Blog ciencia-ficción

Nada de fantaciencia, ni de literatura especulativa, ni de ficción científica, ni tampoco de literatura futurista. Sólo ciencia ficción.

Universo de pocos

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jueves, 27 de abril de 2023

“Light Chaser (Surcaluz)”, de Peter F. Hamilton y Gareth L. Powell

Portada de “Light Chaser (Surcaluz)” de Peter F. Hamilton y Gareth L. PowellHace un año no lo hubiera imaginado pero algunas lecturas recientes me han llevado a la conclusión de que el amor romántico se ha puesto de moda dentro de la ciencia ficción. Tal vez sea una coincidencia pero el caso es que en los últimos meses he leído varias novelas en las que el amor juega un papel destacado. Se trata de historias como la de Así se pierde la guerra del tiempo, de Amal El-Mohtar y Max Gladstone, en las que la pasión sobrevive a guerras y a intervalos de tiempo inconcebibles. Preferentemente sucede entre parejas no heterosexuales, es el caso de la que he mencionado antes y también de Historias de Xuya, de Aliette De Bodard, con una relación que no se produce exactamente entre dos personas puesto que una de ellas es una nave espacial (con una parte humana). En Aves extintas, de Simon Jimenez, podemos encontrar un catálogo completo de amores entre personas de diferentes géneros. Asistimos en todas ellas a pasiones desaforadas en medio de escenarios colosales o descubrimos  que existen amores que pueden ser más poderosos que la muerte como el que existe entre Amahle y Carloman en Light Chaser,  de Peter F. Hamilton y Gareth L. Powell. El modelo que siguen estas novelas es el de Romeo y Julieta, en las que aunque el amor es considerado el más puro y gozoso de los sentimientos humanos casi siempre suele ser el origen de una tragedia.

Además de una historia de amor Light Chaser es una aventura que abarca milenios. A pesar de esto intentaré no extenderme demasiado con su argumento. La protagonista, Amahle, es una surcaluz y como tal viaja con su nave a una velocidad cercana a la de la luz siguiendo un circuito preestablecido por lo que se llama el Dominio. No tiene idea del tiempo que lleva haciéndolo ni de las veces que lo ha recorrido a lo largo de su vida, que gracias a su ADN modificado puede prolongarse varios siglos. Su misión es recoger en los planetas colonizados los collares que entregó en su visita anterior y dejar otros en su lugar. En estos collares, sin que sus portadores lo sepan, quedan archivadas íntegras sus vivencias diarias que luego podrán ser experimentadas por otros. Entre visita y visita sin otra compañía en la nave que una IA, Amahle no tiene nada mejor que hacer que curiosear y sumergirse en las vidas almacenadas en estos collares. Para su sorpresa en varios de ellos alguien se dirige claramente a ella como si la conociera. Parece algo imposible puesto que eso supondría, entre otras cosas, que ése alguien se desplazara más rápido que ella.

Si algo de bueno tiene esta space opera es que al contrario de lo que sucede en muchas de las novelas pertenecientes a este subgénero (con comienzos que parecen concebidos para ahuyentar al lector), logra captar nuestra atención casi desde el principio. ¿Quién es ese personaje misterioso y cómo ha logrado desplazarse por el espacio y por el tiempo de la manera en que lo hace? Al final la explicación resulta más bonita y romántica que otra cosa y no destaca precisamente por su originalidad. Sorprende, eso sí, toparse con una explicación así en una space opera de este tipo, que por lo general opta por revestir sus historias de verosimilitud científica. Sin embargo el mayor problema que veo yo a la novela es la rapidez con la que se resuelve el misterio. Llama la atención que una revelación que va a trastocar por completo la vida de su protagonista, que la obliga a interpretar lo que lleva haciendo durante siglos, se despache en poco más de un párrafo. De manera que una de las mayores virtudes de la novela, su brevedad, se convierte también en uno de sus mayores inconvenientes. Apenas queda espacio para profundizar en las emociones de los personajes, en sus cambios de opinión y en sus pasiones repentinas. Porque si bien se trata de una space opera, la parte aventurera queda en un segundo plano detrás del relato sentimental. Amahle, debido a su longevidad, debe descartar parte de los recuerdos para dejar espacio a los nuevos, sin embargo cuando le conviene a la narración los recupera de manera súbita. En otro orden de cosas está la discutible decisión de comenzar a contar la novela por su final, algo así como dinamitar el terreno antes de construir la casa.

Hamilton y  Powell han escrito un libro de puro entretenimiento y no hay que tomarlo por más de lo que es. Así y todo, asumido que no es más que un libro para pasar el rato, he de decir que la historia de amor no me ha llegado al corazón. Seguramente el problema es mío pero estos amores tan sublimados, que se prolongan durante eones son demasiado para mí. Lo mismo me sucedió con las novelas que he mencionado al comienzo de esta reseña. En Así se pierde la guerra del tiempo, para reforzar el amor que sienten sus protagonistas, Amal El-Mohtar y Max Gladstone optan por un lenguaje poético que muchas veces se les escapa de las manos. Siete de Infinitos, que forma parte Historias de Xuya, a pesar de contar el amor que surge entre un ser humano y una nave espacial, resulta ser un relato tópico. Algo más lograron conmoverme algunos de los amores que Simon Jimenez nos presenta en Aves extintas y supongo que es porque sus personajes parecen reales y por tanto también sus emociones, cosa que no sucede en las otras novelas.

