Blog ciencia-ficción

Nada de fantaciencia, ni de literatura especulativa, ni de ficción científica, ni tampoco de literatura futurista. Sólo ciencia ficción.

Universo de pocos

Universo de pocos

martes, 17 de junio de 2025

“Orbital”, de Samantha Harvey

Muchos aficionados a la ciencia ficción se apresuraron a festejar que Orbital de Samantha Harvey ganara el año pasado el prestigioso Booker. Siento decepcionarlos. Puede que sesenta años antes esto se pudiera considerar ciencia ficción pero ahora mismo en el año 2025 en el que nos encontramos con el tonto del culo de Elon Musk enviando casi cada día cohetes al espacio no puede decirse lo mismo.

La novela narra lo que en el transcurso de un día les sucede a seis astronautas en la  Estación Espacial Internacional. Su misión dura nueve meses pero el libro se limita a lo que sucede en un día cualquiera que por otra parte no es mucho. Cada día dan dieciséis vueltas alrededor de la Tierra en dieciséis órbitas diferentes, y Harvey dedica un capítulo a cada una de ellas. No sucede nada épico sólo hermosísimos amaneceres y preciosísimas puestas de sol. La vida de los astronautas es rutinaria y no tienen mucho más que hacer que ver pasar los continentes y los mares de la Tierra por la ventana, hacer ejercicio para evitar que se debiliten sus huesos y revisar los experimentos en curso. Uno de los personajes se pasa el tiempo haciendo listas sobre cosas triviales. Anoto una muestra:

«COSAS QUE MOLESTAN

Coches que se pegan detrás

Niños cansados

Querer salir a correr

Almohadas con bultos

Hacer pis en el espacio cuando tienes prisa

Cremalleras que se enganchan

Gente que susurra

Los Kennedy»

Hay más listas como esta: «Cosas que sacan de quicio», «Cosas sorprendentes», «Cosas que espero con ilusión». He visto listas parecidas en alguna película norteamericana que no recuerdo, debe de ser algo habitual entre los anglosajones. Parecen opiniones salidas de la propia autora que por alguna razón que se me escapa ha creído conveniente compartir.

Las vistas de algunos lugares de la Tierra traen a la memoria de los tripulantes fugaces recuerdos de su vida lo que da lugar a alguna conversación entre los personajes pero la mayor parte de la novela se dedican a contemplar lo bonito que es el mundo. Sí, también hay algunas  reflexiones de poca importancia sobre el medio ambiente y sobre los desastres que el hombre está provocando. Y eso, poco más o menos, es lo que viene a ser el libro. Sé que a algunos lectores les ha gustado, que no les ha importado que no suceda nada y que se han deleitado con las descripciones embebidas en poesía que Harvey realiza de las vistas de la Tierra desde el espacio. No ha sido mi caso. Prefiero contemplar las fotos que publica la NASA de tanto en tanto o incluso me resultan más auténticas y emotivas los retratos que hacía del espacio un autor como Arthur C. Clarke, en apariencia menos preparado literariamente y que nunca llegó a ganar el Booker.

martes, 27 de mayo de 2025

“Este día perfecto”, de Ira Levin

Conocido sobre todo por las adaptaciones cinematográficas que se realizaron de sus novelas La semilla del diablo o Los niños del Brasil Ira Levin hizo con Este día perfecto una meritoria incursión en la distopía. En el momento de su publicación se trataba de un género que aún tardaría muchos años en ponerse de moda y al que recurrían sólo unos pocos excéntricos. Así y todo sorprende lo poco conocida que es esta novela, al menos en nuestro país, siendo como era Ira Levin un autor tan popular. También resulta curioso que ningún cineasta estuviera interesado en llevarla al cine y es una lástima porque había material suficiente para realizar una buena película. Mientras leía la novela, puede que por el ritmo y por el suspense con que estaba narrada, tuve muchas veces la impresión de que Levin la escribió con vistas al cine.

