Blog ciencia-ficción

Nada de fantaciencia, ni de literatura especulativa, ni de ficción científica, ni tampoco de literatura futurista. Sólo ciencia ficción.

Universo de pocos

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martes, 14 de febrero de 2023

“Vida y milagros de Stony Mayhall”, de Daryl Gregory

Portada de “Vida y milagros de Stony Mayhall” de Daryl Gregory

Con éste ya son tres los libros de Daryl Gregory que reseño en Universo de pocos. El hecho de repetir un autor no es una señal inequívoca de que me guste, ya que por lo general procuro dar una segunda oportunidad. No voy a dar nombres pero hay más de un escritor con el que lo he intentado hasta tres veces, en parte por cabezonería pero en muchas ocasiones movido también por el ruido de fondo que generan las redes sociales. No es el caso de Gregory, del que puedo afirmar que no me ha defraudado todavía. Se trata de un escritor que mantiene un nivel medio alto y que desde mi punto de vista alcanzó su cota máxima con La extraordinaria familia Telemacus (2017) (enlace). Vida y milagros de Stony Mayhall (2011) fue escrita unos años antes y en ella ya puede observarse la atención que Gregory dedica a los personajes y el sentido del humor con el que aborda las historias.

Vida y milagros de Stony Mayhall es una novela de zombis con todos los tópicos y componentes habituales del subgénero pero que así y todo pretende ser algo completamente diferente. Gregory no ha sido el único en acometer un desafío así, Colson Whitehead quiso hacerlo, curiosamente en el mismo año, con Zona Uno, un libro que si bien es más ambicioso es también el doble de aburrido que el de Gregory. Además carece de su sentido del humor, un elemento por otra parte bastante necesario en un subgénero que ha sido explotado hasta la saciedad y que parecía agotado. Unos años más tarde, en concreto en 2014, otro escritor, M.R. Carey, retomaría la temática zombi con Melanie, una novela en la que la protagonista, al igual que sucede en Vida y milagros de Stony Mayhall, es un zombi. Resulta curioso que en ambos libros el personaje principal sea el que sostiene casi por sí solo la novela y que sea el que marca la diferencia con respecto a otras novelas de la misma temática. También coinciden en que sus respectivos protagonistas, Melanie y John, son dos seres que, a pesar de lo que son, de lo que su naturaleza les impulsa a hacer, se ganan desde el principio la simpatía del lector.

John es encontrado siendo un bebé junto al cadáver de su madre en una cuneta. En medio de una tormenta de nieve Wanda Mayhall y sus tres hijas se lo llevan a casa y deciden ocuparse de él. Es un MV, un muerto viviente o un «viviente alternativo» como algunas facciones zombis reclaman ser denominados. Precisamente es esta guasa la que hace que la novela no sea una historia de zombis convencional. Al principio Alice, la mayor de las hijas, se opone a su madre por el peligro que supone cobijar a una criatura así. Años antes una epidemia causada por algo que todavía se desconoce convirtió a miles de personas en zombis y aunque pudo ser sofocada, el miedo persiste en la población.

Debido a la pasmosa resistencia que muestra el cuerpo de John a todo tipo de agresiones sus hermanas prefieren llamarlo Stony. Durante su infancia lo someten a todo tipo de perrererías que luego Alice deberá enmendar a escondidas de su madre. Esto se cuenta en la primera parte del libro, la más divertida de todas y que nos dará a conocer a un Stony niño tremendamente humano, tal y como comenta Elías F. Combarro, más conocido como Odo, en el prólogo. A este rasgo de humanidad yo añadiría la ausencia de maldad y la voluntad de hacer siempre lo que considera más justo. La novela está dividida en cuatro partes que nos relatan diferentes períodos de la vida de John. La primera está dedicada a su infancia en casa de Wanda con su hermana, y las siguientes a su etapa de adulto, en la que convivirá con otros como él, aunque su familia verdadera —siente él — será siempre la familia humana que lo acogió.

En el libro que nos ocupa, al igual que sucede en otras novelas de Gregory, la familia juega un papel de gran importancia. Como he mencionado no se trata de la familia biológica de Stony aunque sea tratado siempre como un miembro más. El hecho indiscutible de que Stony sea diferente y de que fuera de la familia sea considerado un peligro no cuenta para su madre y su hermanas y no afecta al cariño que le tienen, si acaso su singularidad despierta en ellos una enorme curiosidad. A pesar de todo, la vida de Stony no es como la de los demás, él no puede salir de la granja donde vive ni ir tampoco a la escuela por lo que encuentra refugio en los libros, en concreto le gusta una serie de novelas protagonizadas por alguien con el que puede identificarse: un zombi.

Otro elemento recurrente en las novelas de Gregory son los personajes poseedores de una capacidad o habilidad especial. Así sucede en Afterparty (2014) (enlace) en la que su protagonista creía ver a su ángel de la guarda o en La extraordinaria familia Telemacus en la que cada uno de los miembros de la familia estaba dotado de un poder extrasensorial. En cierta manera, a su pesar, Stony es un superhéroe porque además de su invulnerabilidad es capaz de hacer cosas que no están al alcance de los seres humanos. Lo curioso es que estas habilidades especiales que poseen muchos de los personajes de Gregory raramente sirven de consuelo a sus protagonistas y no ayudan a mitigar el profundo sentimiento de alienación que pesa sobre ellos.

Vida y milagros de Stony Mayhall, a pesar de su grosor (algo también habitual en las novelas de Gregory), se lee de un tirón. El estilo sencillo, unos personajes entrañables, una trama que nunca se sabe por dónde va a tirar y un poco de humor son los que lo hacen posible. El libro además nos hace reflexionar sobre algo tan prodigioso como es la vida; lo curioso es que lo hace a través de un personaje que precisamente carece de pulso y cuyo corazón ha dejado de latir para siempre, en definitiva de alguien que está muerto. Ni Stony ni nadie se explica cómo es posible que, a pesar de todo, tenga consciencia de su existencia. Se trata de una cuestión nada trivial, muy similar a la que nosotros, los que nos creemos vivos, nos hacemos y que tampoco hemos sabido responder.

martes, 31 de enero de 2023

“Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio”, de Andrea Chapela

Portada de "Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio" de Andrea Chapela
           «A good science fiction story should be able to predict not the automobile but the traffic jam», con este epígrafe tan oportuno de Frederik Pohl comienza el libro de Andrea Chapela. Creo que el texto se entiende bastante bien, yo con mi inglés de andar por casa lo he logrado sin demasiado esfuerzo. Viene a decir que la ciencia ficción lo que debe predecir son los atascos de tráfico y no los automóviles, vamos, que lo importante es hablar de sus consecuencias más que de la propia tecnología. En los relatos que componen Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio la escritora mejicana se toma en serio esta afirmación y especula principalmente sobre cómo los futuros avances aplicados a nuestro cuerpo y sobre todo a nuestra mente pueden afectar a las relaciones humanas y lo hace sin detenerse demasiado en los artefactos que lo hacen posible.

Andrea Chapela es una joven escritora que tiene las ideas claras y sabe plasmar en sus relatos las reflexiones que ella misma se hace sobre la manera en que la ciencia podría afectar a nuestra manera de pensar o de sentir. Para ella la ciencia ficción no es por tanto un artificio o un medio con el que propiciar un conflicto dramático. La escritora mejicana no se queda en la superficie, en sus futuros imaginados indaga con rigurosidad los efectos que la tecnología puede tener sobre nuestras vidas ya sea mediante sofisticadas lentes de contacto que permiten percibir la realidad de otra manera o de implantes que predicen si una relación sentimental es viable. En ocasiones Chapela extrapola sobre recursos de los que ya disponemos como son, por ejemplo, las redes sociales llevándolas un paso más allá. Así sucede por ejemplo en Perfilada en la que la gente cuelga experiencias complejas, recuerdos en lugar de imágenes en la «nube», o En el pensamiento donde la exposición de uno mismo es completa, la sociedad de los selfies y de instagram que conocemos deviene en un mundo en el que es factible compartir los propios pensamientos. Esta posibilidad de abrir las mentes, de manipularla, de poder controlarla o incluso de robarla es un tema muy presente en los relatos del libro.

Los avances tecnológicos que nos presenta Chapela en sus relatos nos son siempre fiables. Es algo que la protagonista de Real 90% tras una actualización del software que le permite alterar  su realidad a gusto experimenta en sus propias carnes. A veces esos fallos introducen un elemento singular en las vidas de sus usuarios, se trata de pequeños errores que los sacan de la monotonía y que tienen como consecuencia inesperada que muchos estén deseando experimentarlos. Sin embargo en la mayoría de las ocasiones intervenir en algo tan complejo como la mente humana puede traer efectos no deseados como ocurre en el relato Ahora lo sientes.