Robert Silverberg publicó en 1970 un relato, de apariencia muy sencilla, en el que nos  hacía vivir en nuestras propias carnes el amor que un delfín siente por su cuidadora. Su título es Ismael enamorado y en él Silverberg demuestra que puede lograrse mucho más con mucho menos. A pesar de disponer de más páginas Light Chaser se queda a medias tanto en la historia de amor, que me deja bastante frío, como en su faceta de space opera, que tampoco logra del todo el objetivo principal al que aspira este tipo de novela, que es despertar eso que llaman el sentido de la maravilla.

miércoles, 29 de marzo de 2023

“Hielo”, de Anna Kavan

Portada de “Hielo”, de Anna Kavan

Fue gracias a Brian Aldiss que supe de Anna Kavan por primera vez. No, no he tenido el gusto de conocer a Aldiss personalmente, mencionaba a esta escritora en la antología titulada Última etapa que publicó Bruguera en 1976, en la que diferentes autores escribían un relato definitivo sobre los principales temas de la ciencia ficción. Cada uno de ellos iba acompañado de un pequeño comentario del autor, y Aldiss entre otras cosas aprovechó el suyo para hablar muy elogiosamente de Kavan. Por desgracia entonces no se había publicado en España todavía nada de esta rara avis de la literatura inglesa. Su libro más emblemático Hielo (1967) no lo sería hasta 1987.

La editorial Trotalibros rescató hace dos años esta olvidada y singular novela con una edición muy cuidada que ha sido traducida por Ainize Salaberri. Hay que decir que no se trata de un libro fácil y que en muchas ocasiones pone a prueba la paciencia del lector. Lo que hace  que su lectura no sea sencilla es una trama que parece volver siempre al mismo punto en una espiral que no tiene fin. La impresión de que la acción no lleva a ningún lado puede desesperar a muchos. Si esto no fuera suficiente, la historia se interrumpe a veces de manera brusca sin que la autora ponga sobre aviso al lector, de manera que éste no tiene forma de saber si la nueva escena es recordada o imaginada. Estas reiteraciones, estos círculos que traza la historia componen una especie de bucle infernal del que ni los personajes ni el lector pueden escapar. La novela adquiere así la forma de una pesadilla recurrente y como tal no ofrece respuestas.

Tampoco es fácil resumir su argumento. Lo cierto es que es una novela difícil en todos los sentidos. El protagonista y narrador de la historia es un hombre obsesionado por una mujer de la que a excepción de su físico (es extremadamente delgada y posee un cabello largo y plateado) apenas sabremos nada. No es que de él vayamos a saber mucho más, si acaso de su fascinación por los inris, unas criaturas pacíficas parecidas a los lémures. Ni él ni ella tienen nombres, son personajes arquetípicos, criaturas de ficción con un propósito concreto, que no claro, dentro de la narración. Él la busca para salvarla del hielo que avanza pero también de otro personaje que la tiene cautiva, el Custodio. Ella, sin embargo, huye la mayoría de las veces de él, quien desde luego no parece mejor que el Custodio. Él es un individuo contradictorio, capaz de disparar sin contemplaciones a alguien que intenta subir a su barca para ponerse a salvo o de apiadarse de otro que es apaleado por un grupo de soldados. Diríase que la tortura sólo está bien si la practica él. A pesar de esta persecución del gato y del ratón entre él y ella, parecen necesitarse el uno al otro.

En esta manía que tenemos por etiquetarlo todo se ha catalogado a Hielo de novela catastrofista porque se sitúa en un futuro de enfriamiento causado por una guerra nuclear; también, cómo no podía ser menos, de distopía, que es el término eufemístico con el que últimamente se esquiva tener que emplear el tan menospreciado de ciencia ficción. No me parece que Kavan estuviera especialmente interesada en escribir una novela sobre un mundo que ha sufrido una guerra nuclear y desde luego está muy alejada de lo que yo entiendo por distopía. Para mí leer Hielo ha sido sumirse en un estado mental de continua desazón, de miedo, de incómodos sentimientos de posesión y de humillante sometimiento. Los personajes van pasando por todas estas emociones, la mayoría de las veces es ella la víctima, pero también lo es él de su necesidad de protegerla de la autoridad y de la tiranía del Custodio. Ella además necesita de alguien que la proteja. En fin, de una manera esquemática se trata de la relación que ha existido hasta hace poco y que aún perdura en muchas ocasiones entre una mujer y un hombre. Otros, al tanto de la biografía de Kavan, pensarán que es el que se establece entre el adicto y la droga.

¿Puede considerarse Hielo ciencia ficción? Desde mi punto de vista sí. Hay dos tipos de ciencia ficción, una en que los elementos de ciencia ficción son empleados para crear una metáfora y otra en los que no. Hielo pertenece claramente al primer grupo.