En un futuro en el que la población está regida por el súper ordenador, UniComp, de cuyas decisiones dependen los destinos de que cada uno de sus habitantes, a Li RM35M4419 (que prefiere que le llamen Chip) comienzan a surgirle dudas. La culpa la tiene su abuelo que de una manera sibilina, incluso antitética supo sembrar la semilla de la insumisión en su nieto cuando era todavía un niño. Levin, gracias a los numerosos detalles que aporta a lo largo de la novela, recrea un sistema político de gran verosimilitud y que se rige por una lógica aplastante. Por ejemplo, cuando Chip plantea que cada cual debería escoger con libertad los estudios, recibe de su consultor la siguiente respuesta:

«Piensa en un centenar de millones de miembros decidiendo ser actores de televisión y ninguno decidiendo trabajar en un crematorio»

 La aspiración del régimen es consolidar una sociedad estable, igualitaria y conformista. Para lograrlo cada individuo es periódicamente tratado con drogas y hormonas que lo apaciguan, reduciendo fundamentalmente su deseo sexual y su agresividad. El resultado es una población carente de curiosidad y de iniciativa que se amolda a todo lo que UniComp les dice sin cuestionarlo. El componente digamos animal inherente a todo ser humano y responsable de los placeres instintivos es erradicado en gran parte por el bien de todos. Practican sexo una vez a la semana (lo justo para aplacar la libido), se alimentan a base de unas insulsas galletas que contienen todos los nutrientes necesarios, van al cine a ver películas que reafirman los valores defendidos por el régimen y acuden periódicamente a un consultor que comprueba si cumplen las normas y al que relatan las conductas sospechosas que detectan entre los que les rodean. Además, cada persona lleva un brazalete conectado al todo poderoso UniComp, que comprueba su estado, registra sus idas y venidas, lo que compran y les avisa de cuando debe acudir al consultor. UniComp toma todas las decisiones importantes que atañen al individuo: qué estudiar, dónde trabajar, la paternidad y la maternidad o incluso si pueden viajar. La libertad individual es sacrificada en favor del bien común.

En la llamada Marxvidad cantan cosas tan bonitas como ésta:

«Una Familia poderosa,

una única raza perfecta,

libre de todo egoísmo,

agresividad y codicia

¡Cada miembro dando todo lo que tiene que dar!

¡Y recibiendo todo lo que necesita para vivir!»

Como diría el fantoche de Trump, Levin ha hecho un buen trabajo. Incluso si fuera capaz de tener la constancia y la capacidad intelectual suficiente para leerse las más de trescientas páginas que lo componen puede que le gustara por la defensa que hace de la libertad individual frente a la libertad colectiva. El escenario está bien construido, la novela se lee con interés y contiene detalles muy curiosos como que parte de la acción se situé en una Mallorca a la que llaman Isla de la Libertad y que está poblada por los «incurables», gentes al margen del sistema. Algunas partes están escritas de una manera apresurada y puede que le falte algo de reflexión, sin embargo la mayor pega que le veo es otra. La novela  incluye una escena de violación sobre la que en sí no tengo nada que decir, en la ficción abundan los crímenes de todo tipo y no considero que la ficción tenga la obligación de ser ejemplarizante. Soy el primero al que todo eso de los «sensitivity readers» le parece una solemne memez pero lo que me ha irritado no es el mismo acto de violencia sino la nula importancia que le concede después la víctima. La han forzado, la han violentado y su reacción no va mucho más allá de si le hubieran dado un pisotón. Pero lo peor de todo es que disculpa a su agresor. Si Levin pretendía demostrar con dicha escena lo que sucede cuando alguien que ha estado controlado por el sistema deja de estarlo, debería haberlo hecho de forma que la credibilidad del personaje femenino no quedara menoscabado. La violación queda como un crimen menor que no tiene consecuencias sobre la víctima.

Se trata de un error que ha afectado negativamente a mi valoración final. Salvo por eso diría que se trata una distopía correcta, fácil de leer aunque no por ello banal, de corte clásico, en defensa de la libertad del individuo.

lunes, 24 de marzo de 2025

“Las huellas del sol”, de Walter Tevis

Portada de “Las huellas del sol”, de Walter Tevis

Las huellas del sol fue la última incursión de Walter Tevis en la novela de ciencia ficción, lo que sólo por esa razón la convierte en algo especial. No fue su último libro, antes de morir escribió dos novelas más fuera del género, Gambito de dama y El color del dinero. Estamos ante una novela mucho más ligera que las que había escrito hasta ahora, con un Tevis que se muestra mucho menos taciturno que en otras ocasiones, más lúdico y desenvuelto pero por otra parte también menos atinado.

