Con Herederos del caos Adrian Tchaikovsky ha querido repetir el éxito
que obtuvo con Herederos del tiempo.
En la nave espacial La viajera se
desplaza una representación de humanos y de las arañas evolucionadas que
conocimos en Herederos del tiempo,
el propósito de la misión es buscar sobrevivientes huidos de una Tierra al
borde del colapso. Las aventuras de estas especies tan diferentes se prolongan
de esta manera más allá del mundo en el que surgieron las arañas. La novela, por
tanto, prosigue la trama exactamente donde la dejó el libro precedente pero no
sólo eso, Tchaikovsky emplea la misma fórmula que tan buenos resultados le dio y
vuelve a imaginar una sociedad formada por una especie de origen terrestre que con
la intervención de los humanos ha evolucionado en un entorno extraterrestre hasta
alcanzar la inteligencia. Lo que en Herederos del tiempo eran las arañas en Herederos
del caos lo son los pulpos.
No del todo
satisfecho Tchaikovsky ha querido añadir un elemento más para animar la trama y
se inventa un planeta con una ecología muy extraña, algo que los lectores de
ciencia ficción siempre solemos agradecer. Se trata de un buen candidato a ser terraformado
por una de las naves de exploración enviadas por la Tierra que lo ha
descubierto varios siglos antes que La
viajera. La novela alterna entre estas dos tramas, entre pasado y presente,
la una proporciona pistas sobre lo que sucede en la otra hasta que finalmente
se centra en el presente. Esto le permite al autor incrementar la tensión y el
suspense interrumpiendo de manera deliberada el relato en los momentos en que
los personajes se ven más comprometidos. Al principio le funciona más o menos
bien pero le obliga, como ya le ocurrió en Herederos del tiempo, aunque aquí magnificado, a estirar algunos de los hilos
narrativos menos interesantes más de lo necesario para mantener este juego de
alternancia.
Me ha parecido un libro muy irregular con momentos realmente emocionantes y otros de lo más farragosos. La sociedad de pulpos inteligentes que imagina Tchaikovsky tal vez no resulte muy creíble pero hay que reconocer su poder de fascinación. La incapacidad de la especie para organizarse y para ponerse de acuerdo hasta en lo más trivial, la imposibilidad que tienen de ocultar sus emociones, su volubilidad propician un mundo caótico y sorprendente. Como idea loca está bien pero no veo la necesidad de contar con tanto detalle la historia de la civilización «pulpesca» a lo largo de varios siglos. A ratos se me ha hecho mortalmente aburrido. No soy de los que recuerda citas pero resulta que en el libro que estoy leyendo en estos días me he encontrado con una de Voltaire que me viene al pelo: «El secreto de aburrir es contarlo todo». ¡Y qué razón tiene! Tchaikovsky además acaba por repetirse, sobre todo cuando menciona rasgos de la personalidad de sus diferentes creaciones, por ejemplo, la veleidad de los pulpos o la sumisión de los machos frentes a las hembras en el caso de las arañas. A lo largo de toda la novela estas y otras peculiaridades de unos y de otros son recordadas al lector de una manera constante y machacona.
La dificultad para
comunicarse entre especies diferentes, el tema principal de Solaris, de Stanislaw Lem, tiene en Herederos del caos también cierta relevancia,
sin embargo lo que para Lem era una preocupación filosófica para Tchaikovsky es
un elemento más para crear tensión. Para ser sinceros esta incapacidad de
entenderse ha acabado en más de una ocasión por desesperarme y de sacarme de
mis casillas. Considero que la mayoría de las veces esto ha entorpecido más que
ayudado en los momentos de más acción de la novela, instantes en los que precisamente
la historia pedía más que nada dinamismo. Porque no deberíamos de olvidarnos de
que estamos ante una novela de aventuras y al decir esto no quiero quitarle
mérito, sólo evidenciar que no estamos ante una disquisición profunda sobre la
otredad como, por ejemplo, podríamos hallar en un libro de Lem o de Peter Watts.
En otro orden de
cosas he encontrado grandes diferencias en cómo han sido redactadas ambos
libros. Estoy seguro de que el estilo de Tchaikovsky no fue lo que más me llamó
la atención de Herederos del tiempo cuando
lo leí hace unos años, lo encontré correcto y funcional, pero de lo que estoy seguro
es de que no me sucedió lo que me ha ocurrido con Herederos del caos. Con frecuencia he tenido que releer las frases para
entender lo que se decía. No sé si el hecho de que hayan sido traducidos por
diferentes personas, Luis G. Prado se ocupó de la primera entrega y Carlos
Pavón de la última, ha tenido algo que ver. Es difícil saber en estos casos
dónde radica el problema, si en el autor o en el traductor, en cualquier caso
la lectura de Herederos del caos no
ha sido la lectura fácil, cómoda y vertiginosa que yo esperaba encontrar.
Para terminar esta
reseña quiero aprovechar la oportunidad que me brindo generosamente a mí mismo para mostrar mi irritación ante
esta manía que tienen cada vez más editoriales de publicar en pastas duras, de
convertir los libros en objetos inmanejables y carísimos que no sólo se
apropian de la mitad de la estantería sino que llegan a poner en peligro los mismo
cimientos del edificio que los alojan. Puedo entenderlo cuando se trata de
reediciones de grandes clásicos, pensadas sobre todo para coleccionistas pero en
el caso de este tipo de novelas preferiría que valieran la mitad y que no me combaran
el estante. Por otra parte no me lo pensaría tanto antes de comprar el libro.
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