En el prólogo José Carlos Rodrigo intenta separar la obra de la vida de la autora. Tras saberse su adicción a la heroína muchos han creído encontrar la clave a esta novela inaprensible y un significado a ese hielo que va devorando el mundo. Por mi parte he procurado no tener muy en cuenta su biografía pero qué duda cabe de que su visión enajenada de la realidad recuerda mucho a la de otro gran consumidor de drogas como es Philip K. Dick. Aunque ahí está  Kafka, otro escritor con el que comparte muchas cosas y del que, que yo sepa, lo más fuerte que consumía era café. La vida de Anna Kavan, cuyo nombre auténtico es Helen Emily Woods, daría lugar con toda seguridad a una interesante novela. El libro viene acompañado de una nota al inicio en la que se cuentan algunos detalles: sus dos matrimonios que acabaron en divorcio, la muerte de su hijo en la segunda guerra mundial, su problema con las drogas, sus intentos de suicidio, su paso por diversos hospitales psiquiátricos y finalmente su muerte a los 68 años. Como curiosidad antes de cambiarse el nombre escribía novela rosa.

De la misma manera que en una sonata hay un motivo musical que se repite hasta el final de la obra, la novela de Kavan, variando a veces el ritmo, otras la instrumentación, vuelve una y otra vez al mismo relato de búsqueda y desencuentro. Hielo parece escrito por alguien que se siente perdido en el mundo y que no encuentra su lugar en él. A lo largo de la novela el hielo es una amenaza constante que se cierne sobre el mundo y sobre los protagonistas. Para algunos es un símbolo de la droga que devoraba a su autora (no es fácil llegar a una conclusión), sin embargo para mí representa el frío de la muerte que de alguna manera siempre está presente en nuestras vidas y que se acerca inexorablemente.


miércoles, 15 de marzo de 2023

“Mecanoscrito del segundo origen” de Manuel de Pedrolo

Portada de  “Mecanoscrito del segundo origen” de Manuel de Pedrolo

Publicado por primera vez en 1974 en catalán, Mecanoscrito del segundo origen, de Manuel de Pedrolo, se ha convertido en todo un clásico de la ciencia ficción. Se trata de una novela muy conocida sobre todo en Cataluña, donde se ha utilizado incluso como libro de lectura en algunas escuelas. La edición en castellano se produjo diez años después y desde entonces se ha venido reeditando periódicamente, lo que demuestra que se trata de una historia que después de décadas todavía sigue atrayendo a los lectores. La novela goza de gran aceptación entre los jóvenes, aunque su autor no la escribió específicamente para un público de estas edades. No es difícil de entender, teniendo en cuenta que narra con una sencillez impresionante la historia de dos jóvenes, chica y chico, que de la noche a la mañana parecen haberse convertido en los únicos supervivientes del mundo.

El arranque de la novela es de los que no se olvida. Unos muchachos arrojan a otro niño a una alberca sólo porque no les gusta el color de su piel. Alba, que es testigo de la agresión, se lanza sin pensárselo al agua para salvarlo justo a tiempo de ver unos platillos volantes en el cielo. Cuando sale de la alberca arrastrando consigo al niño, aún tiene tiempo de ver desaparecer en el horizonte los extraños aparatos. Poco después los chicos, Alba y Dídac, salvadora y rescatado, descubrirán que en los alrededores todos están muertos (incluso los dos niños que tiraron a Dídac al agua), que el pueblo ha quedado convertido en escombros y que sus padres han sucumbido bajo ellos. Alba tiene catorce años, Dídac sólo nueve, y ambos han sobrevivido al ataque extraterrestre por un hecho completamente fortuito, por encontrarse bajo el agua en el preciso momento en que se produjo el ataque. Una buena pero también una mala acción les ha salvado.

El texto está dividido en párrafos numerados que comienzan siempre con la conjunción «y» lo que da a la narración un aire de cuento y a la vez de redacción infantil. Esto último tiene su razón de ser por ser quien es el narrador. El hecho de que los párrafos estén numerados nos  hacer pensar en los textos bíblicos pero el tono sin complicaciones y directo de la novela tiene muy poco que ver con el hiperbólico, elegíaco o arengador que adopta la Biblia. Pedrolo despoja a la novela de todo adorno y deja la trama prácticamente al desnudo. No se detiene demasiado en lo que no está interesado en contar y desde el principio sitúa a los dos personajes principales, niños aún, en un mundo en el que deberán arreglárselas sin la ayuda de nadie, que es en definitiva lo que el autor quiere narrar. Por tanto, para ahorrarse descripciones innecesarias, hace que la destrucción se deba al ataque de los típicos platillos volantes que están en el imaginario de todo el mundo (sobre todo de los años 70). Como se puede apreciar no se trata de un inicio con grandes pretensiones de verosimilitud. A partir de entonces Pedrolo se toma más en serio conseguir que lo que Alba y Dídac hacen para salir adelante resulte más creíble.

De los dos personajes que protagonizan la novela, la que llama más la atención es Alba. Sorprende cómo asume desde el principio su papel de madre y luego de compañera, de esposa o cómo se quiera llamar. Su falta de prejuicios, su decisión de hacer lo imposible para que la humanidad no se extinga en alguien tan joven es loable a la vez que extraña y perturbadora. Lo tiene muy claro y en ningún momento parece cuestionarse lo que deberá hacer para cumplir la misión que se ha impuesto. Tendrá que ejercer de madre de quien en el futuro será su amante y el padre de sus hijos. Pedrolo lo cuenta todo sin darle demasiada importancia y los dos personajes aceptan este doble papel con pasmosa naturalidad. Sólo hay un momento en el que Alba parece reconocer lo anómalo de su situación. No obstante se hace cargo de que en una situación inusual como la suya deben buscarse soluciones que también lo son. Es sin saberlo una auténtica pragmática.

Alba, al tener unos años más que Dídac, ejercerá también de maestra. Responder a todo lo que él le pregunta, lo considerará parte de sus funciones y lo hará sin titubear por incómodas que resulten las cuestiones y siempre con la máxima claridad. El mundo que crearán será uno en el que no haya convencionalismos sociales ni prejuicios. No es algo que se hayan propuesto hacer, es algo que surge de manera espontánea e inocente. En cualquier caso hay que recordar que la novela fue escrita en los años setenta y el movimiento hippie seguía presente. Tal vez sea ésta la razón de que Pedrolo recalque, en demasiadas ocasiones quizás, la desinhibición que muestran los chicos ante la desnudez o a la hora de hablar de sexo.

Por decisión de Alba se embarcarán en otro gran proyecto, el de atesorar todos los libros que encuentren. Al principio lo hacen pensando en su propio beneficio, con el fin de tener a mano textos que puedan servirles de utilidad en su supervivencia, libros de medicina, de mecánica o de otras competencias. Porque a pesar de su juventud Alba mira siempre un poco más allá. Se cree con el deber de salvar la humanidad y eso supone también poner a salvo uno de sus mayores valores como es el conocimiento. Dídac en cambio no siente esa responsabilidad por lo que es menos cauto y de los dos es el que propone las empresas más arriesgadas, que muchas veces Alba termina por quitarle de la cabeza.

Al igual que en otras novelas similares como La muerte de la hierba (1956) de John Christopher o Los genocidas (1965) de Thomas M. Dish,  Mecanoscrito del segundo origen narra con detalle las vicisitudes y las soluciones que ponen en práctica un grupo de personas para sobrevivir a una catástrofe. Alba y Dírac deberán esforzarse, saber sobreponerse a los fracasos y utilizar su ingenio para poder salir adelante. Lo que no veremos como en otros libros es un deterioro o un desgaste en la relación entre sus protagonistas, más bien al contrario la convivencia entre Alba y Dídac se antoja a veces incluso demasiado idílica.

Resulta curioso el atractivo que tienen los paisajes apocalípticos, ¿a cuántos no nos gustaría asomarnos por un rato a esos mundos en descomposición? Poder entrar en esos supermercados abandonados y aprovisionarnos de lo que queramos o recorrer el mundo sin toparnos con molestos turistas haciendo fotos por doquier. Esa es, supongo, la razón de que existan tantos videojuegos que se desarrollan en ambientes postapocalípticos. Si no recuerdo mal antes de que estallara la guerra de Ucrania se llegaron a ofrecer tours ilegales por la chernóbil radiactiva para que los guiris de turno pudieran pisar con sus propios pies un territorio asolado.

Mecanoscrito del segundo origen es una novela que se lee de un tirón, con unos personajes entrañables y con los que es fácil identificarse, clásica en su desarrollo, controvertida al mismo tiempo que ingenua, no hay duda de que se trata de un libro muy recomendable para lectores de todas las edades.

jueves, 23 de febrero de 2023

“Historias de Xuya”, de Aliette De Bodard

Portada de “Historias de Xuya”, de Aliette De Bodard

Bajo este título Historias de Xuya, Aliette De Bodard ha reunido dos novelas cortas que se sitúan en la realidad ucrónica de Xuya. Se trata éste de un mundo alternativo en el que la civilización china fue la primera en llegar a América. Ambas además transcurren en un futuro lejano en el que la humanidad se ha dispersado por el universo viajando en las llamadas «naves mentales», unas naves espaciales que poseen consciencia propia. Así resumido, una «space opera» dentro de una ucronía con otros elementos que mencionaré más adelante, puede hacernos pensar que es algo rebuscado y lo cierto es que difícilmente se puede negar que no lo sea. Afortunadamente  para el lector que no esté al tanto de los antecedentes históricos de Xuya, estos preámbulos apenas tienen relevancia en estas dos historias más allá de que la sociedad que se describe está influida por la cultura asiática y de que se bebe mucho té. Tal vez alguien tenga una explicación de por qué en las novelas recientes de ciencia ficción se toma tanto té. Personalmente prefiero el cacao, que seguramente es menos refinado y no está envuelto en el aire de misticismo que tiene todo lo asiático.