El libro narra las aventuras de un multimillonario norteamericano llamado Ben Benson que viaja al espacio con el pretexto de encontrar uranio, material imprescindible que se ha agotado en una Tierra en la que es cada vez más difícil obtener energía. En esta expedición que emprende hay además un claro propósito de huir, de aislarse del mundo y de búsqueda de algo más. Se trata de una huida de la realidad muy similar a la que pretenden los que consumen drogas. El alcohol y las drogas están presentes en Las huellas del sol al igual que en otras novelas del autor aunque con resultados menos trágicos. La adicción es un tema recurrente en la obra de Tevis.

Ben es el centro de la novela, toda la historia gira a su alrededor de manera que el que la novela guste o interese depende en gran medida de que guste o interese dicho personaje. No puede decirse que sea un dechado de virtudes, más bien al contrario es un tipo egoísta, acostumbrado a dar órdenes, lascivo, en ocasiones presuntuoso y que se cree el centro del universo. A pesar de todos esos defectos es apreciado por los que trabajan con él, no está falto de compasión y como sus padres siempre lo desdeñaron necesita desesperadamente el reconocimiento de los demás. Podría decirse que es un compendio de muchos de los personajes de las novelas de Tevis. Como Spofforth, el robot de Sinsonte, Ben se cree irremplazable y al igual que a Thomas Jerome Newton, el extraterrestre de El hombre que cayó en la Tierra, ha logrado acaparar una riqueza enorme gracias al éxito de sus negocios. Sin embargo, todo ese dinero y ese poder que ha conseguido no le bastan, no le sirven para alcanzar la paz, lo que le induce como al extraterrestre a buscarla en el alcohol pero también en la morfina.

«Lo único que hago es ganar dinero y perseguir mujeres. Y viajar. “¡No he hecho nada en mi vida!”, diré en esa suite, retorciéndome en la cocina con el último estertor; y luego caeré muerto sobre la trucha ahumada.»

Tevis convierte la travesía por el espacio en una suerte de viaje onírico en el que se hacen realidad los deseos más codiciados de Ben. Los mundos que descubre parecen colocados a propósito para él, en ellos no sólo encontrará la serenidad y el bienestar que estaba buscando y que la morfina sólo en parte lograba proporcionarle sino también la solución a los problemas urgentes de la humanidad.

En la novela no cesan de suceder cosas, Ben no sólo cruza el universo de un lado a otro  sino que también navega de EE.UU a China. Entretanto rememora escenas de su infancia solitaria, de su matrimonio fracasado, de su vida con Isabel a la que ama pero con la que no puede convivir, y se lamenta de su impotencia. Es un libro muy entretenido, contiene escenas muy divertidas, momentos imbuidos de ese fatalismo propio del autor pero hay también episodios  prescindibles. Mientras se van pasando las páginas la sensación que se tiene es la de navegar en un barco sin rumbo, la de ir de un lado a otro, la de ser arrastrado por la corriente sin saber en ningún momento adónde nos va a llevar. La parte final, que sucede en China, es en la que el autor desbarra más; en concreto todo lo que involucra a Tórtola Soong, una mujer importante dentro del gobierno chino, se encuentra entre lo más flojo de la novela.

Con todo el libro contiene momentos memorables e imágenes que se quedan grabadas en la retina, imágenes como la de la ciudad de Nueva con los pisos superiores de sus rascacielos abandonados (los ascensores no funcionan por falta de energía), la de un mundo que ha vuelto a explotar el carbón o la del planeta en el que crece una hierba cantarina. La hermosa escena final con la que concluye la novela, una arrebatada declaración de amor a la ciudad de Nueva York, logra en gran medida que nos olvidemos de los errores de la última parte.

