Esta reseña ha estado a punto de
convertirse en una catástrofe monumental. Una hecatombe que estaría marcada por
dos circunstancias. En primer lugar estaría el hecho de que se trata de un clásico
aclamado por todos, incluso fuera del ámbito de la ciencia-ficción, que mereció
además los premios más importantes del género: en 1975 el Hugo y en 1975 el
Nebula y el Locus (Rosa Montero en el prólogo del libro equipara la novela nada
menos que con Guerra y paz y La montaña mágica). En segundo lugar
hemos de tener en cuenta que vivimos una nueva
revolución feminista y que desdeñar esta obra, y con ella a uno de los máximos valores de la
ciencia-ficción como es Ursula K. Le Guin, podría parecer a muchos un delirio
machista. Por suerte la catástrofe se ha evitado aunque hayan hecho falta casi
doscientas páginas para lograrlo.
La primera mitad del libro es rocosa
y árida como Anarres, la luna en que se desarrolla gran parte de la acción de
la novela. Incluso la manera de narrar de Le Guin, (quizás sea a propósito) es
algo apagada, está llena de descripciones abstractas muy poco gráficas,
carentes de viveza. Para colmo de males su personaje principal, Shevek, es un
hombre triste donde los haya en una sociedad que tampoco es el mejor ejemplo
del júbilo. Imagínense un hombre para el que la hermandad y el amor entre seres
humanos sólo son posibles gracias al sufrimiento. Si esto ya no fuera
suficiente, algunos de los diálogos que mantienen sus personajes sobre filosofía,
moral y ciencia suenan artificiales y en exceso premeditados. Dicho así, de
corrido, podría parecer que la novela a estas alturas ya no tiene remedio, sin
embargo Le Guin, logra darle la vuelta.
Para explicar cómo se obra este
milagro debemos echar un vistazo a su argumento. En el planeta Urras las ideas
anarquistas de Odo, una influyente pensadora, desembocaron en la creación de
una nueva nación en su luna Anarres. Mientras que Urras es un mundo próspero y
fértil, Anarres es poco más que un desierto y su única riqueza son los
minerales. Mediante esta solución salomónica Urras se desembaraza de los incómodos
disidentes y los revolucionarios logran su sueño de poner en práctica las ideas
de Odo. Fundan una sociedad sin gobierno en la que todos son iguales y en la
que no existe la propiedad privada e incluso crean una nueva lengua, el právico,
que permite soslayar el uso de los posesivos: una sociedad sin posesiones no
los necesita. La acción de la novela se sitúa casi trescientos años después de
la creación de Anarres, cuando un físico llamado Shevek, autor de una
innovadora teoría sobre el tiempo, se convierte en el primer Anarresti en
volver a Urras. La novela intercala capítulos en los que se narra esta visita
con otros de su infancia y juventud hasta llegar a las circunstancias que hacen
posible su salida de Anarres; gracias a esta alternancia la autora logra un
efecto de contraste entre los dos estados. Le Guin se fija en lo que tiene más
cerca, los EE.UU, para construir el mundo capitalista de Urras. Se trata de un
mundo aquejado de importantes desigualdades sociales, con un consumismo feroz
pero sin un Donald Trump. Llama especialmente la atención el papel nulo que se
da a la mujer en esa sociedad, que no se corresponde del todo con la realidad
de los 70, época en que fue escrita la novela. En la utopía anarquista de
Anarres sucede todo lo contrario, y las mujeres gozan de las mismas
oportunidades que los hombres.
No es hasta que Le Guin introduce
dos personajes femeninos en cada uno de los hilos narrativos cuando se
desencadena el conflicto y la novela remonta. A partir de entonces la historia
parece centrarse más en lo particular que en lo general y los sentimientos de
los protagonistas cobran mayor relevancia. Shevek, el protagonista, al fin
reacciona y despierta del letargo místico en que estaba sumido, la trama se
oxigena con nuevos personajes y echa a volar.
El gran mérito de la autora es haber
sabido construir con minuciosidad una sociedad anarquista creíble, con sus
aciertos y sus desaciertos, una sociedad que ha trascendido en la memoria de
muchos de sus lectores hasta nuestros días. La sociedad de Anarres había nacido
con la idea de derribar los muros que había erigido el capitalismo, sin
embargo, acaba por levantar de una manera más sutil los suyos propios. Por otro
lado las miserias humanas son a prueba de sistemas políticos y las envidias y
las zancadillas persisten en Urras. Una novela muy
ambiciosa, arriesgada y difícil en cuanto que pretende crear una utopía
positiva frente a las distopías clásicas como Un mundo feliz o 1984,
y por reflexionar sobre temas muy poco habituales en la ciencia-ficción
moderna. Aunque no es una novela redonda, todo el que se dice amante de la
ciencia-ficción debería de leerla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario