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Universo de pocos

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lunes, 28 de enero de 2019

"La mirada perversa” de Edogawa Rampo

"La mirada perversa” de Edogawa Rampo            Contemplados desde occidente los japoneses siempre nos han parecido extraños, seres casi de otro planeta. Informaciones recientes no hacen más que confirmar esta impresión. Una gran parte de jóvenes japoneses se abstienen de tener relaciones sexuales (no me queda muy claro si por timidez o por comodidad) y en su lugar prefieren aliviar su libido con la ayuda de artefactos eróticos que son de uso generalizado en el país. Establecer vínculos sociales debe resultar tan difícil que muchos optan por volcar su cariño en mascotas robotizadas. ¿Y qué me dicen de los hoteles cuyas habitaciones son nichos? Podríamos pensar que todas estas rarezas de la cultura nipona son recientes y consecuencia de una sociedad avanzada y que muy pronto serán adoptadas en occidente. Sin embargo, tras leer La mirada perversa de Edogawa Rampo he de pensar que esta rareza viene de lejos.

            Esta inoportuna reflexión llena de prejuicios me sirve para hacer hincapié en lo sorprendente que me ha parecido este libro. Más teniendo en cuenta que los relatos que contiene fueron escritos hace 90 años. Pero es que los años 20 fueron un período de ruptura: eran los años locos, el charlestón estaba de moda, las mujeres empezaban a fumar cigarrillos y se cortaban el pelo a lo garçon. Japón, tras una breve etapa democrática y en pleno esplendor económico en parte gracias a su cooperación con Estados Unidos, se ve muy influenciada por occidente y los vanguardismos tan en boga en Europa y Norteamérica calan también en Japón. Edogawa Rampo es un buen ejemplo de ello.

            Este curioso nombre es el seudónimo con el que Taro Hirai firmaba sus libros y deriva de la manera en que los japoneses pronuncian el nombre Edgar Allan Poe. Rampo era un gran aficionado a la literatura de misterio (de ahí el seudónimo), aunque de los relatos que componen La mirada perversa sólo el primero, El que pasea por el revés del techo, puede encuadrarse dentro del género. La mayoría de ellos nos presentan unos personajes muy peculiares, por no decir claramente perturbados con aficiones que rayan la extravagancia. Es el caso de El que pasea por el revés del techo, en el que nos encontramos con un tipo amoral, caprichoso e indolente. También en Pulgarcito baila se nos da a conocer a unos seres crueles capaces de lo que sea por obtener sólo un poco de diversión. Se trata de un relato situado en el ambiente de las ferias y el circo que recuerda a la película La parada de los monstruos de Tod Browning, aunque ofrece una visión mucho más cruel y desesperanzada del mundo. Junto a La oruga es uno de los relatos que más me han impresionado. En éste último, Rampo alcanza los niveles más altos de sordidez y de morbosidad posibles. Una historia terriblemente desagradable protagonizada por un hombre que, como consecuencia de las heridas sufridas en la guerra, ha perdido brazos y piernas y también la posibilidad de hablar. Rampo vuelve a crear dos personajes poco corrientes, un mutilado y su esposa, y nos cuenta una de las relaciones más raras que he podido leer. En Un amor inhumano nos hallamos de nuevo ante un extraño joven retraído que prefiere pasar el tiempo a solas en lugar de estar con su mujer o de relacionarse con otras personas. El relato aunque algo previsible no carece de interés. El resto de los cuentos, El infierno de los espejos y El hombre que viaja con un cuadro en relieve, quizás estén demasiado supeditados a unos efectos ópticos que han quedado superados. En este último nos encontramos con un Rampo mucho menos provocativo y terrible por no decir entrañable y es el único relato que puede considerarse fantástico.

            La mayoría de las historias se basan en un hecho sorprendente y misterioso o en una idea provocativa muchas veces escabrosa cuya explicación el autor demora hasta el desenlace final. En algunas ocasiones Rampo posterga en exceso la resolución y pone a prueba la paciencia del lector. La fórmula acaba por hacerse algo repetitiva, pero en cualquier caso se trata de una antología insólita, con unos relatos únicos escritos hace casi un siglo que pertenecen a una cultura, la nipona, muy diferente a la nuestra y unos personajes increíbles; sólo por esto merecen la pena ser leídos.

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