martes, 25 de febrero de 2025

“El monte de las furias”, de Fernanda Trías

Portada  de “El monte de las furias”, de Fernanda Trías

He de agradecer al responsable del texto de la contraportada del libro el haber podido escribir esta reseña, la sinopsis que realiza me ha dado la idea para enfocarla, creo que sin su ayuda no hubiese sabido por dónde empezar. Éste es el texto:

«Una mujer vive en la ladera de la montaña, entre la neblina que baja y el follaje feraz. Su misión es cuidar los linderos, avisar al celador de cualquier anomalía. En sus cuadernos escribe sobre su rutina parsimoniosa y los recuerdos de una infancia marcada por una madre brutal y por el deseo insatisfecho de aprender. Al fondo, se escucha la cantera y el ruido de las camionetas blindadas sobre la destapada. Un día aparece en su jardín un cuerpo, y turbados y cuidadosos de no llamar la atención, con el celador deciden enterrarlo. Pero aparece otro. Y otro y otro y otro…»

No me digáis que no es bueno. De hecho es tan bueno y completo que hace innecesaria la lectura de la novela. Por eso sugiero a todos los que estéis interesados en el libro que os deis una vuelta por la librería más próxima (o más fácil aún que lo busquéis por internet) y echéis un vistazo a su contraportada. En menos de un minuto será como si os lo hubierais leído de cabo a rabo. Os puedo decir que la lectura íntegra apenas aporta nada que no esté ya implícito en la sinopsis, es más puede hacer que el lector se sienta desilusionado una vez llegue a la última página y se dé cuenta de que realmente es así. No me gustaría exagerar y espero que Fernanda Trías me perdone con lo que voy a afirmar pero creo que la sinopsis es tan buena que supera a la novela.

El monte de las furias es una novela de su tiempo y como tal aborda un amplio abanico de temas preceptivos para cualquier autora que se diga pertenecer al siglo XXI, entre ellos cabe destacar la mujer, la maternidad y el medio ambiente. Todo está en la sinopsis, si uno la lee con la debida atención y lo que no lo está se infiere fácilmente a no ser que vivamos al margen de lo que sucede en la ficción actual. La protagonista como no podía ser de otra manera es una mujer con una infancia difícil, maltratada por una madre que es a su vez víctima de una sociedad injusta. El padre se marchó o murió, no lo recuerdo bien. En general los hombres que aparecen son violentos y desconsiderados. El medio ambiente es otro de los temas de actualidad muy presente a lo largo de toda la novela y queda representado por la montaña que le da título. Fernanda Trías le cede su voz en varios capítulos, en los que no sólo da testimonio de las connaturales tensiones orogénicas que debe soportar derivadas de su naturaleza montuosa sino que además cuenta los desmanes a los que se ve sometida por la acción del hombre. Todo esto es narrado de una manera poética, con un lirismo escarpado, alpino y montaraz como cabría esperar de un accidente geográfico de este tipo.

Esto le permite a la escritora uruguaya trazar un símil entre le violencia que se ejerce sobre la mujer y el que se inflige al medio ambiente. La metáfora es tan transparente e inspirada, la relación entre una cosa y la otra resulta tan evidente que se obvia en el resumen de la contraportada del libro. Poco más me queda por añadir. El monte de las furias ha hecho posible  una contraportada única, el resumen que realiza es perfecto en su concisión y refleja todo lo que encierra el libro. Me ha gustado tanto que en cuanto pueda me leeré las contraportadas de los otros libros de la autora.

jueves, 30 de enero de 2025

“Termush”, de Sven Holm

Portada de “Termush”, de Sven Holm

En los últimos años las editoriales generalistas han perdido el miedo a publicar ciencia ficción. El género está mejor considerado y ha ganado credibilidad aunque por lo general se evite utilizar el término ciencia ficción y se prefiera decir distopía. Prueba de ello es que Editoriales tan serias como Anagrama, Tusquets o Impedimenta han publicado varios novelas del género en los últimos años. En la parte final del libro que me dispongo a comentar Impedimenta menciona otras obras de su catalogo y se atreve incluso a hacerlo bajo el título: «Ciencia ficción en Impedimenta». Así que parece evidente que algo ha cambiado. Mientras tanto las editoriales dedicadas al género fantástico se han decantado más por una fantasía que parece escrita por IAs pero que por lo visto atrapa a un público cada vez más numeroso y se olvidan de la ciencia ficción.

