Uno de los mayores inconvenientes al comenzar la lectura del libro, además de los prejuicios que muchos como yo puedan tener con respecto a autores del Este, es que su argumento se ha difundido en exceso. Tal vez por eso, por ser tan conocido, es por lo que Gigamesh lo ha publicado con el título y subtítulo escogido aunque con ello desvele un elemento determinante en la historia. Pensé que se trataba de la traducción fiel del título original en ruso al castellano aunque no acababa de entender que los autores renunciaran a propósito a gran parte de la intriga, dando pistas de una explicación sobre el origen de la Zona que no se da a conocer hasta bien avanzado el libro. La justificación que di es que los hermanos Strugatski le concedían al escenario por muy fascinante que fuera un papel secundario, que no era el fin en sí mismo sino un medio para mostrarnos la insignificancia de unos personajes que se afanan en vivir en medio de un suceso que ha cambiado su vida para siempre. Y, sí, podía haber sido así perfectamente, pero lo cierto es que el título que más se ajusta al original es curiosamente el de la edición anterior de Nova, Pícnic junto al camino, resultado de la traducción de la edición en inglés. Aprovecho para comentar que la presente edición de Gigamesh ha sido traducida directamente del ruso por Raquel Marqués.
El argumento es sobradamente conocido, unos extraterrestres han visitado fugazmente varios puntos pocos poblados de la Tierra dejando no sólo restos incompresibles de su tecnología sino que también han alterado las zonas convirtiéndolas en lugares mortíferos vedados por las autoridades a la población en general. El Instituto Internacional de Culturas Extraterrestres se encarga de investigar los diferentes objetos encontrados así como de estudiarlos junto con los extraordinarios fenómenos que se producen en la Zona. Los objetos extraterrestres son de gran valor por lo que existe un mercado negro que los llamados stalkers se ocupan de proveer. Se trata de hombres rudos, forjados por la desesperación, unos canallas a quienes no importa sacrificar a sus compañeros cuando es necesario. En esto Redrick, que puede ser tan duro como el que más, se distingue de los otros stalkers. Su sueño, como el de todos, es alcanzar una vida mejor. Aunque se esfuerza en no ser como los demás cada vez que entra en la Zona se transforma en un auténtico tirano, en un tipo metódico, un maniático de los detalles que ha sobrevivido a varias incursiones, algo que de los que pocos Stalker pueden presumir. Para desgracia suya eso no le ha evitado pasar buenas temporadas en prisión.
La zona visitada por los extraterrestres, antes un importante centro industrial, se ha convertido ahora en un lugar de muerte, hostil al ser humano. Los hermanos Strugatski no dan detalles precisos de ella; las descripciones consisten en breves pinceladas de un paisaje desolador envuelto siempre en misterio que se apoya en gran parte en la sugerente terminología de los stalkers. Los científicos llevan desde hace años estudiando los artefactos encontrados sin conseguir saber para qué sirven, es un poco cómo sucedía en Pórtico de Frederik Pohl (1977). Ambas novelas coinciden en no mostrar a los extraterrestres y en dejar al lector en la incertidumbre sobre su morfología y sobre el funcionamiento de su sociedad. Hay más analogías entre las dos obras como la importancia que conceden tanto Pohl como los Strugatski a los protagonistas. No son hombres ejemplares y sus vilezas y virtudes se hacen aún más patentes en el entorno adverso en el que los sitúan. El escenario, por grandioso y fascinante que sea en ambos casos, no es más que un decorado en el que se desarrolla la peripecia humana, que es en definitiva el eje central de cada una de las novelas.
Al pasar esta historia de un hombre vulgar por la lente de aumento, los Strugatski nos hacen ver lo insignificantes que somos en el cosmos. Qué mayor cura de humildad que unos extraterrestres pasen por nuestro mundo y nos ignoran por completo y que la basura dejada sea la codicia de todos. Se trata de una imagen de la humanidad aniquiladora que hace que nos veamos como esos pobres desgraciados que hurgan entre la basura para sobrevivir.
Para muchos Stalker está llena de símbolos que aluden a la URSS o al capitalismo. En concreto ha dado mucho que hablar un objeto alienígena, la Bola dorada, que según los stalkers concedería cualquier deseo a quien la encontrara. Prefiero no meterme en este tipo de berenjenales y así evito parecerme a esos críticos de arte que ven complejidades metafísicas en lo que parece un lienzo manchado de cagadas de mosca. La novela, en cualquier caso, tiene vida más allá de la época soviética tanto es así que ha tenido gran influencia en muchos videojuegos o incluso en novelas recientes como en la trilogía Southern Reach (2014) de Jeff Vandermeer.
Stalker está dividida en cuatro partes de la cual una sobresale sobre las demás. En ella asistimos a una conversación con un científico que ha estudiado la Zona y contiene fascinantes reflexiones sobre lo que es la inteligencia y sobre los límites de la ciencia, que explican por qué existen aficionados a la ciencia ficción. No me resisto a poner un fragmento:
– De acuerdo, se lo diré. Pero debo advertirle que su pregunta cae en el campo de la seudociencia llamada xenología. La xenología es un híbrido artificial entre la ciencia ficción y la lógica formal. Su metodología se basa en la aceptación de una falacia: la asunción de que la psicología humana puede aplicarse a una inteligencia extraterrestre.
– ¿Por qué es una falacia?
– Pues porque los biólogos ya se pillaron los dedos hace tiempo, cuando intentaron aplicar la psicología humana a los animales. Y eran seres terrestres.
Por lo tanto, los hermanos Strugatski al igual que Lem en Solaris (1961) ponen en duda que podamos entendernos con un ente no humano. Se trata de una visión muy pesimista del hombre que contrasta con muchas novelas que se escriben en la actualidad en la que los seres humanos no tienen problema alguno en relacionarse e incluso intimar con otras especies de sexualidades muy diversas.
El libro se complementa con un interesante prólogo de Ursula K. Leguin y algunos extractos de las partes que fueron censuradas en la época soviética. Gigamesh se ha apuntado un buen tanto con la publicación de esta novela, un clásico de la ciencia ficción olvidado y que hacía falta recuperar.
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