Este interés por cómo las mentes se pueden ver afectadas a consecuencia de los  avances tecnológicos es el aspecto que más me ha atraído del libro. En ocasiones esto da lugar a que apenas haya acción en los relatos, que consistan en un mero diálogo entre dos personas o de que lo narrado transcurra todo el tiempo en un mismo escenario. El caso más extremo en este sentido es En proceso en el que se narra  lo que ocurre en la mente de una persona durante los instantes en que transita de un cuerpo a otro, lo que le permite a la autora especular sobre si nuestra consciencia tiene continuidad en el tiempo. Así que, por encontrarles alguna pega, puede decirse que muchos de los relatos adolecen de falta de dinamismo.

Hay tres relatos con una temática y un escenario distintos. Uno de ellos es mi favorito del libro, se titula  El último día de mercado y es un cuento que muy bien podría haber escrito Paolo Bacigalupi para La bomba número seis y otros relatos. En él se narra cómo la tecnología, en este caso unos implantes que hacen posible que dos mentes se comuniquen a distancia, acaba por ensanchar aún más el abismo que separa a las clases afortunadas de las menos afortunadas. A través de la amistad de dos chicas pertenecientes a estamentos muy diferentes (una trabaja para la madre de la otra como sirvienta) y gracias a un relato contenido en lo emotivo y al que no sobra ninguna línea vemos la manera en que el poder acaba por corromper la relación. El segundo de estos relatos es El colapso de los estados superpuestos, que parte de una idea muy de Greg Egan en el que se mezclan la mecánica cuántica y el desfase relativista con una relación a distancia de fondo. Es un relato que, aunque original, no me ha concernido de la misma manera, tal vez porque me lo he creído menos. El último de estos relatos diferentes es Como quien oye llover en el que se narra el amor que surge entre dos jóvenes en una Ciudad de México que ha quedado sumergida. En esta ocasión la autora no nos intenta deslumbrar con artefactos tecnológicos sino con estampas de la ciudad anegada, lamentablemente las imágenes carecen del poder sugestivo de las imaginadas, por ejemplo, por Ballard en El mundo sumergido (1962). En este relato Chapela deja una vez más patente su amor a la ciudad que la vio nacer.

Habrá quien piense que se da una visión negativa de los avances científicos. No lo creo  así y recurro a las palabras de Pohl para refutarlo. El hecho de que los atascos de tráfico sean malos no implica que los coches sean intrínsecamente perniciosos. Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio es un libro muy recomendable, con un punto de vista muy personal sobre cómo la ciencia puede afectar a nuestras vidas y sobre todo a nuestras emociones. Lo hace con sencillez y naturalidad, sin sentimentalismos forzados y con inteligencia.


domingo, 15 de enero de 2023

"La Corporación", de Rob Hart

Portada de "La Corporación" de Rob HartLa Corporación de Rob Hart es un libro que seguramente nunca habría leído si no me lo hubieran regalado. Me lo obsequió una persona muy querida para mí por lo que de ninguna manera podía negarme a darle una oportunidad. Es posible que lo viera antes en alguna librería y hasta puede que leyera su contraportada, si fue así debí de dejarlo de nuevo en su sitio para luego olvidarlo porque cuando lo volví a tener entre las manos no recordaba haberlo visto antes. La primera impresión ha sido la de estar ante un genuino bestseller. Es innegable  su aspiración de convertirse en un superventas, bueno, ¿qué autor rechazaría serlo? De momento Hart ya ha conseguido que Ron Howard esté interesado en llevarlo a los cines. Dispone del material adecuado para una buena película, incluso podría pensarse que la novela fue escrita con ese fin ya que tiene todos los ingredientes necesarios para convertirse en un éxito de taquilla: tensión, crítica social, acción, una historia de amor no demasiado acaramelada para los tiempos que corren y una alusión clara a grandes empresas muy de actualidad como Amazon.

Contemos algo de su argumento. En un futuro cercano en el que el cambio climático ha sumergido a muchas ciudades costeras bajo el mar y en el que las elevadas temperaturas hacen que apenas se pueda salir de las casas destaca Cloud, una empresa gigantesca de venta a domicilio que ha borrado del mapa a la competencia gracias a sus bajos precios logrados en buena parte por los sueldos miserables que paga. Cloud, la Corporación a la que ser refiere el título de la novela, es un inmenso y todopoderoso monopolio, su poder es tal que ha suplantado al gobierno de los Estados Unidos de América en muchas de sus competencias. En un mundo asolado por el paro Cloud además de un empleo estable ofrece un lugar, sin duda modesto, donde dormir y una precaria cobertura sanitaria. Para muchos como Paxton y Zinnia, aunque sean conscientes de dónde se meten, significa la única solución para poder salir adelante. A través de los puntos de vista de estos dos personajes que acaban de entrar en Cloud y de Gibson, el hombre que la levantó de la nada, vamos conociendo los secretos de la empresa.

Por tanto, La Corporación comienza como muchas otras distopías de corte clásico con unos primeros capítulos, en este caso dedicados alternativamente a cada uno de los tres protagonistas, que nos muestran la vida cotidiana en un futuro cercano. Seguimos los pasos de Paxton y Zinnia desde el momento en que son seleccionados hasta su llegada a las instalaciones donde se les asigna un apartamento y un trabajo específico. Hart se muestra muy minucioso en describirnos las instalaciones de Cloud con sus numerosas tiendas, sus bares de copas, sus hamburgueserías, salas de juego.., en definitiva un mundo artificial que a ambos personajes recuerda a un inmenso y frío aeropuerto. El autor se detiene en explicarnos con pelos y señales el reparto de tareas, los diferentes colores de los polos con el que se distingue a cada uno de los trabajadores según la labor que desempeñan, cómo son vigilados mediante un brazalete que además da acceso a ascensores y a determinados lugares, la clasificación por estrellas según su rendimiento en el trabajo, los controles a la entrada de sus puestos de trabajo, los sistemas de transporte..., en fin todo queda pormenorizado en la primera parte del libro. Apenas suceden cosas en estas páginas, algo que a muchos puede parecer pesado y que yo sin embargo me he leído de un tirón. Estos primeros capítulos del libro sirven además para conocer las diferentes personalidades de cada uno de los protagonistas y las razones que les han impulsado a entrar en Cloud.

Paxton es un joven un tanto inocente, un emprendedor resentido con Gibson como  consecuencia de un proyecto empresarial en el que tenía puestas grandes esperanzas y que éste truncó. Zinnia es el prototipo de la heroína actual, descreída, dura, capaz de cepillarse a cuatro maromos más grandes que ella sin despeinarse. Uno pensaría al ver a todas estas mujeres repartiendo mamporros que en lugar de una ley que proteja a la mujer haría falta una que protegiera a los hombres. Ella hace de Bruce Willis y él no es que sea exactamente Audrey Hepburn, pero tampoco es Silvester Stallone. Por otra parte Gibson es el típico americano hecho a sí mismo, más Trump que Musk, más paternalista que López Obrador el día de Nochebuena. Se trata de individuos que están completamente convencidos de que lo que hacen es por el bien de la humanidad.

El futuro que nos presenta Hart como ya hiciera Marc-Uwe Kling en Qualityland es una clara extrapolación de nuestro presente, con un consumismo exorbitado y en el que la gente es una pieza más de la economía. Como es bien sabido (los políticos y los economistas además no se cansan de repetirlo) la economía debe crecer. No sabemos muy bien por qué, pero es algo que  pocos ponen en duda, aunque el resultado sea que sólo unos pocos se beneficien de ello. Aquí pueden apreciarse claras referencias a Quienes se marchan de Omelas (1973), el célebre cuento de Ursula K. Le Guin. El relato es mencionado en varias ocasiones a lo largo de la novela, lo que  da una pista de que estamos ante algo más que un vulgar bestseller. Los últimos capítulos del libro me traen además el grato recuerdo de otro clásico de la ciencia ficción, ¡Hagan sitio!, ¡hagan sitio! (1966) de Harry Harrison.

La novela tiene sus fallos. El control al que están sometidos todos los trabajadores de Cloud es tal que el propio autor no sabe cómo eludirlo, algo necesario para que la trama avance. De manera que a Hart no le queda más remedio que inventarse un oportuno error de software que después de la minuciosidad con la que ha construido el escenario resulta un tanto decepcionante. Tampoco resulta muy creíble la capacidad destructora de Zinnia aunque ya me he referido a eso antes.

            Si bien La Corporación no aporta nada nuevo al cada vez más nutrido género de la distopía puede decirse  que está correctamente contada, lo hace sin grandes alardes y ofrece la tensión y el deleite suficientes para que el lector no pueda parar de leer hasta el final. 

martes, 27 de diciembre de 2022

Lecturas recomendadas del 2022


Casi sin que nos demos cuenta estamos a las puertas de un nuevo año. Vivimos tiempos de inquietud, pisamos con la mirada puesta en ambos lados del estrecho borde que nos separa del abismo. Nos hemos librado de una pandemia y ya estamos metidos en una guerra. Pero al menos tenemos los libros, así que, ante la buena acogida del año pasado, me he animado a volver a hacer una lista con los libros que más me han gustado de este 2022 que se acaba. 

Como puede verse la lista no abunda en novedades. La novela más actual es Sólo los vivos perdonan seguida de Transcrepuscular, el resto son reediciones o novelas con más de diez años de antigüedad que no leí en su momento. La razones son varias, por un lado, se han reeditado varias novelas de Angela Carter, mi gran descubrimiento del año, por otra parte, porque me apetecía rescatar libros antiguos que no había leído y finalmente, porque la producción de ciencia ficción novedosa de este año no me ha interesado lo suficiente como para arriesgarme ahora que muchos libros se venden a precios de artículo de lujo.

 Los cronolitos, de Robert C. Wilson, escrita por uno de los escritores más injustamente olvidados de nuestro país, es una novela emocionante, de factura clásica, con unos personajes que además no son de cartón piedra. 

Afterparty, de Daryl Gregory, situada en un futuro en el que cualquiera puede fabricarse  en casa sus propias drogas es un magnífico thriller que destaca por encima de todo por su humor y por presentarnos a unos personajes insólitos bastante tocados por los estupefacientes.

Clara y la penumbra, de José Carlos Somoza, me ha sorprendido primero por su audacia a la hora de sacar adelante una idea tan atractiva y compleja como es el de la pintura «hiperdrámatica», y segundo por su escritura preciosista a la vez que efectiva.

Nostalgia, de Mircea Cartarescu, es una maravilla no apta para lectores impacientes. Hay  que dejarse llevar por la imaginación del autor y sumergirse sin reparos en sus mundos oníricos llenos de una fantasía que nos hacen evocar la infancia.

Sólo los vivos perdonan, de Ismael Martínez Biurrun, nos habla de cómo el pasado por enterrado que parezca puede aparecer en cualquier momento, como esos fósiles que emergen a la superficie y obligan a los paleontólogos a interpretar de nuevo hechos que creían constatados.

Noches en el circo, de Angela Carter, me ha permitido conocer a una escritora enorme que por diferentes razones no había leído hasta ahora. A veces excesiva, cómica en ocasiones, imprevisible la mayoría de las veces, la novela es una apabullante demostración de imaginación.

Stalker: Pícnic extraterrestre, de Arkadi y Borís Strugatski, se ha convertido en el clásico por excelencia de la ciencia ficción rusa. Más allá de su crítica al régimen soviético es sobre todo una historia imperecedera que nos hace comprender lo insignificantes que somos en este universo inconmensurable y en muchas ocasiones también incomprensible en el que vivimos.

La juguetería mágica, de Angela Carter, parte de un argumento muy dickensiano en el que una chica se queda huérfana y debe trasladarse a vivir con su tío para narrarnos en forma de un precioso cuento el despertar sexual de una niña de quince años.

Transcrepuscular, de Emilio Bueso, merece la pena por la imaginación desbordante de su autor. Nos cuenta el fantástico viaje que emprenden unos personajes nada convencionales para recuperar una reliquia robada en un planeta en el que los caracoles y los insectos juegan un papel importante.

El hombre que cayó en la Tierra, de Walter Tevis, protagonizada por el extraterrestre más humano de toda la ciencia ficción, es una novela que destila una tristeza y una desesperanza absoluta.

Parece confirmarse la tendencia de los últimos años de publicar menos ciencia ficción y más novela de terror y fantasía. Mientras las librerías se llenan de brujas, de magias rebuscadas, de intrigas palaciegas en reinos imaginarios y de infinidad de novelas de Brandon Sanderson cuesta cada vez más encontrar un libro de ciencia ficción adulta de calidad. Aún más difícil es que no pertenezca a una serie interminable. Precisamente este año el mercado se ha llenado de secuelas, lo que ha reducido aún más mi, ya de por sí, limitado repertorio.

Las editoriales, sobre todo las de reciente creación, parecen haber apostado por los éxitos más candentes del mercado de lengua inglesa. A veces tengo la sensación de que todo lo que hubiera sido escrito antes ya no tuviera ningún valor y hubiera que descartarlo por obsoleto o por no cumplir con los estándares de inclusión o de paridad exigidos. Basta echar un vistazo a los autores que se publicaban hace diez años en colecciones como Nova o la Factoría de Ideas para comprobar que la mayoría de ellos han desaparecido del panorama literario. Algunos lamentablemente han fallecido, ¿pero qué ha pasado con los demás? ¿Padecen todos de repente el síndrome de la hoja en blanco? Lo curioso es que basta que se haga una serie o una película para que el libro en el que se basa, por muy acartonado que esté, vuelva a ser considerado lo más de lo más.