Con Termush, de Sven Holm, Impedimenta recupera un libro publicado hace casi sesenta años, lo curioso es que tiene mucha más miga y vigencia que mucho de lo que se escribe en la actualidad. Es una novela breve de tan sólo ciento treinta y siete páginas y por tanto se hace muy difícil realizar un comentario en cierta profundidad de ella sin desvelar sus entresijos. Termush es el nombre de una especie de hotel que servirá de refugio en el caso de que se produzca una catástrofe a todos aquellos que han tenido la previsión y la suficiente pasta para contratar su estancia allí. El libro comienza con el ingreso del protagonista en esta lujosa institución tras desencadenarse un desastre nuclear del que no se dan detalles. Es un lugar seguro y confortable aunque con cierta periodicidad se producen alarmas por la radiactividad que existe en el exterior, que obliga a los clientes a cobijarse en el refugio que existe bajo el hotel. Pero los verdaderos problemas surgen cuando de la periferia comienzan a llegar algunos supervivientes, muchos de ellos enfermos debido a la radiación, en busca de asilo.

Los paralelismos del relato con lo que sucede en la actualidad en el mundo son evidentes. A Europa llegan todos los años miles de personas que huyen de países regidos por sistemas dictatoriales o de países en guerra, otros muchos huyen de la pobreza o buscan simplemente una vida mejor. A consecuencia de ello la mayoría de los gobiernos están poniendo trabas a la emigración, a veces de una manera encubierta pagando a otro países para que hagan el trabajo sucio y cada vez con más frecuencia y sin ningún tipo de disimulo con el fin de atraer a un electorado cada vez más chovinista.

El hotel de la novela tiene una cabida limitada y recibir a gente de fuera supone para los clientes prescindir de los lujos y de las comodidades que disponen y por los que han pagado una buena cantidad de dinero. También está el temor a no poder hacer frente a todos los que llegan y a que Termush acabe por colapsar ante una posible avalancha humana. Como es natural se producen discrepancias entre los clientes, algunos están claramente en contra y otros a favor de socorrer a los refugiados. Los que son admitidos llegan enfermos y sucios por lo que son vistos muchas veces con temor por los clientes. Pero además de miedo a ser contagiados el pavor se debe también a que suponen una advertencia constante de lo que podría sucederles a ellos en el futuro. De este modo, la dirección procura en lo posible mantenerlos fuera de la vista de los clientes, debido a lo cual comen y duermen aparte.

La novela está escrita en un tono desapasionado, más preocupado en incitar a la reflexión que en sacudir el corazón del lector. Las conclusiones a la que nos lleva no por incómodas resultan menos indiscutibles. ¿Qué hacer si la balsa en la que nos encontramos tras naufragar está completa? ¿Permitimos subir a los demás con el peligro de caer todos al mar o se lo impedimos y dejamos que se ahoguen? Es la paradoja con la que vivimos ahora.


jueves, 19 de diciembre de 2024

"La casa al final de Needless Street”, de Catriona Ward

Portada de "La casa al final de Needless Street", de Catriona Ward

Para muchos una novela o un relato es de terror sólo si provoca miedo. Lo cierto es que acostumbro a leer cómodamente sentado en el sofá del salón sin otra compañía que los libros de las estanterías o la de mi mujer, y nunca me he sentido amenazado. Tengo plena confianza en que los hachazos o dentelladas que se reparten a lo largo del relato no vayan a alcanzarme. El mayor susto que me he llevado se produjo en una ocasión en que me pareció ver agitarse algo entre los caracteres impresos del libro que tenía en las manos, que no era precisamente de terror. La culpa la tuvo uno de esos inofensivos bichos amantes de la celulosa, llamados pececillos de plata o Lepisma saccharina. Si se hubiera tratado de un libro de Adrian Tchaikovski o de Anna Starobinets tal vez no me habría sorprendido tanto, el caso es que el libro acabó unos instantes volando por los aires.