La primera de estas historias de Xuya es La maestra del té y la detective, que ganó nada menos que el premio Nebula a la mejor novela corta en 2018 y el Premio Mundial de fantasía a la mejor novela en 2019. Como indica su título se trata de un relato detectivesco, el punto de partida es el clásico descubrimiento de un cadáver. Imagino que el interés que ha despertado se debe sobre todo al escenario imaginado por la autora y a los personajes que lo protagonizan, uno  de los cuales es una nave mental. La idea en principio parece estimulante pero a todos los efectos estas naves se comportan como cualquier hija de vecina con la diferencia de que tienen un nombre más largo y viven más tiempo. Por lo demás beben té (o hacen como que lo toman, no queda muy claro), leen novelas románticas, investigan crímenes e incluso, como se verá en la siguiente historia del libro, follan. Pueden hacer todo esto porque proyectan su avatar a cualquier otro hábitat y porque sus «bots» les permiten interactuar con los elementos materiales. «La hija de la sombra», que es el nombre de la nave que protagoniza la novela, sufre un trauma que le impide sumergirse en el espacio profundo y por tanto ejercer como vehículo de transporte. Años de tradición cinematográfica y televisiva nos han enseñado que cuando el protagonista sufre un trauma habrá un momento decisivo de la trama en el que deberá echar los restos y sobreponerse heroicamente a sus miedos para salvar a alguien o impedir un crimen. La maestra del té y la detective no ha querido romper con esta arraigada costumbre de la ficción más popular. Al final el crimen es resuelto y la historia termina de una manera que hay que reconocer queda simpática con los protagonistas dejando las puertas abiertas a otra posible colaboración en el futuro que me ha recordado a esos antiguos relatos que se publicaban por episodios.

Le sigue la novela corta  Siete infinitos, que se apoya también en una trama policiaca. Si en el anterior relato el referente era Sherlock Holmes, en este caso la historia se decanta por la novela negra y se zambulle de lleno en el ciberpunk. La protagonista es Vân una chica que ha podido acceder a un club de poesía (algo por lo visto de gran valor en esa sociedad) haciendo trampa. Además de los reparos que esto le provoca debe hacer frente a los remordimientos que le afligen por algo sucedido hace unos años. Su engaño consistió en haber callado que tenía un implante mnemotécnico, lo que de por sí no tiene nada de malo pero en la rígida sociedad de Xuya sólo están permitidos los que proceden de los propios ancestros y el de Vân deriva de fragmentos de personalidades ajenas a la familia. La historia arranca como corresponde a todo relato policiaco con una muerte inexplicable. Una nave mental con un nombre todavía más largo que la del relato anterior, «La orquídea salvaje en un bosque sombrío», y con un pasado turbio de ladrona ayudará a Vân y a su alumna a desentrañar esta muerte que se ha producido en su casa y que podría afectar gravemente a su reputación. En aspectos como la importancia que conceden a la honestidad, la integridad y también a los antepasados es donde se percibe la influencia asiática que pesa sobre la sociedad de Xuya. La historia es una sorprendente mezcla de novela ciberpunk, de elementos de pura ciencia ficción como implantes y naves espaciales pero también de romanticismo kitsch, de cultura vietnamita y de lugares comunes. Esto último se aprecia sobre todo al final, cuando Vân decide desobedecer los consejos que le han dado poniendo en riesgo su vida, y en la escena final, habitual por otra parte, con la heroína en manos del villano (en este caso villana) amenazándola con matarla si no acepta sus condiciones.

En el primero de los relatos predominan los diálogos en los que De Bodard pone bastante énfasis en los gestos y expresiones de los interlocutores. Su pausada prosa brilla  bastante más en el segundo aunque a veces sorprende con frases que parecen sacadas de El conde de Montecristo:

«—No — convino, con el sabor ácido y acre de la mentira en la boca».

La nave mental que protagoniza la primera historia, a causa del trauma que padece, en lugar de navegar se dedica a preparar tés a todo aquel que acude a ella. Buscan un remedio que mitigue el malestar que les provoca internarse en el espacio profundo. Para ello la nave elige las hierbas más adecuadas con las que prepara su infusiones terapéuticas. De la misma manera Aliette De Bodard ha creado este singular té literario escogiendo lo que deben de ser sus ingredientes más queridos: un poco de ciberpunk, un poco de policiaco, una buena dosis de personajes femeninos, algo de cultura vietnamita y un poco de romance. Muchos se lo beberán encantados pero como decía al comienzo de esta reseña, yo prefiero el cacao.

martes, 14 de febrero de 2023

“Vida y milagros de Stony Mayhall”, de Daryl Gregory

Portada de “Vida y milagros de Stony Mayhall” de Daryl Gregory

Con éste ya son tres los libros de Daryl Gregory que reseño en Universo de pocos. El hecho de repetir un autor no es una señal inequívoca de que me guste, ya que por lo general procuro dar una segunda oportunidad. No voy a dar nombres pero hay más de un escritor con el que lo he intentado hasta tres veces, en parte por cabezonería pero en muchas ocasiones movido también por el ruido de fondo que generan las redes sociales. No es el caso de Gregory, del que puedo afirmar que no me ha defraudado todavía. Se trata de un escritor que mantiene un nivel medio alto y que desde mi punto de vista alcanzó su cota máxima con La extraordinaria familia Telemacus (2017) (enlace). Vida y milagros de Stony Mayhall (2011) fue escrita unos años antes y en ella ya puede observarse la atención que Gregory dedica a los personajes y el sentido del humor con el que aborda las historias.