            La buena noticia es que cada vez se publican más libros de relatos, tanto traducidos como escritos en castellano, y eso me sirve de consuelo. Por pedir algo a este año que empieza me gustaría que alguna editorial se lanzara a crear una colección que contuviera los grandes clásicos de la ciencia ficción con traducciones nuevas o a al menos actualizadas y lo hiciera en un formato lo suficientemente atractivo para atraer a lectores jóvenes.

martes, 13 de diciembre de 2022

“Transcrepuscular”, de Emilio Bueso


Portada de “Transcrepuscular”, de Emilio Bueso
Hace cinco años y después de haberlo anunciado a bombo y platillo la editorial Gigamesh publicó en una edición limitada y de lujo Transcrepuscular, el primero de los libros de la trilogía Los ojos bizcos del sol de Emilio Bueso. El título dado a la serie con un matiz claramente bufonesco podría inducirnos a pensar que se trata de novelas en las que prima el cachondeo, y aunque Transcrepuscular no está exenta de humor, Bueso se toma más en serio de lo que parece el mundo que ha creado. El esfuerzo imaginativo, hay que reconocer que nada desdeñable, no me parece que esté encaminado a propiciar situaciones cómicas como sucede, por ejemplo, en la saga de Mundodisco escrita por Terry Pratchett.

Posiblemente el hecho de no conocer la obra de Bueso me salvó en su momento de precipitarme enfebrecido hasta la librería más cercana atraído como otros por la irresistible y doradisíma portada y gastarme los cuarenta euracos que costaba la exclusiva primera edición limitada del libro. Para ser del todo sincero tampoco lo habría hecho por más que Cenital (2012) o cualquiera de sus libros, de haberlos leído, me hubieran vuelto loco. Tampoco lo habría hecho  en caso de tratarse de otro autor. Lo que no deja de sorprenderme es que se quisiera convertir una novela escrita en un lenguaje popular y callejero y de ambientación «pulp» en un producto de élite. Me imagino que Gigamesh sabía lo que hacía y espero sinceramente que la jugada les haya salido bien porque la novela es muy entretenida.

Transcrepuscular es ante todo una aventura trepidante que adopta el clásico esquema de las novelas de viajes a mundos inexplorados. El éxito en este tipo historias queda supeditado sobre todo a la construcción de unos personajes con la suficiente solidez y a la creación de un escenario lo bastante atractivo. Así sucede en gran parte de las novelas de aventuras que leímos siendo niños como Viaje al centro de la Tierra (1864) de Julio Verne o La isla del tesoro (1882) de Robert Louis Stevenson. Puede decirse que Bueso cumple con creces ambos preceptos.

Empecemos por hablar de los personajes, unos seres que se salen por completo de lo común. Entre ellos cabe destacar a su protagonista, el Alguacil, un guerrero castrado que ha sido educado desde su infancia tanto en el misticismo oriental como en el arte de la lucha. Aunque el  personaje más original y que más me ha divertido es el Trapo, un ladrón que habla a través de un muñeco de manopla. Tampoco carecen de interés la Regidora o el Astrólogo, todos ellos con simbiontes en sus cabezas que les proporcionan notables mejoras a sus cuerpos y mentes. Estos simbiontes, que por cierto dan bastante asco, poseen la deplorable costumbre de introducir sus tentáculos gelatinosos en las fosas nasales, en los ojos o entre los huesos del cráneo de sus huéspedes para acoplarse así con sus cerebros. De ahí que se mencione la palabra «biopunk» (ya se sabe todo lo acabado en punk mola mucho) cuando se habla del libro, porque estos caracoles o babosas simbiontes realizan una función muy parecida a los implantes tan habituales en los relatos «cyberpunk». Todos estos personajes más otros que se les irán uniendo por el camino emprenderán la búsqueda de una reliquia robada a la comunidad a la que pertenecen.

