Contemplados desde occidente los japoneses siempre nos
han parecido extraños, seres casi de otro planeta. Informaciones recientes no
hacen más que confirmar esta impresión. Una gran parte de jóvenes japoneses se
abstienen de tener relaciones sexuales (no me queda muy claro si por timidez o
por comodidad) y en su lugar prefieren aliviar su libido con la ayuda de
artefactos eróticos que son de uso generalizado en el país. Establecer vínculos
sociales debe resultar tan difícil que muchos optan por volcar su cariño en
mascotas robotizadas. ¿Y qué me dicen de los hoteles cuyas habitaciones son
nichos? Podríamos pensar que todas estas rarezas de la cultura nipona son
recientes y consecuencia de una sociedad avanzada y que muy pronto serán
adoptadas en occidente. Sin embargo, tras leer La mirada perversa de
Edogawa Rampo he de pensar que esta rareza viene de lejos.
Esta inoportuna reflexión llena de prejuicios me sirve
para hacer hincapié en lo sorprendente que me ha parecido este libro. Más
teniendo en cuenta que los relatos que contiene fueron escritos hace 90 años.
Pero es que los años 20 fueron un período de ruptura: eran los años locos, el
charlestón estaba de moda, las mujeres empezaban a fumar cigarrillos y se
cortaban el pelo a lo garçon. Japón, tras una breve etapa democrática y en
pleno esplendor económico en parte gracias a su cooperación con Estados Unidos,
se ve muy influenciada por occidente y los vanguardismos tan en boga en Europa y
Norteamérica calan también en Japón. Edogawa Rampo es un buen ejemplo de ello.
Este curioso nombre es el seudónimo con el que Taro Hirai
firmaba sus libros y deriva de la manera en que los japoneses pronuncian el
nombre Edgar Allan Poe. Rampo era un gran aficionado a la literatura de
misterio (de ahí el seudónimo), aunque de los relatos que componen La mirada
perversa sólo el primero, El que pasea por el revés del techo, puede
encuadrarse dentro del género. La mayoría de ellos nos presentan unos personajes
muy peculiares, por no decir claramente perturbados con aficiones que rayan la
extravagancia. Es el caso de El que pasea por el revés del techo, en el
que nos encontramos con un tipo amoral, caprichoso e indolente. También en Pulgarcito
baila se nos da a conocer a unos seres crueles capaces de lo que sea por
obtener sólo un poco de diversión. Se trata de un relato situado en el ambiente
de las ferias y el circo que recuerda a la película La parada de los
monstruos de Tod Browning, aunque ofrece una visión mucho más cruel y
desesperanzada del mundo. Junto a La oruga es uno de los relatos que más
me han impresionado. En éste último, Rampo alcanza los niveles más altos de
sordidez y de morbosidad posibles. Una historia terriblemente desagradable
protagonizada por un hombre que, como consecuencia de las heridas sufridas en
la guerra, ha perdido brazos y piernas y también la posibilidad de hablar.
Rampo vuelve a crear dos personajes poco corrientes, un mutilado y su esposa, y
nos cuenta una de las relaciones más raras que he podido leer. En Un amor
inhumano nos hallamos de nuevo ante un extraño joven retraído que prefiere
pasar el tiempo a solas en lugar de estar con su mujer o de relacionarse con
otras personas. El relato aunque algo previsible no carece de interés. El resto
de los cuentos, El infierno de los espejos y El hombre que viaja con
un cuadro en relieve, quizás estén demasiado supeditados a unos efectos ópticos
que han quedado superados. En este último nos encontramos con un Rampo mucho
menos provocativo y terrible por no decir entrañable y es el único relato que
puede considerarse fantástico.
La mayoría de las historias se basan en un hecho
sorprendente y misterioso o en una idea provocativa muchas veces escabrosa cuya
explicación el autor demora hasta el desenlace final. En algunas ocasiones
Rampo posterga en exceso la resolución y pone a prueba la paciencia del lector.
La fórmula acaba por hacerse algo repetitiva, pero en cualquier caso se trata
de una antología insólita, con unos relatos únicos escritos hace casi un siglo que pertenecen a una cultura, la nipona, muy
diferente a la nuestra y unos personajes increíbles; sólo por esto merecen la
pena ser leídos.
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