Vida y milagros de Stony Mayhall es una novela de zombis con todos los tópicos y componentes habituales del subgénero pero que así y todo pretende ser algo completamente diferente. Gregory no ha sido el único en acometer un desafío así, Colson Whitehead quiso hacerlo, curiosamente en el mismo año, con Zona Uno, un libro que si bien es más ambicioso es también el doble de aburrido que el de Gregory. Además carece de su sentido del humor, un elemento por otra parte bastante necesario en un subgénero que ha sido explotado hasta la saciedad y que parecía agotado. Unos años más tarde, en concreto en 2014, otro escritor, M.R. Carey, retomaría la temática zombi con Melanie, una novela en la que la protagonista, al igual que sucede en Vida y milagros de Stony Mayhall, es un zombi. Resulta curioso que en ambos libros el personaje principal sea el que sostiene casi por sí solo la novela y que sea el que marca la diferencia con respecto a otras novelas de la misma temática. También coinciden en que sus respectivos protagonistas, Melanie y John, son dos seres que, a pesar de lo que son, de lo que su naturaleza les impulsa a hacer, se ganan desde el principio la simpatía del lector.

John es encontrado siendo un bebé junto al cadáver de su madre en una cuneta. En medio de una tormenta de nieve Wanda Mayhall y sus tres hijas se lo llevan a casa y deciden ocuparse de él. Es un MV, un muerto viviente o un «viviente alternativo» como algunas facciones zombis reclaman ser denominados. Precisamente es esta guasa la que hace que la novela no sea una historia de zombis convencional. Al principio Alice, la mayor de las hijas, se opone a su madre por el peligro que supone cobijar a una criatura así. Años antes una epidemia causada por algo que todavía se desconoce convirtió a miles de personas en zombis y aunque pudo ser sofocada, el miedo persiste en la población.

Debido a la pasmosa resistencia que muestra el cuerpo de John a todo tipo de agresiones sus hermanas prefieren llamarlo Stony. Durante su infancia lo someten a todo tipo de perrererías que luego Alice deberá enmendar a escondidas de su madre. Esto se cuenta en la primera parte del libro, la más divertida de todas y que nos dará a conocer a un Stony niño tremendamente humano, tal y como comenta Elías F. Combarro, más conocido como Odo, en el prólogo. A este rasgo de humanidad yo añadiría la ausencia de maldad y la voluntad de hacer siempre lo que considera más justo. La novela está dividida en cuatro partes que nos relatan diferentes períodos de la vida de John. La primera está dedicada a su infancia en casa de Wanda con su hermana, y las siguientes a su etapa de adulto, en la que convivirá con otros como él, aunque su familia verdadera —siente él — será siempre la familia humana que lo acogió.

En el libro que nos ocupa, al igual que sucede en otras novelas de Gregory, la familia juega un papel de gran importancia. Como he mencionado no se trata de la familia biológica de Stony aunque sea tratado siempre como un miembro más. El hecho indiscutible de que Stony sea diferente y de que fuera de la familia sea considerado un peligro no cuenta para su madre y su hermanas y no afecta al cariño que le tienen, si acaso su singularidad despierta en ellos una enorme curiosidad. A pesar de todo, la vida de Stony no es como la de los demás, él no puede salir de la granja donde vive ni ir tampoco a la escuela por lo que encuentra refugio en los libros, en concreto le gusta una serie de novelas protagonizadas por alguien con el que puede identificarse: un zombi.

Otro elemento recurrente en las novelas de Gregory son los personajes poseedores de una capacidad o habilidad especial. Así sucede en Afterparty (2014) (enlace) en la que su protagonista creía ver a su ángel de la guarda o en La extraordinaria familia Telemacus en la que cada uno de los miembros de la familia estaba dotado de un poder extrasensorial. En cierta manera, a su pesar, Stony es un superhéroe porque además de su invulnerabilidad es capaz de hacer cosas que no están al alcance de los seres humanos. Lo curioso es que estas habilidades especiales que poseen muchos de los personajes de Gregory raramente sirven de consuelo a sus protagonistas y no ayudan a mitigar el profundo sentimiento de alienación que pesa sobre ellos.

Vida y milagros de Stony Mayhall, a pesar de su grosor (algo también habitual en las novelas de Gregory), se lee de un tirón. El estilo sencillo, unos personajes entrañables, una trama que nunca se sabe por dónde va a tirar y un poco de humor son los que lo hacen posible. El libro además nos hace reflexionar sobre algo tan prodigioso como es la vida; lo curioso es que lo hace a través de un personaje que precisamente carece de pulso y cuyo corazón ha dejado de latir para siempre, en definitiva de alguien que está muerto. Ni Stony ni nadie se explica cómo es posible que, a pesar de todo, tenga consciencia de su existencia. Se trata de una cuestión nada trivial, muy similar a la que nosotros, los que nos creemos vivos, nos hacemos y que tampoco hemos sabido responder.

martes, 31 de enero de 2023

“Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio”, de Andrea Chapela

Portada de "Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio" de Andrea Chapela
           «A good science fiction story should be able to predict not the automobile but the traffic jam», con este epígrafe tan oportuno de Frederik Pohl comienza el libro de Andrea Chapela. Creo que el texto se entiende bastante bien, yo con mi inglés de andar por casa lo he logrado sin demasiado esfuerzo. Viene a decir que la ciencia ficción lo que debe predecir son los atascos de tráfico y no los automóviles, vamos, que lo importante es hablar de sus consecuencias más que de la propia tecnología. En los relatos que componen Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio la escritora mejicana se toma en serio esta afirmación y especula principalmente sobre cómo los futuros avances aplicados a nuestro cuerpo y sobre todo a nuestra mente pueden afectar a las relaciones humanas y lo hace sin detenerse demasiado en los artefactos que lo hacen posible.