Y aquí es donde el escenario imaginado por Bueso cobra toda su importancia. La acción  tiene lugar en un planeta que presenta siempre la misma cara al sol, por lo que existe una mitad que permanece en una oscuridad perpetua. Sólo una pequeña zona en penumbra, frontera entre los dos extremos, es habitable, el resto parece ser un desierto de fuego o de hielo. Montados en extrañas cabalgaduras como libélulas, avispas o mariposas nocturnas gigantes el Alguacil y sus acompañantes vuelan hasta lo que llaman el Agujero del Mundo. Es un lugar terrible al que los mapas de los que disponen no indican cómo llegar. En su misión deberán enfrentarse a multitud de peligros: hormigas gigantes, serpientes voladoras y colosales tempestades. Tanto el escenario como el periplo a lo Conan nos trasladan a la fantasía heroica más genuina como la que escribía Edgar Rice Burroughs. Sin embargo debemos tener en cuenta que la historia está narrada por su protagonista, un hombre desconocedor de la tecnología. En su mundo no hay otro motor que la fuerza animal. La acción motriz es proporcionada por todo tipo de invertebrados gigantes como caracoles, tábanos, hormigas o ciempiés, así que, cuando el narrador es testigo de fenómenos que es incapaz de explicar opta por atribuirlos a fuerzas esotéricas. Bueso va dando pistas a lo largo del relato de que no es así, de que en el pasado todo pudo ser diferente. El escenario acaba por convertirse en el principal enigma a resolver en un contexto de ciencia ficción.

Y llegamos al punto más espinoso de la novela: el estilo. El uso que hace del lenguaje coloquial sin renunciar a los tacos puede parecer extemporáneo, y es muy posible que rechine a muchos pero desde mi punto de vista le aporta una espontaneidad y una frescura que no le sienta nada mal a la narración. Tampoco es que Bueso sea el primero en hacerlo, Iain Banks en su novela titulada El puente (1986), si mal no recuerdo en algunos fragmentos protagonizados por un tosco guerrero, lo lleva incluso más allá. Me atrevería a decir que cuando mejor y más auténtico suena el texto es precisamente cuando Bueso se deja de reparos y haciendo caso omiso de los predicadores de lo políticamente correcto emplea ese lenguaje vulgar y pendenciero. Me complace menos que corte las frases o las deje sin verbo o la utilización excesiva que hace del punto y aparte para subrayar algunos mensajes.

Habrá que esperar a las siguientes partes de la trilogía para ver cómo resuelve Bueso los numerosos interrogantes planteados pero el arranque me ha parecido francamente bueno sobre todo por el portentoso despliegue de imaginación de la que hace gala el autor, más que suficiente para mí para decidirme a leer las continuaciones.

martes, 22 de noviembre de 2022

“Aves extintas”, de Simon Jimenez

Portada de “Aves extintas”, de Simon Jimenez
             El tema principal alrededor del que gira Aves extintas (2020) de Simon Jimenez es el amor en varias de sus vertientes. El primer capítulo del libro, que puede leerse como si fuera un relato perfectamente acabado, constituye un hermoso anticipo de lo que nos aguarda más adelante y sirve además de presentación de los dos protagonistas principales, Nia Imani capitana de la nave estelar Debby y el misterioso niño, cuya súbita aparición será la que desencadene los acontecimientos posteriores.

Por desgracia en la contraportada del libro, como ocurre con demasiada frecuencia, se cuenta demasiado sobre este muchacho. Considero un error por parte de la editorial revelar la excepcional capacidad que posee el chico teniendo en cuenta que no se da a conocer hasta bien avanzada la novela. Es una lástima, porque sustrae a la novela de lo que es el único elemento de intriga que existe durante la primera mitad. De manera que a los espabilados como yo a los que se nos ha ocurrido leerla antes de comprar el libro nos sobra casi la mitad. No obstante Jimenez podría haber aligerado un poco la trama y redundado menos en historias de amor trágico. Más adelante volveré sobre este punto.

Aves extintas es una «space opera» que se sale bastante de lo común. Por un lado, por la casi ausencia de acción y por otro, porque no se puede decir de los mundos que presenta que vayan a hacernos explotar la cabeza. Los tripulantes de la nave se encuentran con planetas muy parecidos al nuestro, algunos incluso menos interesantes, poblados además por gentes que tampoco llaman demasiado la atención. Quizás las estaciones espaciales con forma de ave creadas por uno de los personajes clave de la novela, Fumiko Nakajima, por su enormidad y su forma espectacular, tengan más que ver con lo que solemos encontrarnos en una «space opera» al uso. De todos modos quedan ridículamente pequeñas si las comparamos con los artefactos descomunales que aparecen en Casa de Soles (2008) de Alastair Reynolds o en Mundo Anillo (1970) de Larry Niven por poner algunos ejemplos. Los mundos que recorren los protagonistas a bordo de la Debby son un decorado, un fondo con el que potenciar los dramas personales de un relato que discurre principalmente en el plano emocional. Una historia de amor, si se traslada a un escenario galáctico y se dilata a lo largo del tiempo, cobra otra dimensión, se magnifica y se convierte en mito. Y así es, todo en la novela parece encaminado a despertar determinadas emociones y sentimientos en el lector. No es lo más habitual en este tipo de novelas, en lugar de hacer que experimentemos asombro, admiración o tensión hará que nuestros corazones se vean invadidos de una marea de afecto, amor y odio.

