Con este libro me reconcilio en parte con la literatura
sudamericana, que se me había atragantado después de leer los relatos de
Edmundo Paz Soldán. Los cuentos que componen Las cosas que perdimos con el
fuego podrían inscribirse en el género de terror, pero un terror muy
apegado a la realidad social y a la vida cotidiana. En muchas ocasiones el
elemento fantástico sólo es sospechado y podría ser explicado de una manera
racional. En sus relatos Enríquez suele encaminarnos en la mayoría de los casos
hacía un final que se nos oculta, pero que nos hace temer lo peor. Puede
decirse que el terror de los relatos de Las cosas que perdimos con el fuego
no es mostrado de una forma explícita, más bien la autora nos invita a
imaginarlo con sus finales abiertos. Y es que no hay mayor terror que el
imaginado o sospechado por uno mismo, algo de lo que Enríquez debe ser muy
consciente. Como contrapartida esto hace que muchos de sus relatos queden
indefinidos o den la sensación de no estar del todo acabados. El abuso que
hace de este recurso es quizá uno de los
pocos defectos que le encuentro a sus narraciones.
El ámbito en el que se desarrollan las historias del libro
es terrorífico de una manera muy diferente a la que nos tiene acostumbrado el género.
Es verdad que alguno de los relatos incluye, como no podía ser de otro modo,
alguna casa misteriosa pero el verdadero horror lo provocan la miseria de los
suburbios y los barrios abandonados a su suerte de una Argentina venida a
menos. Los borrachos, las putas, los adictos a todo tipo de sustancias y los
delincuentes son los que moran estos territorios poco recomendables y que
Enríquez, gracias a una prosa eficaz y directa, convierte en espeluznantes; en
esta linea transcurre el primer relato del libro titulado El chico sucio.
La hostería resulta más convencional, aunque la frase con la que la
hermana amenaza a su protagonista al final del relato lo redime en gran medida.
En Los años intoxicados el horror está en la inconsciencia de la
juventud. La casa de Adela parece un relato con casa encantada, pero su
protagonista le da una dimensión diferente. Pablito clavó un clavito: una
evocación del Petiso Orejudo es un relato malvado en la que la amenaza no
se cuenta, porque el relato finaliza antes de que pueda producirse. En Tela
de araña lo que horroriza es la normalidad con la que su protagonista
acepta los hechos. En Fin de curso se nos habla de la fascinación que en
la adolescencia tiene todo lo que es diferente. Nada de carne sobre nosotras
describe con poca convicción una obsesión algo tétrica. El patio del vecino
junto a Bajo el agua negra son según mi opinión los más terroríficos. En
el primero la desconfianza de los demás y el afán de demostrar su cordura
conduce a su protagonista femenina a enfrentarse a sus inseguridades en
solitario. El mérito del segundo es haber sabido fundir con brillantez un
relato de corrupción policial y denuncia social con el más genuino horror
lovecraftiano. Verde rojo anaranjado es a mi parecer el más flojo de la
recopilación y trata del retiro y aislamiento voluntario de un chico de la
sociedad. Finalmente, Las cosas que perdimos en el fuego
es un alegato feminista en el que sus protagonistas deciden algo terrible para
acabar con la amenaza machista. No es el único relato de los doce que componen
el libro en el que Enríquez muestra su feminismo; tal vez sea impresión mía,
pero la mayor parte de los hombres que desfilan por sus páginas son burdos,
insensibles o enojadizos.
En conclusión, relatos interesantes, bien escritos y un
par de ellos, excelentes. Si les apetece pueden continuar después con el recién
salido Los peligros de fumar en la cama, una recopilación de cuentos
escritos con anterioridad. Yo por el momento me doy satisfecho con estos doce
relatos.
Tal como lo describes pareciera que se asemeja al horror japonés que en vez de someterte a la visión de lo tétrico, lo sugiere, como una estrategia perversa para que no sea olvidado.
ResponderEliminarGracias por tu comentario. No conozco el horror japonés. Lo que hace Mariana Enriquez en muchos de sus relatos es finalizarlos de manera que el terror ulterior se presiente.
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