Entonces, ¿qué entiendo yo por terror? Supongo que un relato de terror debe crear más que miedo una especie de desasosiego, se trataría de un estremecimiento de índole más intelectual que físico a diferencia del que podría provocarnos, por ejemplo, una película. Cuando leemos si acaso tememos lo que pueda sucederles a los personajes del libro pero sabemos que nuestra integridad no corre peligro. De todos modos, mi intención no era teorizar sobre lo que es el género de terror sino hablar de La casa al final de Needless Street, de Catriona Ward. Una novela etiquetada como terror, que tiene una portada que enseguida se identifica con el género y que me ha provocado un sinfín de emociones en ningún modo adecuadas para una posterior siesta pero entre las que no se cuenta el terror. Hablo de terror, otra cosa diferente es el horror como muy bien explica Ismael Martínez Biurrun en este artículo.

Con esto no quiero restarle valor al libro, que me ha tenido atrapado desde el principio y además de qué manera. Hay que reconocerle a Ward la enorme habilidad que posee para enganchar al lector teniendo en cuenta además que lo hace con una historia que si la redujéramos al esqueleto, tal vez no llamaría demasiado la atención. Ted, un tipo peculiar con evidentes trastornos mentales, vive en una calle apartada no muy lejos de un lago en el que años atrás desapareció una niña, la llamada Niña del Helado, de la que nunca volvería a saberse. Desde el principio Ted resulta sospechoso, muy sospechoso, no sólo por la forma extraña que tiene de comportarse sino porque da la casualidad de que vive con una niña cuya edad coincidiría con la que tendría entonces la Niña del Helado. Se trata de una niña asalvajada a la que llama hija y que desaparece de manera misteriosa cada cierto tiempo durante varios días. Como puede verse no es un  argumento que destaque por su originalidad, el secreto de Ward está en la elección que hace de los narradores, cuatro narradores principales de los cuales uno de ellos es el propio Ted. Estos cuatro personajes se reparten los capítulos del libro pero los únicos que están contados en primera persona son los relatados por Ted. Poco más puede decirse sin correr el riesgo de destripar la historia.

Lo curioso es que uno de estos narradores es un gato, lo que me ha provocado un vivo rechazo. No sabía si tomármelo como una broma o si se trataba de una de esas extravagancias  de autor nuevo que se las quiere dar de guay. En cualquier caso me ha sacado del libro. Es como si de repente una historia que dábamos por real y posible pasara a convertirse en una fantasía Disney. Imaginemos que en Los pájaros de Hitchcock los cientos de pájaros posados sobre el cable de alta tensión se pusieran a cantar Cien gaviotas de Duncan Dhu. Pues algo así es lo que he sentido. Afortunadamente conseguí sobreponerme a mi profunda decepción y poco a poco no sólo he llegado a aceptarlo sino también a disfrutarlo. Gracias al gato este la novela cobra en ocasiones un tono humorístico que no viene mal para aliviar un poco la tensión constante. En todo caso he decir que al final todo toma sentido y tiene su explicación.

La casa al final de Needless Street transcurre la mayor parte del tiempo en una casa cuyas ventanas están cubiertas de cartones por las que apenas entra la luz del sol, y en la que  Ted no deja entrar a nadie. Los que viven en su interior apenas parecen tener capacidad de maniobra y lo único que hacen es seguir adelante y esperar a lo que suceda. La atmósfera que se crea es de una claustrofobia casi insoportable. La novela está más cerca del terror psicológico de, por ejemplo El otro de Thomas Tryon, con el que comparte algunos elementos, que del terror de Clive Barker.