Andrea Chapela es una joven escritora que tiene las ideas claras y sabe plasmar en sus relatos las reflexiones que ella misma se hace sobre la manera en que la ciencia podría afectar a nuestra manera de pensar o de sentir. Para ella la ciencia ficción no es por tanto un artificio o un medio con el que propiciar un conflicto dramático. La escritora mejicana no se queda en la superficie, en sus futuros imaginados indaga con rigurosidad los efectos que la tecnología puede tener sobre nuestras vidas ya sea mediante sofisticadas lentes de contacto que permiten percibir la realidad de otra manera o de implantes que predicen si una relación sentimental es viable. En ocasiones Chapela extrapola sobre recursos de los que ya disponemos como son, por ejemplo, las redes sociales llevándolas un paso más allá. Así sucede por ejemplo en Perfilada en la que la gente cuelga experiencias complejas, recuerdos en lugar de imágenes en la «nube», o En el pensamiento donde la exposición de uno mismo es completa, la sociedad de los selfies y de instagram que conocemos deviene en un mundo en el que es factible compartir los propios pensamientos. Esta posibilidad de abrir las mentes, de manipularla, de poder controlarla o incluso de robarla es un tema muy presente en los relatos del libro.

Los avances tecnológicos que nos presenta Chapela en sus relatos nos son siempre fiables. Es algo que la protagonista de Real 90% tras una actualización del software que le permite alterar  su realidad a gusto experimenta en sus propias carnes. A veces esos fallos introducen un elemento singular en las vidas de sus usuarios, se trata de pequeños errores que los sacan de la monotonía y que tienen como consecuencia inesperada que muchos estén deseando experimentarlos. Sin embargo en la mayoría de las ocasiones intervenir en algo tan complejo como la mente humana puede traer efectos no deseados como ocurre en el relato Ahora lo sientes.

Este interés por cómo las mentes se pueden ver afectadas a consecuencia de los  avances tecnológicos es el aspecto que más me ha atraído del libro. En ocasiones esto da lugar a que apenas haya acción en los relatos, que consistan en un mero diálogo entre dos personas o de que lo narrado transcurra todo el tiempo en un mismo escenario. El caso más extremo en este sentido es En proceso en el que se narra  lo que ocurre en la mente de una persona durante los instantes en que transita de un cuerpo a otro, lo que le permite a la autora especular sobre si nuestra consciencia tiene continuidad en el tiempo. Así que, por encontrarles alguna pega, puede decirse que muchos de los relatos adolecen de falta de dinamismo.

Hay tres relatos con una temática y un escenario distintos. Uno de ellos es mi favorito del libro, se titula  El último día de mercado y es un cuento que muy bien podría haber escrito Paolo Bacigalupi para La bomba número seis y otros relatos. En él se narra cómo la tecnología, en este caso unos implantes que hacen posible que dos mentes se comuniquen a distancia, acaba por ensanchar aún más el abismo que separa a las clases afortunadas de las menos afortunadas. A través de la amistad de dos chicas pertenecientes a estamentos muy diferentes (una trabaja para la madre de la otra como sirvienta) y gracias a un relato contenido en lo emotivo y al que no sobra ninguna línea vemos la manera en que el poder acaba por corromper la relación. El segundo de estos relatos es El colapso de los estados superpuestos, que parte de una idea muy de Greg Egan en el que se mezclan la mecánica cuántica y el desfase relativista con una relación a distancia de fondo. Es un relato que, aunque original, no me ha concernido de la misma manera, tal vez porque me lo he creído menos. El último de estos relatos diferentes es Como quien oye llover en el que se narra el amor que surge entre dos jóvenes en una Ciudad de México que ha quedado sumergida. En esta ocasión la autora no nos intenta deslumbrar con artefactos tecnológicos sino con estampas de la ciudad anegada, lamentablemente las imágenes carecen del poder sugestivo de las imaginadas, por ejemplo, por Ballard en El mundo sumergido (1962). En este relato Chapela deja una vez más patente su amor a la ciudad que la vio nacer.

Habrá quien piense que se da una visión negativa de los avances científicos. No lo creo  así y recurro a las palabras de Pohl para refutarlo. El hecho de que los atascos de tráfico sean malos no implica que los coches sean intrínsecamente perniciosos. Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio es un libro muy recomendable, con un punto de vista muy personal sobre cómo la ciencia puede afectar a nuestras vidas y sobre todo a nuestras emociones. Lo hace con sencillez y naturalidad, sin sentimentalismos forzados y con inteligencia.


domingo, 15 de enero de 2023

"La Corporación", de Rob Hart

Portada de "La Corporación" de Rob HartLa Corporación de Rob Hart es un libro que seguramente nunca habría leído si no me lo hubieran regalado. Me lo obsequió una persona muy querida para mí por lo que de ninguna manera podía negarme a darle una oportunidad. Es posible que lo viera antes en alguna librería y hasta puede que leyera su contraportada, si fue así debí de dejarlo de nuevo en su sitio para luego olvidarlo porque cuando lo volví a tener entre las manos no recordaba haberlo visto antes. La primera impresión ha sido la de estar ante un genuino bestseller. Es innegable  su aspiración de convertirse en un superventas, bueno, ¿qué autor rechazaría serlo? De momento Hart ya ha conseguido que Ron Howard esté interesado en llevarlo a los cines. Dispone del material adecuado para una buena película, incluso podría pensarse que la novela fue escrita con ese fin ya que tiene todos los ingredientes necesarios para convertirse en un éxito de taquilla: tensión, crítica social, acción, una historia de amor no demasiado acaramelada para los tiempos que corren y una alusión clara a grandes empresas muy de actualidad como Amazon.

