Zen y el arte del mantenimiento de naves espaciales de Tobias S. Buckell consigue introducirnos en un futuro lejano que resulta
convincente, porque el autor es capaz de
transmitirnos la extrañeza de un distante mañana que no se parece a
nuestro presente. La trama, sin embargo, se queda en poco, una fruslería
ingeniosa como las que contaba Asimov en sus primeros relatos de robots que
sirve para pasar el rato pero que no deja huella.
Veredas de Maureen McHugh es un relato breve con más aspiraciones y aunque el punto de partida no sea demasiado original y puede recordar en parte a las historias que se difunden en Cuarto milenio, está bien contado y consigue enganchar. En él una logopeda trata a una mujer que habla en un idioma de otro tiempo que nadie comprende. Me chirría un poco el afán de su autora por convertirla al final y de una manera forzada en un relato de discriminación racial.
Y llegamos al relato que da título al libro: La
vida secreta de los bots de Suzanne Palmer, un cuento que no tiene otra
pretensión que la de entretener, cosa que consigue. Desde luego no pretende innovar ni en forma ni en contenido la ciencia ficción. El que lo premiaran con
el premio Hugo no es algo que me sorprenda, lo que de verdad me sorprende es que
una narración más bien discreta como ésta resulte estar entre lo mejor
publicado en ciencia ficción en el año 2017.
La luna no es un campo de batalla de Indrapramit Das pertenece a ese tipo de relatos
llenos de buenas intenciones de los que parecen abundar hoy en día (me viene a
la mente Ken Liu). Son demasiado obvios, con un mensaje demasiado manifiesto y
no me conmueven; quizás sea así porque, aunque cuenten con su público, a mí me
resultan artificiosos, creados específicamente con un fin, en este caso
denostar la guerra.
El obelisco marciano de Linda Nagata peca un poco de lo mismo, una vez más
la narración se convierte en un vehículo para lanzar un bonito mensaje.
Al menos Una serie de chuletones de Vina
Jie-Min Prasad, dentro de su vacuidad, resulta fresco y aborda un tema poco
manido y de gran actualidad como es el de la fabricación de carne artificial.
Con La vida secreta de los bots y otros relatos
Gigamesh nos brinda la oportunidad de conocer la ciencia ficción que se publica
en el resto del mundo. La primera versión algo más reducida se regaló el Día
del Libro, lo que constituye una iniciativa digna de elogio que yo no quisiera
desacreditar. Por eso me duele decir que los relatos me han decepcionado y lo
han hecho porque que si algo tienen en común es su falta de ambición literaria.
En la introducción del libro se felicitan por las variadas procedencias de los
autores escogidos. La mayoría de ellos me resultan desconocidos y poseen
nombres exóticos, sin embargo aparte de añadir nuevos escenarios
y unos protagonistas con orígenes étnicos diferentes a los habituales no hay
nada nuevo ni en la forma ni en los contenidos. Debe ser cosa de la globalización.
Procedamos de donde procedamos parece que vemos las mismas series, las mismas
películas, nos calzamos zapatillas de las mismas marcas y comemos sushi y
tataki. De manera que ese esperado y enriquecedor aporte de otras culturas no
se refleja en las narraciones seleccionadas, tal vez porque la mayoría de estos
autores parece haber desarrollado su carrera profesional o literaria en el
mundo anglosajón. En fin, que no hay nada nuevo bajo el sol.
Por
otro lado tengo la sensación de que la literatura fantástica y en particular la
ciencia ficción está más preocupada por otros aspectos como la procedencia o
naturaleza de los autores que de los meramente literarios que son los que deberían
de prevalecer en cualquier obra de ficción. Juzguemos la obra por lo que es y no por su autor. Sea por la razón que sea, es una verdadera lástima que esta selección no
haya cumplido con mis expectativas pero tengo la descorazonadora sospecha de
que no hay mucho más donde elegir en el uniformado y políticamente correcto
panorama de la ciencia ficción actual.
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