El problema viene cuando el autor abusa de algunas situaciones. Jimenez se ha empeñado en hacer que cada uno de los personajes principales tenga que pasar por una experiencia amorosa arrebatada y con final infeliz. La primera historia de amor, la más bella de las tres, se cuenta en el primer capítulo. Un hombre y una mujer se enamoran el uno del otro pero sólo pueden verse cada quince años cuando ella regresa en su nave para recoger una nueva cosecha. Las leyes de la relatividad hacen que en cada reencuentro él sea quince años mayor que ella. Después Jimenez nos cuenta el amor entre dos mujeres, Nakajima y Dana que tendrá bastante importancia en la trama. En cambio el fugaz y apasionado amor entre dos hombres, Ahro y Oden, apenas aporta nada y tengo la impresión de que con esta historia el autor ha querido cerrar todas las combinaciones de amor posibles entre hombres y mujeres. Lo atribuyo a esta fiebre por complacer a todos y por ese deseo de ejemplarizar que aqueja a la ficción actual. Jimenez no se da cuenta de que corre el riesgo de olvidarse de algún colectivo en este mundo tan cambiante y de que termina por alargar en exceso el libro.

Hay otro amor en la novela del que no he hablado hasta ahora y que quisiera mencionar, se trata del amor maternal de Nia por el muchacho. La capitana se hace cargo del chico desde que es pequeño; al principio lo hace con reticencias pero al final acaba preocupándose de él como si fuera su propio hijo. Lo llamativo es que es el único amor que perdura.

Compuesta por lo que parecen relatos independientes a la manera de Los tejedores de cabellos (1995) de Andreas Eschbach, nadie dudaría en encuadrar la novela dentro del género de ciencia ficción. Sin embargo, en su tramo final parece más bien una apasionada fantasía que se ha pertrechado de elementos habituales en la ciencia ficción clásica como son las naves espaciales, la dilatación del tiempo o las estaciones espaciales. El rigor científico no refrena la imaginación de Jimenez, que vuela libre aunque sea a costa de la plausibilidad. En ese sentido, salvando las distancias, recuerda a veces a Bradbury, también por su lirismo y por su emotividad. El escritor norteamericano de origen filipino incluye además un poco de crítica social como es preceptivo en estos tiempos al describir un mundo dominado por un monopolio que ha favorecido una brecha social de dimensiones obscenas.

En cualquier caso, se trata de una primera novela prometedora, que aún con sus fallos resulta tremendamente emocionante, bien armada en lo literario y con un potente clímax final. Todo ello es más que suficiente para que merezca la pena ser leída.

viernes, 18 de noviembre de 2022

Mi Universo

Los que entran a Universo de Pocos se habrán dado cuenta de lo poco que me gusta hablar de mí mismo. Las pocas veces en que lo hago es parapetado detrás de mis reseñas cuando lo normal es crear un blog precisamente para eso, para hablar de uno mismo, para publicitar los propios trabajos como traductor o como escritor..., en definitiva para darse a conocer. No sabéis lo que me costó decidirme a abrirlo. Hasta hoy he mantenido siempre una distancia prudente, supongo que por pudor pero también porque creo que el panorama literario rebosa ya de egos hipertrofiados.

Por una vez voy a descorrer esa fina cortina que se interpone entre tú y yo y voy a hablar de un acontecimiento personal que para mí ha tenido una gran importancia. He ganado el premio Domingo Santos de relatos. Sé que no es el Miguel Cervantes ni el Booker pero, en fin, me hace mucha ilusión por varias razones. Por ser uno de los dedicados a la ciencia ficción en España más veteranos, por contar entre sus ganadores y finalistas a autores tan relevantes en el panorama fantástico nacional como César Mallorquí, José Antonio Cotrina, Emilio Bueso, Sergio Mars, Ricardo Montesinos, Félix J. Palma o Santiago Eximeno entre otros y finalmente por llevar el nombre de un personaje fundamental en la ciencia ficción en España como es Domingo Santos. Además, no voy a ocultarlo, espero que este galardón me ayude a publicar algunos de los relatos que he escrito.  Es  un voto de confianza que me anima a seguir escribiendo.

Pero basta ya de autobombo, vuelvo a colocar la cortina tal y como estaba. En la próxima entrada prometo una nueva reseña y no hablar más de mí.