Ward maneja al lector a su antojo. Lo induce a creer primero una cosa para poco más adelante forzarlo a desmentirlo. A medida que uno va leyendo tiene que reconsiderar las presunciones que ha ido realizando. Se trata de una de esas novelas en las que cuesta resistirse a la tentación de saltarse las páginas para saber lo que va a pasar y aunque no está exenta de truculencia hay que reconocer que resulta por completo irresistible.

lunes, 25 de noviembre de 2024

“La rata de acero inoxidable”, de Harry Harrison

Portada de “La rata de acero inoxidable”, de Harry Harrison

Da la casualidad de que los últimos libros que he reseñado han sido más bien tirando a intensos y como no me gusta abusar de mis maltrechas neuronas he buscado una lectura más ligera para darles tiempo a recuperarse. La rata de acero inoxidable, del escritor norteamericano Harry Harrison reeditada hace poco por Minotauro, con su promesa de aventura y de humor me  brindaban la oportunidad de hacerlo. Desde luego no puede decirse que la novela no sea ligera, lo cierto es que es tan ligera, que apenas sé qué decir de ella. De manera que recurriré a los calificativos que todo reseñador novel o experimentado ha utilizado alguna vez y que no por conocidos o tópicos resultan menos eficaces. Ya sabéis, todo eso de que tiene un ritmo endiablado (ritmo y endiablado siempre van juntos), que se lee en un suspiro o que constituye un brillante tour de force, bueno esto ya sería pasarse tres pueblos. En fin, se trata de una novela entretenida y simpática pero que está lejos de poder ser considerada un clásico ineludible de la ciencia ficción.

Harrison es un escritor de ciencia ficción conocido sobre todo por su novela ¡Hagan sitio!,¡hagan sitio!, recuperada recientemente también por Minotauro, en la que nos presenta un mundo superpoblado y con escasez de alimentos. Sin embargo la mayor parte de su producción está consagrada al más puro entretenimiento. Así sucede en varias de sus novelas que luego ha convertido en series como Bill,héroe galáctico o el Mundo de la muerte, en ocasiones alargadas en exceso por razones fundamentalmente crematísticas. La rata de acero inoxidable también acabó convirtiéndose en una serie de la que en nuestro país, que yo sepa, sólo se ha publicado el segundo libro, La venganza de la rata de acero inoxidable.

La rata deacero inoxidable es una «space opera» de tono humorístico. Su protagonista, James Bolívar, alias Jim di Griz, pertenece a ese uno por ciento de delincuentes que hacen que en una sociedad en la que apenas hay descontentos la policía sea necesaria; es lo que llaman una  rata de acero inoxidable. Roba por gusto, por amor a la aventura y para sentirse libre de las ataduras de la sociedad. Sin embargo, aunque es un ladrón tiene sus principios y por eso nunca ha matado a nadie.

Quizás lo más destacable de la novela sea el ritmo vertiginoso que le imprime Harrison.  Sin embargo, no todo es acción también ofrece algunos momentos de humor, por ejemplo el  encuentro del protagonista con el rey Villelm es para partirse. Así y todo me esperaba un tono más de comedia que el que me he encontrado. Con eso no quiero dar a entender que las aventuras de di Griz deban tomarse demasiado serio. Los acontecimientos que se narran apenas se sostienen, no obstante Harrison sabe encubrir los fallos con gran habilidad. Aunque a nada que  uno se preocupe por analizar lo que sucede, se da cuenta de que las estrategias de di Griz carecen por completo de sentido, ya se trate de efectuar un robo o de trazar los planes para encontrar a la desalmada Angelina cuando es reclutado por los Cuerpos Especiales. Harrison hace que traguemos con todo repitiendo constantemente lo bueno que es di Griz haciendo esto y lo otro, o sea aludiendo a su innata habilidad y a su vasta experiencia. Un recurso que utilizaba muy a menudo también el bueno de Heinlein en muchas de sus novelas. A base de repetir que un personaje es una autoridad en su campo, aunque sus actos no lo corroboren, se nos induce a pensar que todo lo que hace es de una lógica aplastante. Es evidente que hay una intencionalidad paródica en ello pero desde mi punto de vista le falta un poco más de mala leche al relato. Por otra parte he de reconocer que después de más sesenta años (el libro se publicó por primera vez en 1961) la novela ha perdido parte de su frescura y de su capacidad para sorprender al lector.

En cualquier caso me alegro, aunque no deje de sorprenderme, de que Minotauro esté recuperando gran parte de la obra de Harry Harrison. Además me ha permitido volver a escribir una reseña a la manera distendida y desenfadada en que solía hacerlo. Cosa distinta es que ésta sea de utilidad a alguien, pero a mí he de decir que me ha sentado francamente bien.