarse una reinterpretación de los cuentos populares, la segunda parece
inspirarse en la comedia burlesca o en el cine cómico.
En la tercera
parte la atracción que siente Fevvers por Walser se hace más evidente, algo que
a Lizzie, que no tiene muy buen concepto del matrimonio, no le hace gracia.
– ¿Casarse? ¡Bah! – resopló Lizzie de mala uva
–. ¡Eso es escapar del fuego para caer en las brasas! ¿Qué es el matrimonio
sino prostituirse con un hombre en lugar de con muchos?
No queda muy
claro qué ve Fevvers en Walser además de un físico agradable:
«Sin embargo,
había en él algo como a medio terminar. Era como una casa preciosa abandonada
después de amueblar».
Carter trastoca
una vez más los papeles tradicionales y en lugar de la heroína clásica que no
suele destacar precisamente por su personalidad aunque si por su belleza física
tenemos un héroe, que es un tipo insulso como Walser, al que Fevvers parece
decidida a transformar en su hombre ideal. Ella sería su Pigmalión y él su
Galatea.
Es curioso cómo
el narrador adopta en ocasiones la forma de narrador omnisciente, alternando
con el punto de vista de la protagonista. En cualquier caso no se trata de un
narrador que permanezca impertérrito ante los hechos, sino todo lo contrario no
tiene rubor alguno en dar su opinión:
«Hay muchos
motivos, la mayoría buenos, por los que una mujer puede querer matar a su
marido: el homicidio puede ser la única manera de conservar un jirón de
dignidad en una época, en un lugar, donde a las mujeres se las considera
enseres, o como según la famosa analogía de Tolstoi, como botellas de vino,
susceptibles de ser reventadas una vez consumidas».
Carter se
muestra cada vez más incisiva y reparte sus críticas a unos y otros:
«... como en
el Fidelio de Beethoven: combinar nobleza de espíritu con falta de análisis, ahí
es donde siempre la caga la clase trabajadora».
Y a través de
Lizzie lanza sus pullas más vitriólicas. Esto es lo que dice ante la idea de
crear en mitad de la taiga siberiana una utopía formada sólo por mujeres que se
perpetuaría gracias al vaso de esperma cedido gentilmente por un hombre:
«¿Qué harán
con los bebés varones? Dárselos a los osos polares?»
Noches en el circo es una novela de fantasía atípica, desconcertante a veces, lírica en ocasiones, provocadora muchas veces, cómica, excesiva, a ratos incluso plúmbea, que rezuma una sincera ternura y que se parapeta tras una inmensa y disparatada broma. No se la pierdan.
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