Los
relatos sobre casas encantadas son tan comunes que han llegado a constituir un
subgénero dentro del terror. Los edificios abandonados han despertado desde
siempre una enorme fascinación, tanto es así que escritores clásicos como
Edgard Allan Poe, Lovecraft, Bierce, William Hope Hodgson o Henry James los han
utilizado como escenario de algunos de sus relatos. Más tarde, cuando parecía
que todo estaba dicho sobre el tema surgieron autores como Shirley Jackson,
Richard Matheson, Stephen King y otros para desmentirlo. La maldición de
Hill House en su momento supuso un soplo de aire fresco a unos argumentos
que habían sido gastados en exceso. Supongo que esta proliferación tiene la
culpa de que haya tardado tanto tiempo en leer esta novela, una de las más
conocidas de la autora. El buen sabor de boca que me dejó la inolvidable Siempre
hemos vivido en el castillo me ha animado por fin a leerla y a desterrar
viejos prejuicios. Dicho lo cual he de dejar claro que La maldición de Hill
House tiene poco que ver con lo que nos tiene acostumbrado este tipo de
novelas.
El
doctor en filosofía John Montague, estudioso de lo sobrenatural, decide
alquilar Hill House para iniciar sus investigaciones sobre casas encantadas. Su
aspiración es obtener datos de una
manera científica y rigurosa con el propósito de publicar después sus
conclusiones y ganarse notoriedad dentro de la comunidad científica. Al no
encontrar colaboradores dignos de su confianza se pone en contacto con diversas
personas que han vivido alguna experiencia paranormal. Nada más consigue
interesar a dos chicas, Eleanor y Theodora. La tercera persona que le acompañará
durante las investigaciones será el sobrino de la propietaria de la mansión,
una condición que se le impone para permitirle utilizar la casa. La primera
mitad del libro la invierte Jackson en presentarnos a los cuatro personajes. En
un primer momento resultan algo afectados y su comportamiento sobre todo el de
los jóvenes parece hasta pueril, pero hay que tener en cuenta que salvo algunas
partes concretas del libro el resto es mostrado a través de los imaginativos
ojos de Eleanor. A sus algo más de treinta años se ha visto obligada a
malgastar su juventud cuidando de su anciana madre, algo
que no perdona a su hermana. Carente de vida propia, Eleanor se ha convertido
en una persona soñadora, frágil y necesitada de amor. El viaje en coche que
realiza hasta llegar a Hill House resulta en ese sentido también un viaje
introspectivo muy revelador. Su intensa y perturbada vida interior nos hacer
evocar en ocasiones a la singular Merrycat de la ya mencionada Siempre hemos
vivido en el castillo.
Por
otro lado está la mansión de la que se dice: “Pero una casa arrogante y odiosa, que nunca baja la guardia. Sólo
puede ser maligna”. Y poco más adelante: “Era una casa carente de bondad, nunca pensada para que la habitaran,
un lugar no apto para personas, el amor ni la esperanza”. A pesar de
esta descripción tan poco favorable, curiosamente, los invitados parecen
sentirse revitalizados tras pasar la primera noche en Hill House, una percepción
que va cambiando a medida que la casa va haciendo notar su presencia. En
concreto Eleanor se siente en el punto
de mira de la casa. Sin embargo, para cuando nos damos cuenta Jackson ha trastocado
todo. Theodora, su apoyo desde el principio y con la que tan bien congeniaba,
deja de ser para ella un ejemplo al que seguir, incluso la casa por la que
antes sentía pavor ahora parece atraerla de manera inexplicable. La mente
contradictoria de Eleanor es tan inextricable como la casa de Hill House con sus
interminables pasillos llenos de puertas.
Los
que esperen sustos como a los que nos tiene acostumbrados el cine de
terror quedarán defraudados. Jackson
dosifica el terror, a cambio hace que lo vivamos como si fuera en nuestra
propia carne y para ello en lugar de mostrarnos con detalle la causa del miedo
nos describe las emociones que provoca en los personajes. La novela está además
salpicada de espléndidas escenas humorísticas que ya de por sí merecen la pena,
sobre todo cuando la señora Dudley o la señora Montague hacen aparición.
La
casa no acabará ardiendo como suele ocurrir en tantas películas. La compleja
arquitectura con su pavorosa fachada y sus paredes de ángulos imposibles
permanecerá en pie muchos años más. Como Eleanor no se cansa de repetir: “El viaje termina cuando los amantes se
encuentran”. El círculo queda cerrado en un desenlace difícil de olvidar
y que nos dejará muchas preguntas, para algunas de la cuales dispondremos de más
de una respuesta mientras que para otras carecemos del todo de una. De lo que
no cabe duda es de la sensación de desamparo y zozobra que nos deja. La
maldición de Hill House, sin ser una obra tan redonda como Siempre hemos vivido en el castillo,
merece plenamente la consideración que se ha ganado.
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