Aunque parezca contradictorio la buena impresión que me produjo el libro de relatos Las cosas que perdimos con el fuego, de Mariana Enríquez, ha sido la principal causa de que tardara tanto en decidirme a leer Nuestra parte de noche. Lo que más me gustó de ese libro fue la naturalidad y la sencillez con la que el terror más genuino se imbricaba con la realidad social argentina o con el feminismo más de actualidad. Se trataba de relatos más bien cortos, con las palabras medidas y el tamaño justo para lograr ese impacto final que cualquier relato de terror busca provocar en el lector. Por lo tanto me sorprendió mucho que Enríquez escribiera una novela de casi setecientas páginas. No era su primera novela (a los diecinueve años había escrito Bajar es lo peor a la que seguirían dos novelas más) pero en cualquier caso suponía un cambio absoluto. No es lo mismo escribir un relato que una novela, que me lo digan a mí que empecé una y con más de la mitad completada llevo tres años sin avanzar una sola página. Hay escritores que se sienten más cómodos con los relatos como Borges o Poe, otros que no se han atrevido hasta muy tarde a abordar una novela como George Saunders y otros que incluso no parece que tengan intención de hacerlo como Ted Chiang. Esta evolución de Enríquez me recuerda a la que hizo otro gran escritor de relatos como Félix Palma, que nos sorprendió hace unos años, no sólo con un novelón de más seiscientas páginas sino con toda una trilogía de novelas bastante extensas. Enríquez obtuvo con esta novela el premio Herralde en 2019, así que al final la curiosidad por saber cómo se maneja la autora argentina en las distancias largas se ha ido imponiendo, y aquí estoy demorando porque no sé muy bien por dónde empezar esta reseña de Nuestra parte de noche.
Por lo tanto haré lo más fácil y comenzaré por
contar de qué va. El libro arranca con la confusa huida de Juan y de su hijo
Gaspar a comienzos de los 80 en plena dictadura argentina. Lo hacen en coche y
Enríquez va dejando caer poco a poco a dónde van y la razón de su partida.
Puede que la muerte por atropello de Rosario, madre de Gaspar, en
circunstancias poco claras tenga que ver con esta decisión repentina. Gaspar es
todavía muy pequeño y no acaba de comprender lo que pretende su padre, un
hombre con una enfermedad cardíaca crónica y unas decisiones impredecibles. De
manera paulatina la historia se interna en el terror más absoluto. Juan es un médium
al servicio de una implacable sociedad secreta que lo necesita para comunicarse
con lo que llaman La Oscuridad. A lo largo de la novela asistiremos a
ceremoniales sangrientos, atravesaremos puertas que nos llevan al más allá,
conoceremos familias cuya riqueza se ha levantado a costa del sufrimiento de
muchos, nos internaremos en casas encantadas, en fin un glosario completo del género
de terror. La novela se divide en seis partes, en tres de ellas, aunque no sean
consecutivas, se nos cuenta en orden cronológico la infancia de Gaspar y su
posterior entrada a la mayoría de edad. El cuarto capítulo abarca la infancia
de Rosario hasta sus años de juventud y se centra sobre todo en su alocada
estancia en Londres durante los años setenta. Los otros dos capítulos
complementan la historia pero se apartan de la trama principal y se ocupan de
algunos de los muchos personajes secundarios que aparecen en la novela.
La mayor extensión que le ofrece la novela frente a
la concreción de los relatos le da a Enríquez la oportunidad de profundizar en
los personajes. Lo hace con laboriosidad y esmero. Los hombres, mujeres y niños
que encontraremos en las páginas de Nuestra parte de noche están tan
perfectamente definidos, son tan coherentes que cuando uno llega al final del
libro acaba por creer que los ha conocido de verdad, que incluso los ha visto
en la calle. No se trata sólo de los protagonistas, la autora no se olvida de
los personajes secundarios a los que con un par de trazos maestros dota de la
suficiente personalidad como para diferenciarlos entre sí. De Juan, un hombre
de físico poderoso al mismo tiempo que frágil, hace un retrato verdaderamente
extraordinario. Enríquez construye un personaje contradictorio, temible y digno
de lástima al mismo tiempo. No menos impresionante es el retrato que hace de
Luis, el hermano de Juan, un hombre reposado y capaz de inspirar una enorme
confianza a todos los que le rodean, un tipo al que a uno le encantaría
conocer. La angustia, la soledad, la confusión que siente Gaspar tampoco nos es
ajena, el amor de Rosario por Juan y sus oscuras tentaciones, la maldad de la
abuela Mercedes, la falta de sentimientos de Florence, la curiosidad de
Adela... todos estos sentimientos, estas pulsaciones que mueven a los
personajes cobran en manos de la autora otra dimensión. Llama la atención, por
otro lado, que Enríquez se centre sobre todo en los personajes masculinos. Los grandes protagonistas son sin lugar a
dudas Juan y Gaspar, aunque Luis juega también un papel de gran importancia en
la trama. Eso no quiere decir que Enríquez se olvide de los personajes
femeninos, que por otro lado están bien perfilados, pero ha preferido en este
caso sondear el mundo de los hombres.
La narración discurre con el lejano trasfondo de una
Argentina convulsa que culebrea entre golpes de estado, dictaduras militares y
gobiernos neoliberales. Para Enríquez el contexto histórico es como una montaña
que se divisa desde cualquier punto y cuya sombra en ocasiones altera el
paisaje pero a la que por el momento no quiere escalar. Nuestra parte de
noche es fundamentalmente una novela de terror fantástico, no pretende otra
cosa que estremecer pero no precisamente con los horrores de la dictadura que
por otra parte también se entrevén.
En cada capítulo la autora parece querer abordar un
terror diferente. En el primero que se titula Las garras del dios vivo el
terror es fantástico y explícito. En La cosa mala de las casas solas el
miedo, sobre todo al principio, se hace más real, más terrestre, es el temor
que Gaspar siente por su imprevisible y violento padre al que cree loco. Por último
en el titulado Las flores negras que crecen en el cielo, nos enfrentamos
con el miedo a ser diferente a los demás, a la locura y con ella a la
posibilidad de hacer daño a los que te rodean. El aglutinante de todos estos
terrores es el horror fantástico con el que comienza la novela y se cierran la
mayoría de los capítulos y que se nutre de los relatos decimonónicos de
fantasmas, de casas encantadas o de agrupaciones secretas actualizados al público
moderno y por lo tanto más descarnados.
Enríquez además de gustarle el género de terror
tiene otros intereses, algo que queda reflejado en muchas de las páginas del
libro. Incluirlos ha engrosado quizás algo más de lo necesario una novela que
abarca un amplio espacio de tiempo y por el que pulula una gran variedad
de personajes. Su fascinación por el rock, por la poesía de los poetas trágicos,
el sexo homoerótico y no sé si también el fútbol (¿existe algún argentino al
que no le guste?) queda patente a lo largo del texto.
En cuanto al final, Enríquez logra que todo encaje a la perfección sin que sobre ni falte una sola pieza del colosal puzle. Mi única objeción se refiere al hecho de que a ninguno de los personajes se le ocurriera ensayar una solución tan evidente como la que ponen en práctica al final mucho antes. En todo caso Nuestra parte de noche es una gran novela de terror, muy entretenida, fascinante, espeluznante como pocas, con personajes espléndidos y que ha puesto en valor un género muchas veces menospreciado.
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