Contemos algo de su argumento. En un futuro cercano en el que el cambio climático ha sumergido a muchas ciudades costeras bajo el mar y en el que las elevadas temperaturas hacen que apenas se pueda salir de las casas destaca Cloud, una empresa gigantesca de venta a domicilio que ha borrado del mapa a la competencia gracias a sus bajos precios logrados en buena parte por los sueldos miserables que paga. Cloud, la Corporación a la que ser refiere el título de la novela, es un inmenso y todopoderoso monopolio, su poder es tal que ha suplantado al gobierno de los Estados Unidos de América en muchas de sus competencias. En un mundo asolado por el paro Cloud además de un empleo estable ofrece un lugar, sin duda modesto, donde dormir y una precaria cobertura sanitaria. Para muchos como Paxton y Zinnia, aunque sean conscientes de dónde se meten, significa la única solución para poder salir adelante. A través de los puntos de vista de estos dos personajes que acaban de entrar en Cloud y de Gibson, el hombre que la levantó de la nada, vamos conociendo los secretos de la empresa.

Por tanto, La Corporación comienza como muchas otras distopías de corte clásico con unos primeros capítulos, en este caso dedicados alternativamente a cada uno de los tres protagonistas, que nos muestran la vida cotidiana en un futuro cercano. Seguimos los pasos de Paxton y Zinnia desde el momento en que son seleccionados hasta su llegada a las instalaciones donde se les asigna un apartamento y un trabajo específico. Hart se muestra muy minucioso en describirnos las instalaciones de Cloud con sus numerosas tiendas, sus bares de copas, sus hamburgueserías, salas de juego.., en definitiva un mundo artificial que a ambos personajes recuerda a un inmenso y frío aeropuerto. El autor se detiene en explicarnos con pelos y señales el reparto de tareas, los diferentes colores de los polos con el que se distingue a cada uno de los trabajadores según la labor que desempeñan, cómo son vigilados mediante un brazalete que además da acceso a ascensores y a determinados lugares, la clasificación por estrellas según su rendimiento en el trabajo, los controles a la entrada de sus puestos de trabajo, los sistemas de transporte..., en fin todo queda pormenorizado en la primera parte del libro. Apenas suceden cosas en estas páginas, algo que a muchos puede parecer pesado y que yo sin embargo me he leído de un tirón. Estos primeros capítulos del libro sirven además para conocer las diferentes personalidades de cada uno de los protagonistas y las razones que les han impulsado a entrar en Cloud.

Paxton es un joven un tanto inocente, un emprendedor resentido con Gibson como  consecuencia de un proyecto empresarial en el que tenía puestas grandes esperanzas y que éste truncó. Zinnia es el prototipo de la heroína actual, descreída, dura, capaz de cepillarse a cuatro maromos más grandes que ella sin despeinarse. Uno pensaría al ver a todas estas mujeres repartiendo mamporros que en lugar de una ley que proteja a la mujer haría falta una que protegiera a los hombres. Ella hace de Bruce Willis y él no es que sea exactamente Audrey Hepburn, pero tampoco es Silvester Stallone. Por otra parte Gibson es el típico americano hecho a sí mismo, más Trump que Musk, más paternalista que López Obrador el día de Nochebuena. Se trata de individuos que están completamente convencidos de que lo que hacen es por el bien de la humanidad.

El futuro que nos presenta Hart como ya hiciera Marc-Uwe Kling en Qualityland es una clara extrapolación de nuestro presente, con un consumismo exorbitado y en el que la gente es una pieza más de la economía. Como es bien sabido (los políticos y los economistas además no se cansan de repetirlo) la economía debe crecer. No sabemos muy bien por qué, pero es algo que  pocos ponen en duda, aunque el resultado sea que sólo unos pocos se beneficien de ello. Aquí pueden apreciarse claras referencias a Quienes se marchan de Omelas (1973), el célebre cuento de Ursula K. Le Guin. El relato es mencionado en varias ocasiones a lo largo de la novela, lo que  da una pista de que estamos ante algo más que un vulgar bestseller. Los últimos capítulos del libro me traen además el grato recuerdo de otro clásico de la ciencia ficción, ¡Hagan sitio!, ¡hagan sitio! (1966) de Harry Harrison.

La novela tiene sus fallos. El control al que están sometidos todos los trabajadores de Cloud es tal que el propio autor no sabe cómo eludirlo, algo necesario para que la trama avance. De manera que a Hart no le queda más remedio que inventarse un oportuno error de software que después de la minuciosidad con la que ha construido el escenario resulta un tanto decepcionante. Tampoco resulta muy creíble la capacidad destructora de Zinnia aunque ya me he referido a eso antes.

            Si bien La Corporación no aporta nada nuevo al cada vez más nutrido género de la distopía puede decirse  que está correctamente contada, lo hace sin grandes alardes y ofrece la tensión y el deleite suficientes para que el lector no pueda parar de leer hasta el final.